viernes, 23 de julio de 2010

Solamente intuición no basta

“Si los hogares logran aumentar sus fuentes de ingreso pueden consumir más y mejores bienes y servicios, mejoran sus condiciones de vida y por ende la pobreza se reduce.”

Cuando el viento sopla favorablemente no hay problema. Inconvenientes menores pasan desapercibidos porque la mayoría de las cosas caminan bien y hacen ver el panorama global positivo a pesar de un par de nubes aquí y allá. El problema viene cuando la marea cambia y las crisis se vuelven norma más que excepción. Allí es al revés, pequeñas cosas positivas pasan ninguneadas porque el malestar es generalizado.

Algo así nos pasó con las últimas crisis y sus efectos sobre la pobreza, desigualdad (¡y hasta la gobernabilidad!). Durante la primera mitad de la década actual la economía guatemalteca creció a tasas más o menos robustas, por lo que relativamente la fuimos pasando sin mucha pena ni gloria.

Hace un par de décadas en Guatemala se solía decir que el mejor Ministro de Finanzas era un buen precio del café. Hoy creo que podríamos ajustarlo y decir que el mejor Presidente es una tasa alta de crecimiento económico. Son frases muy simples pero que resumen mucho del país que tenemos, con su gran potencialidad y sus problemas estructurales de pobreza, exclusión, y desigualdad de oportunidades.

La parte positiva, para analistas y gobernantes al menos, es que no se necesita mucha información estadística reciente para poder atinarle a lo que está pasando y poder prescribir una que otra medida – ¡otro cuento es la implementación de soluciones! Tome como ejemplo el momento actual en donde mucho se ha debatido sobre los efectos de las crisis más recientes, quiénes pudieron ser los más afectados y qué instrumentos de política son los más adecuados para la recuperación económica.

En general se escucha más intuición que evidencia empírica. Y no porque en el país se carezca de la capacidad técnica para analizar fenómenos sociales, sino más bien porque nuestra información estadística envejece.

En el caso de la pobreza, una de las herramientas utilizadas para analizarla es explicar sus cambios en el tiempo de acuerdo a dos factores: crecimiento económico y redistribución. La lógica es muy simple: si los hogares logran aumentar sus fuentes de ingreso pueden consumir más y mejores bienes y servicios, mejoran sus condiciones de vida y por ende la pobreza se reduce.

Para los hogares más pobres dicho aumento de ingreso proviene fundamentalmente de dos fuentes. Una es aquellos ingresos que se perciben en el trabajo – ya sea porque aumenta el número de horas trabajadas, ó porque las personas se vuelven más productivas y les aumentan el salario, ó porque más personas en el hogar salen a trabajar y poder así contribuir a la economía familiar –. La otra puede ser porque son hogares sujetos de programas sociales –becas y bolsas de estudio, programas de alimentación escolar, pensiones, transferencias del gobierno, ó simplemente por tener un mayor acceso a salud y educación gratuita –.

Ambas fuentes (crecimiento y redistribución) se reflejan en la información de las encuestas de hogares y pueden ser estudiadas a lo largo del tiempo. En el caso de nuestro país, datos del año 2000 y 2006 revelan cómo ciertos grupos de población han sido impactados por la vía del crecimiento, la redistribución ó ambos. Así por ejemplo, la poca reducción de la pobreza que tuvo lugar en poblaciones rurales y en grupos indígenas – particularmente el Qeqchí y el Kaqchikel – parece haber dependido casi por completo del crecimiento. Por el contrario, entre la población no indígena y el grupo Mam los datos sugieren que funcionó alguna combinación de crecimiento y redistribución.

Pequeños pero informativos análisis de este tipo son importantes ya que nos permiten un mejor diseño de la política pública, una mayor comprensión de la estructura económica y la racionalidad que han seguido diferentes gobiernos en cada momento. Pero además, ilustran sobre la importancia de la focalización, y el monitoreo constante que debe hacerse de las condiciones de vida de nuestra población.

Sería tremendamente útil poder contar con mucha más investigación que amarre y reconstruya de forma sistemática nuestra historia económica y política pública, sobre todo a la luz de los múltiples shocks que hemos vivido en tan sólo diez años, y las diversas formas en que nuestro Estado ha tratado de atenderlos.

¿Qué habrá pasado con las condiciones de vida de los guatemaltecos en los últimos cinco años? ¿Cómo estarán los niveles de pobreza y desigualdad después de la recesión, la crisis alimentaria y los desastres naturales? Dos preguntas de mucha actualidad, pero que al no contar con información reciente no nos queda más que decir “supongo que ha empeorado”. En este caso solamente intuición no basta.

Prensa Libre, 22 de julio de 2010.

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