miércoles, 16 de abril de 2014

Desvaríos de un afortunado

“(…) en ciertos países el que nació muy jodido si bien le va logrará morir jodido; y el que nació multimillonario, si mal le va morirá millonario.”

El diagnóstico es más o menos el mismo en todas partes de América Latina –y quizás en casi todo el mundo– .  Lo único que cambia son  tres cosas: el tamaño de los territorios, el nivel de pobreza, y el grado de ausencia del Estado que allí se vive. Entre más alejado se está de los centros urbanos, de toma de decisión política, y de dinamismo económico, más lento pasa el tiempo y los cambios se dan a cuenta gotas. 

Así, lo que termina sucediendo es que los jóvenes salen centrifugados a la primera oportunidad que tienen.  Y los que se quedan son carne fresca para la penetración galopante de actividades ilícitas –que en tal ambiente de encierro social, bien sabe casi como a maná del cielo–.  Porque de otra manera no queda más que el abismo.  Caída libre que toma la forma de desnutrición, de bajo rendimiento escolar, de empleo precario, de baja productividad de la mano de obra y de la tierra exhausta que año a año tienen que parir mazorcas y frijoles.   

Cuando hay presencia del Estado, se parece más a un rocío casi imperceptible que a un torrente con oportunidad y posibilidad real de transformación.  Cuando hay mercados, la falta de movilidad social impone un techo psicológico que, sumado a un entorno de exclusión, minimiza las capacidades de convertirlo en una ruta de crecimiento y progreso basado en el esfuerzo personal.  No nos engañemos, en ciertos países el que nació muy jodido si bien le va logrará morir jodido; y el que nació multimillonario, si mal le va morirá millonario.    

Ante semejante y tan pesimista pinturita, entonces ¿por qué fregados seguirle buscando tres pies al gato, sabiendo que tiene cuatro?  ¿Por qué no mejor dejar que implosione esta vaina para comenzar con la mesa limpia? 

El problema es que no es así no más la cosa.  Primero, no va a implosionar, si acaso, se volverá más inviable e invivible, pero no saltará en pedazos.  No somos Haití ni Burundi ni Ucrania.  Nuestro DNA tiene otra codificación.  Por eso para gritar hay que salirse del cuarto, hay que tomar distancia, hay que buscar una lomita donde pegue un poco de aire fresco.    

Segundo, porque justamente lo que no hemos hecho es intentar la fórmula contraria: pensar en clave de largo plazo, institucional, sin prisa pero sin pausa, con una presencia del Estado mucho más fuerte y oportuna, con burocracias con vocación de servicio y remuneración acorde a sus méritos.  Eso es lo que no hemos probado, aunque la crítica diga lo contrario.

¡Ah!, casi lo olvido… por supuesto que estoy pensando y escribiendo sobre la pobreza rural profunda.  No se sienta aludido que no es para usted el cuento.  Me refiero a ese otro submundo que ni siquiera conocemos bien sino solo por asomos.  Al que no le llegará la Prensa Libre de este jueves para poder discutir desvaríos como este que nos hacemos los que, un poco por mérito y otro poco por fortuna, estamos del otro lado del cerco.  Los que caímos en el grupo de los incluidos, los no pobres, los aventajados.  Tanto, que hasta vemos las tripas del país desde muy afuera. 

Prensa Libre, 17 de abril de 2014.

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