miércoles, 21 de marzo de 2012

El caribe inglés

“A pesar de ser tan diminutos algunos, todas estas características socioeconómicas se traducen en niveles de desarrollo humano alto, que ya quisieran tener territorios inmensos como Guatemala o Nicaragua.”

Al pensar en el caribe inglés seguramente la imagen que nos cruza por la mente es la de un lugar muy parecido al paraíso. Arena blanca, mar azul profundo, brisa, tranquilidad. Territorios pequeños, que en el mapa asemejan un collar de perlas-islas, en el cuello del mar de las Antillas.

Países de los que muy poco se habla, de los que se conoce poco. Generalmente porque se lo comen los promedios. Los grandes números de Latinoamérica, en donde Caribe se escribe con letras más chicas.

Pero que al igual que el resto, también son pueblos con diversos y muy complejos retos de desarrollo. Algunos comunes a otros Estados más grandes, otros que solamente los viven y entienden ellos. Allí, escondidos detrás de un ingreso por habitante que los coloca en la franja media del termómetro, población escolarizada a nivel medio, pobreza por debajo del promedio continental, cobertura de servicios básicos aceptable.

Recursos hay. Humanos, naturales, y hasta cierto punto institucionales. Son naciones jóvenes, herederas de la tradición inglesa de servicio civil (ahora bastante tropicalizado), que ciertamente les podría dar un piso mínimo para una estrategia de crecimiento y desarrollo a mediano plazo. A pesar de ser tan diminutos algunos, todas estas características socioeconómicas se traducen en niveles de desarrollo humano alto, que ya quisieran tener territorios inmensos como Guatemala o Nicaragua.

Los embudos parecen estar en otra parte. Por ejemplo, en un cierto aislamiento natural, producto de su geografía. Poca tierra, poca población, poca masa crítica para hacer economías de escala. Ayer nos decía una economista local: “un aeropuerto o un puerto marítimo tiene tamaños y costos mínimos que no se pueden encoger solo porque en tal o cual isla viven 50 o 70 mil habitantes. Eso eleva el peso relativo de nuestros costos fijos”.

Además tienen una alta vulnerabilidad a desastres naturales. Tormentas tropicales y huracanes se pasean como Pedro por su casa. Como dicen los sajones “it is not if, but when…”. Y no solamente dejan un rastro de pérdidas al aparato productivo, que inevitablemente hay que volver a reconstruir, sino que además impactan a dos o tres islas a la vez. Riesgo correlacionado puro y duro, que a no hace sino encarecer aún más sus costos de producción y opciones de aseguramiento.

Para completar el boceto, padecen de la enfermedad de moda: sus niveles de endeudamiento y la restricción (incluso amenaza) que ello implica a la estabilidad macroeconómica de estas pequeñas economías. Niveles de deuda con respecto al producto interno bruto del 60%, 80%, y hasta 150%, con cargas tributarias alrededor del 20%, son una fuente de vulnerabilidad a la gestión de sus finanzas públicas, que fácilmente puede tener consecuencias devastadoras para su calidad de vida.

Es un reto pensar en las perspectivas a mediano plazo del caribe inglés. Imaginar sus motores de desarrollo, más allá de “commodities” y la maldición que las acompaña por la volatilidad de los precios internacionales; o del turismo y su fragilidad ante condiciones económicas externas; o incluso de los sistemas financieros fuera de plaza, y el riesgo de reventar a toda una generación con un simple esquema de Ponzi, como ya ha ocurrido antes.

Pero quizás la lección más clara que nos deja a practicantes del desarrollo, es constatar que la complejidad de los desafíos no están asociados al tamaño de los pueblos ó a la extensión de sus territorios. Así que por ahora, de vuelta al pizarrón a seguir pensando juntos…

Prensa Libre, 22 de marzo de 2012

No hay comentarios:

Publicar un comentario