jueves, 12 de febrero de 2015

Mente, sociedad y conducta

“(…)de alguna manera hay allí un mea culpa y llamado de cautela a la manera en que deben tomarse análisis y prescripciones al momento de definir reformas, programas y proyectos.”

Ese es el título que lleva el Informe sobre el Desarrollo Mundial (WDR, por sus siglas en inglés) del 2015.  En esencia es un cuestionamiento a la noción que por tantos años ha prevalecido sobre la manera en que las personas toman decisiones.  Esa idealización de que todos somos siempre coherentes, estratégicos, con visión de futuro, y egoístas.  Eso que en economía llamamos racionalidad de los agentes económicos.  

Inmediatamente me hizo recordar los libros “Nudge: Improving decisions about health, wealth and happiness” de Thaler y Sunstein, y “Poor Economics” de Banerjee y Duflo.  Ambos textos, a su manera, van tras ese supuesto de racionalidad, cuestionando la manera en que opera (¡o más bien deja de hacerlo!) bajo diferentes contextos y en distintos estratos socioeconómicos de población. 

El WDR 2015 construye su argumento alrededor de lo que ellos (el Banco Mundial) llaman los tres principios de las decisiones humanas: el pensamiento automático, en donde muchas de nuestras decisiones se toman casi de manera refleja, es decir, sin mucha deliberación y/o análisis sofisticado; el pensamiento social, que reconoce la importancia de la conducta cooperativa entre individuos; y el pensamiento basado en modelos mentales, que señala cómo las personas no nos inventamos conceptos sino más bien invocamos muchos de ellos al observarlos en otros.   

De estos tres principios se desprende una conclusión muy poderosa: el cómo es tanto o más importante que el qué.  Un colega y amigo economista suele decir que “generalmente no es lo que se dice sino el ‘modito’ con que se dice”.  Y aunque parezca broma, es una expresión con gran contenido, pues muchas veces con solamente cambiar la manera en que se comunica un mensaje o encontrar el momento más oportuno para plantear una decisión se pueden inducir mucho mejores resultados.  En política pública esto puede hacer toda la diferencia entre la adopción de una tecnología más eficiente o la disuasión de una conducta que se considera socialmente indeseable. 

Ahora bien, si esta línea de trabajo ya se venía desarrollando en las ciencias sociales desde hace varios años, como podemos constatar en la amplia literatura de la economía del comportamiento y experimental, ¿cuál es entonces la novedad del WDR 2015?  Me parece que hay dos cosas que merecen resaltarse. 

La primera, que este marco conceptual haya permeado tan alto en una organización como el Banco Mundial, hasta convertirse en el tema de su publicación anual más importante.  Eso podría llegar a tener un impacto en la forma como se implemente la política pública de los países en desarrollo, pues es innegable que, para bien y para mal, organizaciones de alcance global como ésta tienen un enorme poder de influencia para colocar temas e instalar determinadas prácticas.    

La segunda, que dentro del mismo reporte hay un reconocimiento –de hecho dedican un capítulo completo– a los sesgos y prejuicios que los mismos expertos, funcionarios encargados de formular políticas y profesionales del desarrollo tienen en el ejercicio de su profesión.   Esto no es cosa menor, pues de alguna manera hay allí un mea culpa y llamado de cautela a la manera en que deben tomarse análisis y prescripciones al momento de definir reformas, programas y proyectos.  Importante porque aunque la sociedad civil del mundo entero siempre ha alzado la voz a las recetas que emanan de organismos financieros internacionales, no se había abierto la puerta a la posibilidad de discutir los sesgos y prejuicios que también la tecnocracia tiene.     

Ojalá sepamos aprovechar este interesante espacio alternativo de reflexión que se ha creado.  Bien conducido creo que puede significar nuevas y muy constructivas formas de diálogo político desde la periferia hacia el centro y viceversa.  Por ahora “kudos” al banco por este aporte. 

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