jueves, 13 de octubre de 2011

De ver dan ganas

“Ya casi nadie parecía estar dispuesto a salir a los espacios públicos a dar la pelea por bienes públicos.”

Primero fue el 15-M y la toma de Puerta del Sol en España. Todo el mundo observaba a un grupo de jóvenes de la sociedad civil europea, volcados a la calle exigiendo respuestas a su gobierno. Esencialmente soluciones al paro laboral. Aunque era un problema que ya venía arrastrándose desde hace varios años atrás, la crisis del 2008 vino a agudizarlo.

Luego el espacio mediático fue tomado por Occupy Wall Street. Métodos muy parecidos: acampar en parques, movilizar redes sociales, marchas, pancartas. Demandas muy parecidas: más fuentes de trabajo, salud y educación más baratas. Corolario: una distribución más equitativa del ajuste que se venía encima. El villano aquí es el sector financiero y el héroe los jóvenes de hogares promedio, que no la están teniendo nada fácil para salir adelante y ascender socialmente.

Ambas expresiones evocan protestas de otra época. Días que quedaron en Woodstock, que se llevaron los hippies, que se fueron con el fin de la guerra en Vietnam. Reacciones que ya habíamos dado por muertas (o por lo menos bien dormidas), enterradas, históricas.

Hasta hace muy poco todo el mundo hablaba con nostalgia de aquella legendaria participación política de los jóvenes. El idealismo propio de mentes y corazones nuevos parecía haber sido derrotado por el “reality check” post muro de Berlín y la fría condición hegemónica de dos máximas que se impusieron sin preguntar: democracia en lo político y mercado en lo económico. La política había sido relegada a los políticos, aunque todos sabíamos que la iban a hacer mal. Y ya casi nadie parecía estar dispuesto a salir a los espacios públicos a dar la pelea por bienes públicos.

Hoy, los conservadores más radicales, monarquistas económicos (economic royalists) – como los llama Krugman parafraseando a Franklin Roosevelt –, llaman a estas expresiones anti-Americanos, alineados con Lenin. ¡Hágame usted el favor! Aún y cuando su escala en las redes sociales sea mucho mayor comparado con lo que modestamente está sucediendo en parques y calles. El mismo alcalde Bloomberg de Nueva York los criticó señalándolos de estar ahuyentando fuentes de empleo de la ciudad. (Pregunto, ¿a quién se señala por haber ahuyentado el otro 9.6% de americanos desempleados desde hace ya varios meses?).

Es como si de repente participación ciudadana se volvió una concepto proscrito. Maldito por alborotador de un orden que, entre otras cosas, nos tiene a todos bastante desordenados. La gran ironía es que esa misma participación ciudadana se promueva en sociedades abajo del Rio Bravo y a ultramar como condición indispensable para el funcionamiento de la democracia y el desarrollo económico de las naciones. Vea usted, “do as I say, not as I do…”

Una cosa debiera ir quedándonos clara. Los movimientos en España, Chile, el mundo árabe y ahora Estados Unidos están mandando mensajes que ya no resuenan sino más bien retumban.

Están interpelando a gobiernos y sistemas políticos, exigiéndoles no seguir guardando un silencio cómplice con respecto a la inequidad. Mucho menos si esta proviene de aquella vieja máxima en la que “las ganancias se privatizan y las pérdidas se socializan”.

Exigen una reforma profunda de los sistemas y partidos políticos. Desde hace años se escucha señalar a las élites intelectuales, de todos los bandos ideológicos, el agotamiento de muchas estructuras y formas de representación democrática. Hay que sentarse pronto a hacer un overhaul a los canales de participación política.

Pero además, se pone de manifiesto un deseo de participación en los jóvenes. Piden más espacios y presentan una capacidad de articulación de demandas y movilización social cada vez mayor – Camila Vallejo es quizás el ejemplo más claro –. Pareciera haber moméntum, deseos de renovación, y eso debe ser aprovechado, contagiado, inoculado a los más posibles. No para construir un sistema perfecto, no. Simplemente para que el cambio de estafeta en la conducción de los países se dé, sobretodo en sociedades jóvenes y diversas como las latinoamericanas.

No es de sorprender que todo esto pueda perfectamente extrapolarse a la Guatemala actual. Aunque también es cierto que históricamente el país reacciona más o menos con una década de rezago ante las tendencias y procesos mundiales. Sin embargo, quizás sea posible que la nueva forma de participación impulsada por redes sociales y mayor conectividad nos haga el favor de acortar un poco esos plazos. El tiempo dirá.

Por ahora tengo que confesar que es muy estimulante y tentador observar el reverdecimiento de la participación ciudadana y el involucramiento de los jóvenes en la vida política. De ver dan ganas, dicen porai…

Prensa Libre, 13 de octubre de 2011.

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