jueves, 20 de septiembre de 2012

El relato guatemalteco

“Nos falta ese imaginario equivalente al sueño americano o al Estado de bienestar que oriente, acote, y otorgue un grado mínimo de concreción al discurso político.”

Leí hace unos días un artículo de José Ignacio Torreblanca – profesor, think tankero y columnista, como se define en la página del diario español El País – titulado “El relato”.  Fundamentalmente hace una crítica a la manera en que la clase política dialoga con sus sociedades, a cómo traslada sus mensajes y cómo interactúa con sus electores a partir de la interpretación de un imaginario social.  Ese que en los años de la posguerra se podía alcanzar a partir de una oferta política acotada, ideológicamente hablando: liberales o conservadores, socialdemócratas o demócrata-cristianos.  

Usando como ejemplo a Occidente: Estados Unidos y Europa, Torreblanca señala las consecuencias de la mutación que han tenido los partidos políticos, sacrificando claridad y coherencia en sus planteamientos en aras de capturar al votante medio y hacerse del poder.  Lo que tantas veces hemos dicho en Guatemala respecto a los comités electoreros que tenemos por agrupaciones políticas, que (sic) “en su aspiración a gobernar, están dispuestos a hacer gala de toda la flexibilidad ideológica que haga falta y, lo que es más, no solo no hacen ascos a los votos que provienen del campo contrario sino que diseñan estrategias específicas para captarlos.”

La clase política en Occidente ha cambiado de instrumento para comunicarse con su sociedad (con sus votantes).  Mientras que los políticos norteamericanos apelan con mucha fuerza al sueño americano y quién de sus líderes en contienda lo representa de mejor manera, en Europa se aferran a su Estado del bienestar y las reformas que haya que hacerle para que siga asegurando a salud, educación y una vejez digna.  En dos palabras: protección social. 

La reflexión me pareció pertinente para Guatemala – y quizás para la mayoría de latinoamericanos – en dos dimensiones. En primer lugar, por la relevancia que tiene con relación a los vehículos que usa nuestra clase política para hacerse de votos y gobernarnos.  Tanto en Occidente como en nuestro país, las ideologías parecen haber entrado en desuso para leer y proponer soluciones a nuestros problemas estructurales. 

Pero además, el agravante en el caso latinoamericano es que no se tiene un relato propio al que podamos apelar.  Nos falta ese imaginario equivalente al sueño americano o al Estado de bienestar que oriente, acote, y otorgue un grado mínimo de concreción al discurso político.  En otras palabras, los latinoamericanos ¿a qué aspiramos? ¿cuál es nuestro referente?

Probablemente mucho de esto está conectado, al menos en el caso de Guatemala, con la enorme debilidad institucional que tanto hemos señalado muchos.  Esa anorexia de nuestro Estado y sus instituciones, que no solamente tienen el efecto concreto de no ser capaz de resolver urgencias básicas como salud, educación, seguridad y justicia, sino que en un plano más abstracto, tampoco constituye referente de nada para la población. 

Por consiguiente, al carecer de ese relato nacional, lo que nos queda son referencias parciales, identidades de grupo, una colección de imaginarios más chiquitos que representan a colectivos específicos pero que no representan a la sociedad en su conjunto: indígenas, campesinos, capitalinos, militares, empresarios, etcétera. 

¿Cuál es el sueño guatemalteco – en contraposición al americano? ¿cuál es el tipo de Estado que buscamos – si no es el del bienestar a la europea? ¿cuál es la institucionalidad mínima que necesitamos para hacer viable cualquiera que decidamos sea nuestra aspiración como país?  Porque de una cosa debemos estar claros: un relato sin institucionalidad es un cascarón de carnaval – ruidoso, coloreado, pero finalmente frágil y vació de contenido. 

Prensa Libre, 20 de septiembre de 2012. 

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