Un plan
para Centro América. Así se llama la
columna de opinión que el vicepresidente de los Estados Unidos, Joseph Biden,
publicó en la edición de fin de semana del New York Times. Asiduo lector que soy de este periódico confieso
que me asombré al verla, y la leí y releí mientras caminaba de regreso a mi
departamento.
¿Desde
hace cuánto que la subregión no recibía un zoom mediático y político de este nivel?
¿Y por qué hasta ahora, en el ocaso de la administración Obama es que tal cosa sucede?,
fueron las primeras preguntas que me asaltaron.
En
principio y apariencia el plan cascabelea bastante. Un billón de dólares, tres áreas de trabajo, colaboración
con el Banco Interamericano de Desarrollo, todo para avanzar en reformas
económicas y políticas. No está tan mal,
¿eh?
Primero,
seguridad, bajo la premisa de que (sic) “la seguridad lo hace todo posible”, y
que esta se puede alcanzar organizando a comunidades para que se hagan cargo de
cumplir esta función primaria del Estado.
Segundo,
buen gobierno, un franco reconocimiento y jalón de orejas a los enormes vacíos y
opacidad que, por lo menos en el caso de Guatemala, se tienen en administración
de justicia, contratación de obra pública, y recolección de impuestos.
Y
tercero, aumento en los niveles de inversión, fundamentalmente privada –y si no
es mucho pedir ojalá recursos de los mismos centroamericanos–. Es decir, una vez más se reconoce que no hay
recurso público que aguante solito con lo que hay que invertir en
infraestructura y tecnología para lograr niveles aceptables de crecimiento
económico y emplear a la población de una manera más o menos decente.
El
vicepresidente Biden trata de ser, digámoslo así, un optimista con
fundamento. Inmediatamente le pone cable
a tierra a su mensaje y lo ancla a la experiencia del Plan Colombia, país donde
se movilizó una cantidad inmensa de recursos, que a su vez apalancó otros muchos
más como base para su más reciente transformación. Pero además –y aquí coincido totalmente con
el análisis del vicemandatario–, el ingrediente básico del Plan Colombia fue la
voluntad política en el terreno. (Si
pudiera subrayaría, ennegrecería y pondría en itálicas estas últimas cinco
palabras: voluntad política en el terreno).
Eso creo
que ya lo sabemos muy bien, pues los centroamericanos hemos sufrido en carne
propia las consecuencias que ocasiona la falta de voluntad y liderazgo. Pero también sabemos que si a la susodicha voluntad
política hay que ponerle precio para luego salir a financiarla, entonces sí que
estamos fregados.
Por
eso, con todo respeto señor Biden, el suscrito ciudadano centroamericano piensa
que la pregunta del billón de dólares en Centro América no va por allí. No es un “bailout” lo que nos está haciendo falta.
El déficit
de nuestra subregión, o cuando menos de Guatemala, es de liderazgos, instituciones,
incapacidad de nuestras elites para administrar el changarro, y de una sociedad
civil acobardada y resignada, que ya se olvidó cómo sacar a sombrerazos a servidores
públicos y dirigentes que no quieren hacer su trabajo. Si de verdad nos quieren dar una mano, es en
eso que hay que trabajar. Por favor no
nos desenfoquemos.
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