Hace un
par de semanas escribí una columna titulada ¿vaciar o transformar? Allí hacía referencia a lo importante que es
mantener viva la discusión en Guatemala con relación al futuro de nuestro sector
rural. Planteaba dos visiones que actualmente
compiten entre sí.
Una que
apela a la innegable tendencia a la urbanización y por consiguiente preparar a
los habitantes rurales para en algún momento ser ciudadanos de ciudades
intermedias o metrópolis; versus otra que, sin negar tal realidad, propone opciones
de transformación rural que amplíen su viabilidad como espacio en donde nuevas
generaciones quieran y puedan efectivamente quedarse o volver, porque allí pueden
desarrollarse económica y políticamente.
En otras palabras, desmontar la nefasta igualdad que hemos hecho de
ruralidad con atraso.
Curiosamente
durante los últimos días cayeron en mis manos un par de documentos muy
interesantes sobre el mismo tema.
Uno es un
estudio que está por comenzar en Asia, coordinado por la Academia China de las
Ciencias, cuyo objetivo es analizar procesos de transformación rural en China,
Vietnam y Myanmar. Pero ya no solamente para
discutir el concepto de transformación rural y sus determinantes sino ir un paso
más allá, buscando patrones y secuencias de políticas que puedan apoyar tal
transformación.
La
tesis que empuja el estudio es que la transformación rural no solamente es
posible sino que de hecho ya está teniendo lugar, a distintas velocidades y con
distintos resultados, según las condiciones de cada país.
Sin
embargo, con todo y las diferencias idiosincráticas se pueden identificar por
lo menos cuatro grandes fases. La
primera, en donde predomina la pequeña agricultura orientada a la seguridad
alimentaria. En dicha fase el reto principal es aumentar su productividad. La segunda fase es la introducción de
cultivos de mayor valor agregado, que permita a productores pequeños ya no
solamente satisfacer sus necesidades de alimentación, sino intercambiar en
mercados más dinámicos y rentables, aumentando así su nivel de ingreso. En la tercera, se observa una mayor diversificación
en las estrategias de ingreso de los hogares más allá de la agricultura. Aumenta la importancia de actividades rurales
no agrícolas.
Finalmente,
la cuarta fase es una en donde los hogares rurales buscan especializarse. Por una parte estarían aquellos que adoptan
la migración como estrategia de empleo e ingresos y logran construir conexiones
y relaciones económicas estables con mercados urbanos secundarios o ciudades
principales. Y por la otra, estarían aquellos
otros hogares con ventajas comparativas para seguir trabajando la tierra, y por
lo tanto alcanzando niveles de eficiencia y valor agregado en su producción tales
que les permite generar un nivel de ingreso, acumulación y aseguramiento ante
choques externos.
El otro
documento es un artículo que salió publicado en la edición de fin de semana
del New York Times titulado “La desintegración de la China rural”. Escrito por Joe Zhang, un ex gerente del
Banco Popular de China, narra su experiencia al observar en un lapso de treinta
años la transformación que han tenido aldeas chinas, explicado en buena medida
por la retirada del Estado. A su juicio,
hoy la calidad de vida y el tejido social se han deteriorado significativamente
en el campo chino.
Guardando
la distancia que obviamente existe entre la reflexión académica versus la
narración de una experiencia individual, lo interesante de combinar ambos
relatos es la conclusión a la que apuntan: la transformación rural está
teniendo lugar, lo queramos aceptar o no, actuemos sobre ella o no. Y las consecuencias de que suceda con un
Estado ausente son nefastas.
Es una
nueva alerta a no dejar todo ingenuamente en manos del mercado. Tiene que haber una acción afirmativa de
parte del gobierno, que se materialice en inversión pública para generar
condiciones mínimas que hagan viable a los territorios rurales. Pero para eso es necesario un Estado fuerte política,
técnica, institucional y financieramente.
Un Estado con capacidad de respuesta pero también de transformación.
Lecciones
que nos manda Asia y que son absolutamente extrapolables a países como Guatemala.
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