jueves, 13 de noviembre de 2014

¿Vaciar o transformar?

“Transformación rural es la reorganización de la sociedad en un espacio determinado, y no un espacio que se vacía cuando las personas y la actividad económica se alejan.”

Hace unas semanas tuve un intercambio de ideas muy interesante con un colega guatemalteco.  Debatíamos sobre la comprensión que cada uno teníamos del desarrollo, del papel que tiene la urbanización y la importancia que cada cual asignaba a lo rural.  

Él defendía la tesis de urbanización como estrategia de desarrollo –con argumentos todos muy válidos, debo decir–.  Por ejemplo, el costo más bajo que tiene proveer de bienes, servicios e instituciones públicas cuando la población está concentrada en un lugar, a diferencia de tener que hacerlo a hogares todos dispersos entre cerros, laderas y barrancos. 

Por mi parte, yo trataba de hacer ver el valor que indiscutiblemente tiene la urbanización, pero conjugada con una estrategia de desarrollo para el espacio rural.  Porque a pesar de que nuestro continente es de los más urbanizados, me cuesta imaginarlo como una mera colección de ciudades en donde el campo es visto como una variable residual, que tiene como destino inexorable una muerte lenta por la parálisis que genera el éxodo de sus jóvenes. 

Mis razones son muy sencillas.  Amparadas en la observación que he hecho durante los últimos años del mundo rural Latinoamericano.  En el espacio rural es donde se producen los alimentos de toda la población.  Es allí mismo en donde nacen y se manifiestan con más fuerza las organizaciones cooperativas.  Y es en lo rural donde se desarrolla una buena parte de la mal llamada economía informal, que mal que bien genera empleo, ingresos y medios de vida a muchísimas personas.  (Eso sin mencionar que es en el espacio rural en donde se encuentra la base de nuestra biodiversidad.) 

Tales razones –alimentos, asociatividad y dinamismo económico– para mí son suficientes para prestarle atención a lo rural.  Sin embargo, si se quisiera llevar el argumento a una escala más compleja, también podríamos recordar que es en el espacio rural en donde se manifiestan las mayores formas de discriminación, exclusión, pobreza y desigualdad.  En otras palabras, son los habitantes rurales los que están más fregados al momento de hacer corte de caja y ver cómo le ha ido a cada quien en la sociedad en un momento dado. 

En un plano más teórico, durante los últimos años ha ganado mucho terreno el concepto de transformación rural, entendido como –y aquí cito partes de un artículo de mi coautoría– ‘ese proceso de cambio social integral mediante el cual las sociedades rurales diversifican sus economías y reducen su dependencia de la agricultura; se vuelven más dependientes de lugares distantes para comerciar y para adquirir bienes, servicios e ideas; pasan de aldeas dispersas a pueblos y ciudades pequeñas y medianas; y llegan a ser culturalmente más similares a las grandes aglomeraciones urbanas. (…) La transformación rural plantea cambios en la sociedad rural, más que su desaparición. (…) Transformación rural es la reorganización de la sociedad en un espacio determinado, y no un espacio que se vacía cuando las personas y la actividad económica se alejan. (…) Es un proceso que transforma, en lugar de destruye, las sociedades rurales.’

Para un país como Guatemala, donde el porcentaje de su población rural es de los más altos del continente, y donde la población pobre, indígena y afrodescendiente converge y convive en dicho espacio con formas ultra modernas de producción y generación de riqueza, este tipo de discusiones se vuelven estratégicas y deben promoverse con mucho más vigor. 

Así, vaciar versus transformar son dos visiones de lo rural que hoy compiten entre sí.  Personalmente pienso que apostarle a vaciar el campo porque es inviable y atrasado es equivocado y arriesgado.  En su lugar, prefiero imaginar y trabajar por una transformación rural que aproveche y aporte a la modernidad.  El tiempo dirá.  

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