En
septiembre de 2013 el Fondo Monetario Internacional (FMI) publicó un documento
titulado “Women, work, and the economy: macroeconomic gains from gender
equity”. Y el mes pasado han vuelto
sobre el tema con otro artículo titulado “Fair play: more equal laws boost
female labor participation”.
Esa
institución que en el pasado se construyó una fama de policía macroeconómico
del mundo en desarrollo, con sus temidas misiones y recomendaciones de política,
planes de ajuste estructural y férreas condicionalidades para que los países
más atrasados pudieran acceder a financiamiento, de repente como que da una
vuelta de gato y comienza a reflexionar sobre temas fuera de su libreto. No es la primera vez que nos sorprenden,
gratamente debo decir, con publicaciones que le hablan de manera más directa a
un público no tradicional. Recordemos
aquel otro artículo aparecido hace un año, sobre los efectos de la desigualdad
sobre el crecimiento económico, que levantó tanto polvo porque puso sobre el mismo
tapete el tamaño del pastel y la manera de cortarlo y repartirlo.
Pero
volviendo a los dos artículos sobre género, la revisión de literatura que el
FMI ha hecho en estos documentos es muy sugerente en términos de los efectos
económicos de la exclusión y desigualdad en la participación de la mujeres en
los mercados laborales. Basten algunos datos
para poner en contexto el tema.
Así, la
evidencia nos dice que las mujeres representan hoy por hoy más de la mitad de
la población mundial, el 40% de la fuerza laboral del planeta, la mayoría del
trabajo no remunerado en el mundo. Además dedican dos veces más tiempo que los
hombres a las tareas domésticas y cuatro veces más tiempo al cuidado de los
niños. En el trabajo a tiempo parcial y
autoempleo están sobre representadas, generalmente ganan menos que los hombres,
están sub-representadas en cargos de elección popular así como en posiciones de
alta gerencia en grandes corporaciones.
Están
sobre representadas en la economía informal así como entre la población pobre,
y su tasa de participación en los merados laborales alcanza solamente el 50%. En Centro América las mujeres participan 35%
menos que los hombres en el mercado laboral –en la OECD este indicador es del
12%–, y en Guatemala ganan entre un 30 y 40 por ciento menos aunque tengan las
mismas calificaciones. Las pérdidas atribuibles a esta brecha de género en los mercados laborales puede
alcanzar hasta 27 puntos del producto interno bruto en ciertas regiones.
Con ese
diagnóstico, es evidente que la asignación de nuestro recurso humano es
subóptimo. Y por tanto, hay un papel
para políticas públicas mucho más agresivas en materia de inclusión y género. Concretamente la política fiscal, pero sobre
todo la política social, tienen mucho espacio para tratar de corregir tal
situación. Es allí que debe darse la
batalla para una mayor equidad al momento de diseñar esquemas de pre y post
natal, sistemas de educación prescolar, y esquemas de cuidados infantiles que
permitan a ambos padres integrarse a la fuerza laboral. Pero también se puede incidir en el diseño de
políticas de fomento productivo que procuren a mujeres un mayor acceso a
financiamiento, insumos productivos y tecnología.
En un
plano más estratégico, me pregunto si la llegada de Christine Lagarde tiene
algo que ver con este brote analítico del FMI.
Quién sabe. Lo interesante y
positivo es que poco a poco estas instituciones globales, otrora tan criticadas
por su lejanía con el ciudadano promedio, hacen un esfuerzo por encontrar puentes
que conecten el discurso macroeconómico de estabilidad y crecimiento con una
agenda microeconómica de un bienestar que necesita distribuirse de manera más
amplia.
De
seguir en esa senda seguramente irán recuperando terreno, credibilidad y
legitimidad ante una sociedad civil que también está evolucionando, que se
mantiene informada y alerta de lo que sucede en el mundo entero. Una sociedad mundial que agradece y utiliza estos
pequeños bienes públicos que se generan desde los centros del poder político porque
abren espacios para debatir problemas muy concretos y fundamentales como la
inclusión.
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