jueves, 13 de septiembre de 2012

Los temores de la izquierda

“Al final es tan nocivo una izquierda que idealiza al Estado como una que lo instrumenta para impulsar una propuesta caduca.”

Honestamente no se me ocurrió al escribir la columna de la semana pasada.  No la vi venir, como dicen los patojos.  Pero como bien me recordaron dos amigos y colegas, si hay temores en la derecha, tienen que haber también temores en la izquierda, ¿no es verdad?  Por supuesto que los hay, y es necesario reflexionar al respecto.    

Así como a la derecha más conservadora se la señala de no amar al Estado, en esta visión dicotómica de la realidad, a la izquierda más radical se le podría señalar una aversión a cualquier cosa que tenga que ver con el mercado y el gran empresariado.  Sin embargo, reflexionar solamente en esa dirección me parece muy limitado.  Aporta poco y quizás solo contribuye a profundizar la miopía con que sucede el diálogo político entre algunos grupos de nuestra sociedad.  Me parece más oportuno reflexionar en el tipo de relación que una parte de la izquierda puede tener con respecto al Estado y su papel en la economía. 

En términos de estrategia de comunicación, si tuviera que hacer el paralelismo con los dos principios atribuidos a la derecha más conservadora del país, diría que la izquierda más radical también tiene sus rasgos característicos.  El primero de ellos: desconfiar del adversario.  La estrategia del ignorar a través del silencio y el ninguneo quizás no es tan generalizada, pero sí la de desconfiar a priori.  Espera permanentemente el cambio de reglas, el incumplimiento recurrente de lo acordado, ó la táctica dilatoria en las mesas de diálogo – que en democracia se vuelve un arma letal cuando los tiempos políticos son esenciales para avanzar o descarrilar una reforma –. 

El segundo principio fue durante muchos años tirar del hilo hasta que se desgarre el poco tejido social, bajo el supuesto de que no había otra forma de reformar lo que había.  Esta visión debió cambiar producto de dos factores: internacionalmente el derrumbe del bloque soviético y localmente su derrota militar. 

El problema es que a esa izquierda le ha costado muchísimo rearmarse conceptualmente y desarrollar una propuesta económica vendible a una audiencia más amplia.  Lo que queda en el imaginario de las personas con respecto a la izquierda más radical de Guatemala es que no va mucho más allá de proponer aumentos en la tributación directa y del gasto social, y usar al Estado como un dique de contención de la iniciativa privada.   

Esta debilidad se ha transformado casi en una tara y temor, que les ha impedido granjearse la confianza de una población que padece problemas no muy distintos a los de El Salvador y Nicaragua, por ejemplo, siendo que en aquellos países la suerte con que han corrido sus izquierda es claramente distinta.   

El otro gran temor o tara que tiene esa izquierda es a renovar sus cuadros.  La democracia, que tanto les sirvió para replantear algunas de sus demandas y abrirse un espacio en el espectro político, no es algo que se asuma internamente.   Por supuesto ambas cosas van de la mano: sin cuadros renovados no hay conceptos y propuestas renovadas.   Las ideas frescas no se producen por generación espontánea. 

La competencia como concepto pareciera ser mal vista en esa izquierda, tanto en términos económicos como políticos.  De allí que el resultado solo pueda ser atomización en pequeños grupos sin mayor tracción social, con el agravante de replicar esquemas autoritarios que solo acaban el día que desaparece el caudillo. 

¿Qué pasa entonces? ¿Subyace allí un espíritu antidemocrático que les impedirá permanentemente entrar a la modernidad? ¿Subyace el iluminismo entre sus dirigentes, que les impide abrir la discusión y dejar que haya competencia de ideas y propuestas? ¿Subyace la incapacidad de superar los golpes de la historia? ¿Subyace el pecado original que obliga a esperar que cambie el protoplasma de su dirigencia para que, ojalá, las nuevas generaciones con más mundo y cancha tengan la visión de encontrar puntos de apoyo y encuentro ante una sociedad que necesita escuchar opciones frescas a problemas añejos de pobreza y desigualdad?

Al final es tan nocivo una izquierda que idealiza al Estado como una que lo instrumenta para impulsar una propuesta caduca.  En el primer caso, porque idealiza la capacidad transformadora del Estado en su estado actual.  En el segundo, porque se pone en posición de abuso de poder, haciéndose inviable política y económicamente. 

Con todo, como decía la semana pasada, al final el fortalecimiento de nuestro Estado, tanto en su dimensión de tamaño como de fuerza, es conveniente tanto para la derecha como para la izquierda de Guatemala.  Es peligroso seguir alimentando el imaginario de una izquierda incapaz de conectar con las necesidades de la población, o que solamente desde el Estado se puede transformar la realidad.  Pero eso puede cambiar, no nos equivoquemos. 

 Prensa Libre, 13 de septiembre de 2012.

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