jueves, 24 de junio de 2010

Ocho lecciones en ocho años

“En algún sentido, los académicos se constituyen en la reserva intelectual de los países, aportando, auditando, y proponiendo soluciones técnicamente fundamentadas a los problemas nacionales.”

Hacia el año 2002 el Gobierno de Chile dio vida a un programa social llamado “Chile Solidario” (CHS), con el objetivo de mejorar las condiciones de vida de las familias en extrema pobreza. La aspiración de dicho programa era erradicar la pobreza extrema para el año 2006.

Originalmente estuvo dirigido a 225 mil familias, población clasificada como extremadamente pobre, de acuerdo a una serie de instrumentos con que cuenta el gobierno para identificar y medir las condiciones de vida de su población. Una cifra relativamente baja para un país de poco más de 16 millones de habitantes.

Sin embargo, con los años la experiencia ha dejado en claro que la reducción – ni se diga erradicación – de la pobreza extrema es un reto mayúsculo, incluso para países con crecimiento económico sostenido e instituciones bastante consolidadas. Después de 8 años de implementación, un grupo de trabajo formado por académicos chilenos especializados en política pública nos comparte algunas lecciones aprendidas en torno al programa. Resumo algunas de ellas, pensando en lo que puede ahorrarnos tiempo y dinero en la construcción de nuestro propio sistema de protección social en Guatemala.

Primera: “el derrame salpica pero no empapa”. Ha quedado claro que en términos de equidad y superación de la pobreza el crecimiento económico, por muy vigoroso que sea, no basta. Debe ser complementado con la acción redistributiva del Estado, acercando instituciones y programas a los más necesitados y vulnerables de la sociedad.

Segunda: “hay muchos caminos para llegar a Roma”. Por años hemos santificado la política de protección social anclada alrededor de transferencias condicionadas en efectivo a la mexicana y brasileña. A veces en desmedro de evaluar modelos alternativos como Chile Solidario, cuyo centro de gravedad está en un componente de apoyo psicosocial que busca generar capacidades en un sentido más amplio, para que las familias salgan de su condición de pobreza extrema.

Tercera: “dar pan hoy pero también enseñando a pescar para mañana”. Es decir, hay que concebir estas intervenciones con una estrategia de salida. En el caso de CHS se concibió un componente llamado Bono de Protección a la Familia, que es una transferencia en dinero cuyo monto disminuye gradualmente en el tiempo.

Cuarta: “lo que no se puede medir también cuenta”. A contrapelo del paradigma positivista, y de una larga tradición chilena de estudio cuantitativo de la Economía, el programa CHS no concibió desde su inicio una estrategia de evaluación robusta. Sin embargo, ello no ha sido razón para impedir que el programa siga adelante, sino más bien es visto como una lección aprendida, área de mejora para una eventual reforma y afinamiento de dicha intervención.
Quinta: “no sólo de pan vive el hombre”. Evaluaciones parciales dan cuenta de cómo el CHS no ha sido capaz de mejorar sustantivamente las condiciones de empleo e ingresos, pero sí ha tenido efectos positivos en la autoestima y motivación de las familias participantes.

Además, la evidencia cuantitativa disponible sugiere que los hogares en extrema pobreza no son un grupo estático. Algunos logran salir de dicha condición y otros desafortunadamente caen en ella ante diferentes shocks. Esta dinámica, entre otras cosas, está generando interesantes reflexiones en cuanto a la forma de medir pobreza en el país, moviéndose hacia enfoques multidimensionales.

Sexta: “no pedir peras al olmo”. Dado que Chile Solidario no cuenta con herramientas directas para generar empleo e ingresos, las expectativas sobre los resultados esperados no pueden ir en esa dirección, sino que tienen que ajustarse y valorarse de acuerdo al modelo de intervención.

Séptima: “para conocer a Miguel hay que vivir con él”. Un buen diagnóstico es fundamental al inicio de cualquier programa. Ello permite identificar claramente las necesidades y características de la población objetivo, y por tanto un buen diseño de política. En el caso de CHS parece que los diagnósticos iniciales no fueron del todo capaces de capturar adecuadamente la situación y comportamiento de los hogares beneficiarios. Ello significó una subestimación en las metas propuestas originalmente.

Octava: “el gobierno, al igual que Pinocho, necesita de Pepe Grillo”. El rol que ha jugado la Academia ha sido fundamental en el funcionamiento del sector público chileno. Tanto para ocupar cargos públicos en diferentes dependencias (ie. transferencia tecnológica), como para servir de caja de resonancia y señalar áreas de mejora (ie. auditoría social). En algún sentido, los académicos se constituyen en la reserva intelectual de los países, aportando, auditando, y proponiendo soluciones técnicamente fundamentadas a los problemas nacionales.

Estas ocho lecciones que destilan de la experiencia chilena pueden perfectamente envasarse, tropicalizarse y consumirse en Guatemala. Es lo que en la jerga del desarrollo se llamaría cooperación Sur-Sur, en donde las lecciones aprendidas, buenas y malas, son compartidas con otras sociedades para ahorrarles tropezones y dolores de cabeza innecesarios. ¡Ojalá!

Prensa Libre, 24 de junio de 2010.

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