Este
libro es acerca de las inmensas diferencias en ingreso y estándares de vida que
separan países ricos del mundo, como los Estados Unidos, Gran Bretaña, y
Alemania, de los pobres, como aquellos en el África Subsahariana, Centro
América y el sur de Asia. Así comienza “Why nations fail: the origins of
power, prosperity and poverty” de Daron Acemoglu y James Robinson.
Escrito
en un lenguaje simple y con mucha coherencia, los autores van hilvanando su
argumento un capítulo a la vez. Eso sí,
desde la página 3 dejan en claro cuál es su tesis de trabajo: los países que
hoy son ricos lograron esa prosperidad porque (sic) “sus ciudadanos derrocaron
a las elites que controlaban el poder y crearon una sociedad en donde los
derechos políticos estaban mucho más ampliamente distribuidos.” De eso tratan las 529 páginas.
De
manera crítica van confrontando su propia visión del desarrollo con respecto a
propuestas alternativas que han estado –y siguen estando– muy difundidas y
arraigadas en el imaginario popular.
Siempre con ejemplos concretos para dejar el punto en claro, pero también
con la sencillez propia del que sabe que no puede dar una respuesta contundente
a una pregunta tan fundamental como las razones de la prosperidad y del
atraso.
Así,
cuestionan la “hipótesis de la geografía”, puesta en boga en el siglo XVIII, la
cual que plantea que las personas en climas tropicales tienen a ser haraganes y
faltos de curiosidad. Y cómo estas
características los lleva a no trabajar lo suficiente y a no innovar, razones
que explicarían su pobreza. Hoy en día
dicha hipótesis ha mutado y se dice que sociedades ubicadas en climas
tropicales son más propensas a enfermedades que merman su estado de salud y por
ende su productividad, y que los suelos tropicales son mucho menos propicios
para una agricultura productiva.
De
manera similar confrontan la “hipótesis de la cultura”, la cual arguye que la
Reforma Protestante y la ética que esta generó, estimularon el surgimiento de
la sociedad industrial moderna en Europa occidental. El argumento también se puede extrapolar a la
influencia no solamente de una religión sino de una cultura: la inglesa, por
ejemplo. Curioso argumento que me hizo
recordar la comparación que se hace de pueblos como Almolonga y Zunil, o el
comentario de qué hubiera sido de América Latina si en vez de España el
colonizador hubiese sido Inglaterra.
Finalmente,
le sale al paso a la “hipótesis de la ignorancia”, la cual sostiene que los
países pobres son pobres porque tienen muchas fallas de mercado y porque sus
economistas y formuladores de política pública no saben cómo corregir esta
situación. Luego lo que estaría haciendo
falta es mejores tecnócratas y una clase dirigente mejor informada, que pudieran
proponer mejores soluciones.
A todas
estas explicaciones los autores les encuentran un contra-ejemplo para
rebatirlas y a la vez reforzar la tesis central del libro: son las
instituciones –políticas primero, y económicas después– las que explican el desempeño
de las naciones. Poderoso planteamiento
ese de llevarnos de lo político a lo económico.
De cómo las instituciones políticas, que son las llamadas a distribuir
el poder, generan los incentivos para que surjan instituciones económicas que
favorezcan o inhiban la iniciativa, la innovación, la visión de largo plazo, y
con ello crecimiento económico y bienestar social.
Dado el
lento proceso que suponen los cambios institucionales, mucha de la crítica al
libro se ha centrado en lo limitado de su propuesta para que países como Guatemala
finalmente salgan del atraso. Pero en
realidad, si usted lo piensa despacio, el cambio institucional no es menos
fatalista que explicar el subdesarrollo de los países por su ubicación
geográfica, su cultura o la ignorancia de sus elites.
En fin,
esta columna no pretende ser un resumen del libro ni mucho menos. Son solamente dos o tres ideas para
provocarlo a usted con una lectura valiosa y obligatoria para cualquiera que
esté interesado en esas preguntas amplias que nos ocupan a los que trabajamos
en desarrollo. Interrogantes profundas, de
hondas raíces históricas, que obligan a un análisis pausado y con visión de
largo plazo.
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