jueves, 6 de octubre de 2011

Cosas veredes, amigo Sancho

“La falta de empleo es y seguirá siendo el principal y más claro detonante de malestar en los hogares y economías de cualquier parte del mundo.”

Esta recurrente crisis económica ha puesto de manifiesto una de las principales debilidades que tienen la mayor parte de las economías en el mundo: generación de empleo. Y aunque la discusión entre economistas especula ampliamente sobre lo que debe hacerse para alcanzar un crecimiento económico alto y que a la vez genere suficientes puestos de trabajo, la verdad es que el grueso del debate está ya librándose en la arena política – sin mucha más claridad, por cierto –.

¡Obvio! Al final son los ciudadanos en edad productiva, sobre todo los que están desempleados, los primeros en plantarse a exigir a sus gobernantes que hagan algo. Unos pidiendo condiciones para abrirse un espacio en el sector privado, crear sus propias empresas, competir y crecer. Otros serían felices con solo poder salir a la calle y ser capaces de encontrar demanda para sus servicios en el sector privado o público.

Pero cuando estos mecanismos no están presentes o funcionan de manera deficiente, como parece ser el caso a todo nivel – países desarrollados, economías emergentes, y la gran generalidad de países en desarrollo –, los gobiernos entran en estado de alerta y evalúan qué se puede hacer para resolver el problema del paro laboral de sus ciudadanos votantes.

Las respuestas son muy diversas. Van desde distintos esquemas de protección social, que principalmente trata de proteger aquellos grupos que son más vulnerables, hasta aquellas otras intervenciones más “de mercado”, que intentan facilitar actividad privada para la generación de puestos productivos.

En el caso latinoamericano, principalmente durante el último par de décadas, era típico que esta segunda respuesta de los gobiernos se solía dar en un contexto de apertura y liberalización de mercados. La receta era intervenir dentro de los límites que imponían la integración comercial y financiera, tratando de distorsionar lo menos posible precios y decisiones que los agentes económicos se suponía tomaban de manera racional y eficiente.

Sin embargo, la tendencia histórica parece estar cambiando. Por una parte, cada vez más escuchamos acerca de protestas de adultos jóvenes alrededor del mundo en contra de mercados y políticas que simple y llanamente los han dejado de lado. El 15-M en España (ahora con su versión New Yorkina), y las protestas chilenas por la educación son quizás los ejemplos más cercanos y recientes.

Por otro lado, comenzamos a ver respuestas de gobiernos, que no solamente intentan salir en defensa de sus ciudadanos votantes, pero que además cuestionan el supuesto de partida: mayor apertura económica siempre es preferida a menor apertura económica. Dos noticias que leí hace unos días sobre disposiciones de los gobiernos en Argentina y Brasil me han puesto a pensar si esta crisis no podría conducirnos a un replanteamiento y pérdida de relevancia del modelo de crecimiento económico anclado en exportaciones y comercio libre.

En cierta forma reviven viejas discusiones sobre el auge y ocaso de la política industrial como instrumento para promover desarrollo; o aquel modelo de substitución de importaciones que apostaba a construir una base de producción manufacturera local, que a su vez permitiría romper la dependencia de los recursos naturales y materias primas para la generación de ingreso en los países menos desarrollados.

Argentina decide inducir la producción de BlackBerrys en Tierra del Fuego. En palabras de la ministra de industria Débora Giorgi el país tiene (sic) “un mercado doméstico con demanda creciente. El objetivo es abastecerlo con mano de obra y producción locales”. Aunque, a decir de la revista The Economist, cueste 15 veces más producirlo allí que en Asia. (Dicho sea de paso, no es la primera medida de este tipo que adopta el régimen Kirchnerista).

Y Brasil anuncia a través de su ministro de finanzas, Guido Mantega, un aumento a los impuestos sobre vehículos importados. Ello a pesar de que aparentemente China los produce a un costo significativamente menor. Al igual que en el caso de sus vecinos más al sur, esta medida forma parte de un paquete más amplio que incluyen incentivos fiscales a la industria doméstica. Como dijo Don Quijote: cosas veredes, amigo Sancho…

Por el momento leo dos mensajes y tengo dos preguntas. Primer mensaje, la falta de empleo es y seguirá siendo el principal y más claro detonante de malestar en los hogares y economías de cualquier parte del mundo. Segundo mensaje, los gobiernos van a reaccionar en tanto y cuanto haya votantes empoderados que hagan valer sus demandas.

Primera pregunta, ¿estaremos ante un potencial cambio en la manera de hacer política económica o simplemente estamos viendo cómo dos economías grandes de América Latina convergen y se comportan de acuerdo a viejas prácticas, típicas de países desarrollados? Segunda pregunta, ¿qué opciones tienen economías pequeñas y abiertas como las centroamericanas para atender su igualmente urgente necesidad de generar más y mejores puestos de trabajo?

Prensa Libre, 7 de octubre de 2011.

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