La
democracia y el desarrollo social no son poca cosa. Por eso no se logran de la noche a la mañana. Tampoco son un estado estático al que se
llega después de seguir una ruta predeterminada. Más bien son procesos dinámicos, que se arriesgan
todos los días, y que por lo tanto se deben defender igualmente todos los días
por la mayoría de nosotros ciudadanos. A
pulmón, a tinta, a marcha, en las aulas, en las instituciones, en la calle, en
todos los espacios posibles.
En
dicho esfuerzo, una parte muy importante pasa por conocer nuestras historias. La remota, en donde subyacen las raíces y
explicaciones de muchas barreras mentales, políticas y económicas que explican la
estructura de nuestro atraso. Pero
también la más reciente, la que se escribe día a día, mes a mes, año a año, cuatrienio
a cuatrienio.
Esta
última es muy importante que se escriba, se conozca y se discuta. Contar con testimonios recientes es una práctica
sana que se da en sociedades más avanzadas.
Refleja muchas cosas, entre ellas la posibilidad de tener plumas y
cabezas –tanto de los vencedores como de los vencidos– que están constantemente
observando, escribiendo e interpretando lo que sucede.
Así, al
concluir un ciclo político se pasa inmediatamente a ponerlo en blanco y
negro. Producir esa primera narrativa,
tan importante porque es reciente suficiente para provocar a los protagonistas
con la nitidez del detalle. Es una historia
que seguramente será revisada, reinterpretada con el tiempo. Eso no es problema. Lo importante es que surja así, casi en tiempo
real.
Una práctica
saludable que afortunadamente comienza a darse en Guatemala. La “Rendición de Cuentas” de Juan Alberto
Fuentes Knight y el “Portillo: la democracia en el espejo” de Byron Barrera
Ortiz, son dos ejemplos que nos hablan de los gobiernos de los presidentes
Alvaro Colom y Alfonso Portillo.
Administraciones
recientes que todavía levantan pasiones y opiniones encontradas, pero que sin
duda alguna es importante repasarlos y tener una lectura documentada de sus hechos. Uno desde la experiencia de un ministro de
finanzas públicas y el otro desde la secretaría de comunicación social de la
presidencia. Dos posiciones muy cercanas
al poder de turno, y que por tanto tuvieron un acceso privilegiado a
información, detalles, y seguramente una buena dosis de influencia en las
decisiones que se tomaron en su momento.
Ambos son
materiales valiosos para entender la lógica de personajes de la política
nacional, liderazgos del sector privado y de la sociedad civil, muchos de los
cuales siguen en escena moldeando nuestro cotidiano. De ahí la necesidad de que se sepa cómo y qué
decisiones tomaron, de quienes se rodearon, cómo trataron de apoyar o bloquear
cursos de acción.
Si no
ha leído estos textos, léalos. Si no
está de acuerdo con su contenido, discútalos, rebátalos, investigue y construya
su propia opinión. Pero no los deje
pasar de largo. No los ignore porque
entonces el esfuerzo queda inconcluso.
Recuerde que la mejor arma que tienen los que no quieren que nada cambie
en Guatemala es el ninguneo, la indiferencia, el silencio y la descalificación.
Hagamos
entonces todos un esfuerzo porque testimonios de esta naturaleza se conviertan más
y más en una práctica generalizada. Para
que poco a poco el país vaya recuperando su capacidad de producción, diálogo e
interés por su historia reciente. Esa narrativa
que viene inmediatamente después de la noticia y el titular, y que precede al
análisis reposado que llegará después, con más tiempo y distancia.
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