jueves, 6 de septiembre de 2012

Los temores de la derecha


“(…) el fortalecimiento de nuestro Estado es conveniente tanto para la derecha como para la izquierda de Guatemala.”

En una nota publicada el domingo pasado en elPeriódico, el Profesor Edelberto Torres-Rivas hace una pregunta directa y fulminante: ¿por qué la derecha no ama al Estado?  Muchos quisiéramos saber la respuesta, pero lamentablemente creo que ni Torres-Rivas ni el resto de guatemaltecos tendremos la oportunidad de escucharla.  Fundamentalmente porque la derecha en Guatemala opera bajo dos principios tácitos en su estrategia de comunicación. 

El primero: ignorar al adversario.  Restar fuerza a sus argumentos por la vía del silencio, con lo cual nos recuerda que las voces disidentes no tienen espacio ni méritos suficientes como para dedicar tiempo de aire o tinta en prensa y entrar en una discusión.  Lamentablemente con tal actitud perdemos todos como sociedad.  El diálogo de sordos se instala y con ello se deprecia la calidad del debate. 

El segundo principio: no halar el hilo más de la cuenta.  No sea que se deshilache el poco tejido social.  En este caso significa no responder la primera pregunta, porque ello necesariamente implicaría responder una segunda y quizás una tercera, todas progresivamente más complejas y difíciles de explicar y sostener ante una audiencia más amplio y ajena a sus intereses.      

En ambos casos la racionalidad es la misma: mantengámo(no)s cada mico en su columpio, sin cambiar la topografía del terreno.  El conservadurismo ha de prevalecer.  Los cambios, si no hay otra solución, que sean los menores, y mejor si se van implementando cual ejercicios de estática comparativa: moviendo una variable a la vez.  Ello mantiene el orden, su orden.  Como botón de muestra la más reciente oposición a iniciativas de diálogo amplio y vinculante de nuestro contrato social, aunque hay otros ejemplos por supuesto.  

El problema es que esta estrategia de la derecha más conservadora se hace cada vez más cuesta arriba.  Los planteamientos dicotómicos han sido más que superados por esquemas que plantean complementariedades, ampliamente reconocidas y documentadas por lo demás, en donde el accionar de lo privado para generar riqueza y bienestar solamente es posible en un marco de bienes públicos y un contrato social que atienda necesidades y aspiraciones de las mayorías.  Ante la caricatura del Estado y el mercado en un juego de suma cero, como bien apunta Torres-Rivas, (sic) “ya se concluyó hace tiempo que son dos instituciones fundamentales necesariamente complementarias en la dinámica social, en una relación variable según los tiempos”.

Lo curioso es que esa relación simbiótica que se niega hacia adentro se reconoce y utiliza para su beneficio hacia afuera.  No de palabra, claro está, porque hay que mantener una consistencia mínima en el discurso, pero sí de hecho.  Por ejemplo, en la formación de cuadros dirigenciales y de su intelectualidad.  Allí sí salen a jugar en una cancha global, compartiendo espacios con el centro y la izquierda, pues todos los que hemos tenido la oportunidad de procurar para sí y para los nuestros una mejor educación, moderna y con exposición a realidades y arreglos sociales distintos, lo hemos hecho, sin excepción, en sociedades en donde la presencia – en tamaño y fuerza – del Estado es mucho mayor que en Guatemala.

¿Qué pasa entonces? ¿Subyace el temor a la institucionalización de derechos (entitlements) que vienen asociados a un gasto público social cada vez mayor?¿Subyace el temor a un despilfarro y abuso de la función pública? ¿Subyace el temor a una competencia mayor, producto del crecimiento de una clase media y media alta, de un nuevo empresariado pequeño y mediano que hoy opina y expresa sus disensos, y que quiere competir en igualdad de oportunidades con grupos sociales y económicos históricamente favorecidos y consolidados al amparo de ese mismo Estado que hoy desnudan y mal nutren? 

Por fortuna, muchos de esos temores se pueden esfumar con normativas que garanticen transparencia y eficiencia, con una inversión fuerte en formación y remuneración de servidores públicos que den visión y sentido estratégico a las acciones estatales.  Otros de esos temores, sin embargo, me temo que no tienen solución.  La derecha más conservadora tendrá que aprender a superarlos o desaparecerá, pues Guatemala debe seguir transitando en su proceso de apertura, transformación social y modernización. 

Al final, el fortalecimiento de nuestro Estado, tanto en su dimensión de tamaño como de fuerza, es conveniente tanto para la derecha como para la izquierda de Guatemala.  Ya hay demasiados recursos que hoy se canalizan privadamente, no porque sea la forma socialmente óptima de hacerlo, sino porque no existen condiciones para una provisión pública con calidad y equidad.  Pero eso puede cambiar, no nos equivoquemos. 

Prensa Libre, 6 de septiembre de 2012.

 



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