jueves, 7 de noviembre de 2013

¿Condicionar o no condicionar?


“La miopía en la política pública tiende a mirar la coyuntura con mucha nitidez y la estructura como un cuadro impresionista.”

Hacer o no hacer transferencias en efectivo a los pobres ya no está en discusión. Por fortuna esa etapa ya la hemos superado la mayoría de latinoamericanos, al menos en aquellos países que han logrado instalar redes de protección social mínimas para ayudar a los grupos más vulnerables –comunidades rurales, mujeres, niños, indígenas, afro descendientes–.

Las preguntas hoy son otras: ¿cómo ayudar a que esta población salga de dichos programas y por esfuerzo propio pueda asegurarse el ingreso necesario para ya no ser pobre?¿cuál es la mejor mezcla de deuda y recursos propios para financiar estos programas? ¿qué tipo de condicionalidad es la que mejor funciona para cada tipo de beneficiario (e.g. rural versus urbano, prescolar versus escolar)? ¿qué otras cosas además de transferencias en efectivo podemos hacer como parte de una política de protección social?  En fin, la discusión es amplia y sustantiva.  Pero mejor aún, en el caso de América Latina, está llena de evidencia empírica, producto de dos décadas de estar invirtiendo en dicha agenda.  

En esa línea la revista The Economist publicó esta semana un artículo titulado “Pennies from heaven”, en donde trata de comparar programas de transferencias condicionadas contra programas de transferencias no condicionadas.  Me pareció interesante porque me hizo pensar en por qué los latinoamericanos hemos apostado más por la condicionalidad que por la no condicionalidad. 

El discurso más conservador dirá que así debe ser.  Porque no es bueno dar la papa pelada a los pobres.  ¡Que por lo menos les cueste la caminata a la escuela o al centro de salud!

Curioso porque esas mismas voces que siempre andan buscando cómo ahorrarle gastos al Estado –para que sea más chico y no se entrometa tanto, no crea usted que por otra cosa– deciden omitir en su argumentación que los programas no condicionados son más baratos.  Se da la plata y listo.  No hay que monitorear condicionalidades; no hay que preocuparse por la oferta, mucho menos por la calidad de la educación y la salud públicas; no hay que hacer complicados y costosos sistemas de seguimiento y evaluación, entre otros posibles ahorros.  

Personalmente pienso que las razones de mantener las condicionalidades van más allá del cuento del pescado y enseñar a pescar.  Sobre todo cuando se comparan experiencias de otras regiones del mundo en donde la capacidad del Estado es aún más limitada. 

Los latinos partimos de un piso mínimo que nos permite construir con el Estado y no a pesar de su total ausencia.  Y con ello podemos preocuparnos por tratar de resolver no solamente la falta de ingresos  suficientes que los pobres tienen hoy, sino también intentar ayudar a las nuevas generaciones para que con educación y salud puedan estar mejor equipados el día de mañana.  

Más aún, la condicionalidad sienta las bases para que las mismas comunidades beneficiarias exijan al Estado más oferta pública para poder cumplir con el requisito de educar y vacunar a sus hijos.  Esa es una externalidad positiva muy importante para nuestra democracia: devolverle el poder al pueblo para que exija a los servidores públicos de turno que cumplan con su trabajo.  Y así hay varios otros beneficios indirectos de condicionar versus no condicionar. 

En suma, el éxito o fracaso de estos programas de protección social van mucho más allá de aumentos en el ingreso de los pobres.  Hay que tener mucho cuidado de no caer en esa trampa.  La miopía en la política pública tiende a mirar la coyuntura con mucha nitidez y la estructura como un cuadro impresionista.  Pero es justamente la estructura la que debe ser transformada para superar el atraso.     

Prensa Libre, 7 de noviembre de 2013. 
 

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