Ese es
el título que lleva el Informe sobre el Desarrollo Mundial (WDR, por sus siglas
en inglés) del 2015. En esencia es un
cuestionamiento a la noción que por tantos años ha prevalecido sobre la manera
en que las personas toman decisiones.
Esa idealización de que todos somos siempre coherentes, estratégicos,
con visión de futuro, y egoístas. Eso
que en economía llamamos racionalidad de los agentes económicos.
Inmediatamente
me hizo recordar los libros “Nudge: Improving decisions about health, wealth
and happiness” de Thaler y Sunstein, y “Poor Economics” de Banerjee y Duflo. Ambos textos, a su manera, van tras ese supuesto
de racionalidad, cuestionando la manera en que opera (¡o más bien deja de
hacerlo!) bajo diferentes contextos y en distintos estratos socioeconómicos de
población.
El WDR
2015 construye su argumento alrededor de lo que ellos (el Banco Mundial) llaman
los tres principios de las decisiones humanas: el pensamiento automático, en
donde muchas de nuestras decisiones se toman casi de manera refleja, es decir,
sin mucha deliberación y/o análisis sofisticado; el pensamiento social, que
reconoce la importancia de la conducta cooperativa entre individuos; y el
pensamiento basado en modelos mentales, que señala cómo las personas no nos inventamos
conceptos sino más bien invocamos muchos de ellos al observarlos en otros.
De
estos tres principios se desprende una conclusión muy poderosa: el cómo es
tanto o más importante que el qué. Un
colega y amigo economista suele decir que “generalmente no es lo que se dice
sino el ‘modito’ con que se dice”. Y aunque
parezca broma, es una expresión con gran contenido, pues muchas veces con
solamente cambiar la manera en que se comunica un mensaje o encontrar el
momento más oportuno para plantear una decisión se pueden inducir mucho mejores
resultados. En política pública esto
puede hacer toda la diferencia entre la adopción de una tecnología más
eficiente o la disuasión de una conducta que se considera socialmente
indeseable.
Ahora
bien, si esta línea de trabajo ya se venía desarrollando en las ciencias
sociales desde hace varios años, como podemos constatar en la amplia literatura
de la economía del comportamiento y experimental, ¿cuál es entonces la novedad
del WDR 2015? Me parece que hay dos
cosas que merecen resaltarse.
La
primera, que este marco conceptual haya permeado tan alto en una organización
como el Banco Mundial, hasta convertirse en el tema de su publicación anual más
importante. Eso podría llegar a tener un
impacto en la forma como se implemente la política pública de los países en
desarrollo, pues es innegable que, para bien y para mal, organizaciones de alcance
global como ésta tienen un enorme poder de influencia para colocar temas e
instalar determinadas prácticas.
La
segunda, que dentro del mismo reporte hay un reconocimiento –de hecho dedican
un capítulo completo– a los sesgos y prejuicios que los mismos expertos,
funcionarios encargados de formular políticas y profesionales del desarrollo
tienen en el ejercicio de su profesión.
Esto no es cosa menor, pues de alguna manera hay allí un mea culpa y
llamado de cautela a la manera en que deben tomarse análisis y prescripciones
al momento de definir reformas, programas y proyectos. Importante porque aunque la sociedad civil del
mundo entero siempre ha alzado la voz a las recetas que emanan de organismos
financieros internacionales, no se había abierto la puerta a la posibilidad de
discutir los sesgos y prejuicios que también la tecnocracia tiene.
Ojalá sepamos
aprovechar este interesante espacio alternativo de reflexión que se ha creado. Bien conducido creo que puede significar
nuevas y muy constructivas formas de diálogo político desde la periferia hacia
el centro y viceversa. Por ahora “kudos”
al banco por este aporte.
No hay comentarios:
Publicar un comentario