miércoles, 3 de diciembre de 2014

Transformación en 4 tiempos

“(…) la transformación rural está teniendo lugar, lo queramos aceptar o no, actuemos sobre ella o no.  Y las consecuencias de que suceda con un Estado ausente son nefastas.”

Hace un par de semanas escribí una columna titulada ¿vaciar o transformar?  Allí hacía referencia a lo importante que es mantener viva la discusión en Guatemala con relación al futuro de nuestro sector rural.  Planteaba dos visiones que actualmente compiten entre sí. 

Una que apela a la innegable tendencia a la urbanización y por consiguiente preparar a los habitantes rurales para en algún momento ser ciudadanos de ciudades intermedias o metrópolis; versus otra que, sin negar tal realidad, propone opciones de transformación rural que amplíen su viabilidad como espacio en donde nuevas generaciones quieran y puedan efectivamente quedarse o volver, porque allí pueden desarrollarse económica y políticamente.  En otras palabras, desmontar la nefasta igualdad que hemos hecho de ruralidad con atraso. 

Curiosamente durante los últimos días cayeron en mis manos un par de documentos muy interesantes sobre el mismo tema. 

Uno es un estudio que está por comenzar en Asia, coordinado por la Academia China de las Ciencias, cuyo objetivo es analizar procesos de transformación rural en China, Vietnam y Myanmar.  Pero ya no solamente para discutir el concepto de transformación rural y sus determinantes sino ir un paso más allá, buscando patrones y secuencias de políticas que puedan apoyar tal transformación.   

La tesis que empuja el estudio es que la transformación rural no solamente es posible sino que de hecho ya está teniendo lugar, a distintas velocidades y con distintos resultados, según las condiciones de cada país. 

Sin embargo, con todo y las diferencias idiosincráticas se pueden identificar por lo menos cuatro grandes fases.  La primera, en donde predomina la pequeña agricultura orientada a la seguridad alimentaria. En dicha fase el reto principal es aumentar su productividad.  La segunda fase es la introducción de cultivos de mayor valor agregado, que permita a productores pequeños ya no solamente satisfacer sus necesidades de alimentación, sino intercambiar en mercados más dinámicos y rentables, aumentando así su nivel de ingreso.  En la tercera, se observa una mayor diversificación en las estrategias de ingreso de los hogares más allá de la agricultura.  Aumenta la importancia de actividades rurales no agrícolas. 

Finalmente, la cuarta fase es una en donde los hogares rurales buscan especializarse.  Por una parte estarían aquellos que adoptan la migración como estrategia de empleo e ingresos y logran construir conexiones y relaciones económicas estables con mercados urbanos secundarios o ciudades principales.  Y por la otra, estarían aquellos otros hogares con ventajas comparativas para seguir trabajando la tierra, y por lo tanto alcanzando niveles de eficiencia y valor agregado en su producción tales que les permite generar un nivel de ingreso, acumulación y aseguramiento ante choques externos.     

El otro documento es un artículo que salió publicado en la edición de fin de semana del New York Times titulado “La desintegración de la China rural”.  Escrito por Joe Zhang, un ex gerente del Banco Popular de China, narra su experiencia al observar en un lapso de treinta años la transformación que han tenido aldeas chinas, explicado en buena medida por la retirada del Estado.  A su juicio, hoy la calidad de vida y el tejido social se han deteriorado significativamente en el campo chino. 

Guardando la distancia que obviamente existe entre la reflexión académica versus la narración de una experiencia individual, lo interesante de combinar ambos relatos es la conclusión a la que apuntan: la transformación rural está teniendo lugar, lo queramos aceptar o no, actuemos sobre ella o no.  Y las consecuencias de que suceda con un Estado ausente son nefastas.  

Es una nueva alerta a no dejar todo ingenuamente en manos del mercado.  Tiene que haber una acción afirmativa de parte del gobierno, que se materialice en inversión pública para generar condiciones mínimas que hagan viable a los territorios rurales.  Pero para eso es necesario un Estado fuerte política, técnica, institucional y financieramente.  Un Estado con capacidad de respuesta pero también de transformación.  

Lecciones que nos manda Asia y que son absolutamente extrapolables a países como Guatemala. 

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