jueves, 20 de diciembre de 2012

Subsistencia en tiempos de crisis

“(…) pobreza, desigualdad y ruralidad son condiciones que generalmente vienen asociadas a otras como bajos niveles de institucionalidad y capacidad de respuesta de las agencias públicas.”

Para amortiguar los efectos que tienen las crisis económicas en los deciles más bajos de la población típicamente se recomienda utilizar a las redes de protección social como instrumento de política.  Eso es correcto en la medida en que los gobiernos cuenten con tales redes. 

El problema es que en países con elevados niveles de pobreza, desigualdad y ruralidad, generalmente se hace más costosa cualquier intervención debido a la amplia dispersión de la población.  Además, pobreza, desigualdad y ruralidad son condiciones que generalmente vienen asociadas a otras como bajos niveles de institucionalidad y capacidad de respuesta de las agencias públicas.  Guatemala es un buen ejemplo. 

Desde una perspectiva más amplia de atención a los pobres, hay que pensar entonces en instrumentos de política pública adicionales que se complementen con programas de protección social más tradicionales.  La escalada en precios internacionales de los alimentos que hemos observado durante los últimos años ha detonado reflexiones de este tipo. 

En un interesante artículo titulado “Subsistence farming as a safety net for food-price shocks” los profesores Alain De Janvry y Elisabeth Sadoulet discuten alternativas que desde la agricultura de subsistencia se pueden poner en marcha para mitigar los efectos negativos que acarrean las alzas de precios de alimentos para los hogares más pobres en el campo.  La idea central de su planteamiento viene en dos vías. 

En un nivel macro, países pequeños y más pobres generalmente tienen un menú de instrumentos de política mucho más restringido, distintos a los que pueden utilizar países grandes y más ricos.  Así por ejemplo, reducciones arancelarias a la importación de alimentos tiene un alcance limitado debido a la liberalización comercial que ya ha tenido lugar.  Lo mismo sucede con políticas de subsidios, fuertemente restringidas por el costo de oportunidad que supone utilizar los exiguos recursos fiscales en tales fines. 

En un nivel micro se debe reconocer que los agricultores de subsistencia participan de manera diferente en los mercados de alimentos.  Es decir, algunos son vendedores netos, otros autosuficientes, y otros compradores netos.  Claramente el grupo de compradores netos de alimentos es el que absorbe el impacto negativo ante subidas de precios y por lo tanto demanda una atención prioritaria sobre los otros dos grupos. 

En ese contexto, las recomendaciones de De Janvry y Sadoulet van por la vía de elevar la productividad de la tierra y del trabajo de los productores de subsistencia, a través de una combinación de apoyos de asistencia técnica, acceso a semillas, fertilizantes y otros insumos, así como a servicios financieros, entre otros.   La novedad de su propuesta no radica tanto en las medidas que proponen, que de hecho son todas muy conocidas y estándar.  Lo interesante es que aborda a la agricultura de subsistencia desde una óptica distinta.  Más como parte de la solución y menos como parte del problema.  Más como sujetos con capacidad de identificar y ejecutar sus propias estrategias de vida y menos como simples objetos pasivos de una política de protección social. 

Con todo, los autores también son muy claros al referirse a la agricultura de subsistencia como un instrumento transitorio y sub óptimo en el largo plazo, pero que ciertamente puede ser utilizado cuando (sic) “los shocks de precios son recurrentes, la pobreza rural es amplia, los servicios financieros son incompletos, y la capacidad de atender a los pobres con otros mecanismos resulta más costoso”.  Es decir, en entornos muy similares a los que tenemos en Guatemala hoy día.    

Insumos analíticos de este tipo son muy valiosos y pertinentes para provocar pensamiento alternativo que nos permita oxigenar la discusión local, y diseñar así mejores estrategias de reducción de pobreza rural, que atiendan de manera más activa a los eslabones más débiles de la cadena de producción en el campo.    

Prensa Libre, 20 de diciembre de 2012.

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