“El entusiasmo ha
crecido y quizás hasta nos han comenzado a dar ganas de pensarnos cada vez más
como un enorme colectivo, orgánico, organizado.”
Nadie
sabe con exactitud a dónde iremos a parar con esta crisis política. Estamos en una auténtica puja, en donde los
diferentes actores tradicionales intentan jugar su papel, pero se han topado
con la emergencia de un fenómeno social que no veíamos en Guatemala desde hace
décadas.
La
mezcla de espontaneidad con hartazgo y juventud, han logrado darnos a todos una
sacudida tal que nos permite incluso pensar en soluciones hasta hace unas pocas
semanas inimaginables. Como cuando aquel
niño aprende a caminar, da el primer paso, se da un sentón pero cae lejos de la
pared que le daba el equilibrio. Y poco
a poco se va dando cuenta que se puede poner de pie, tambaleándose, erguirse, y
dar otro par de pasos.
Así nos
está sucediendo. Estamos experimentando
cosas nuevas. Experiencias inéditas en
nuestro imaginario. Sensaciones y
emociones que estoy convencido marcarán a toda una generación, porque le habrán
dado un referente nuevo, rejuvenecido, sobre el cual poder seguir construyendo
un país con rostro más humano y amable.
La Guatemala distinta que sigue siendo posible.
Las
marchas masivas y crecientes que están teniendo lugar son quizás la expresión
más concreta, es cierto. Aunque ya no son
el único ejemplo. La plaza se ha
convertido en el verdadero espacio público, donde nos hemos dado cita todos los
guatemaltecos, independientemente del piso que habitemos en el edificio de
cinco niveles que un día dibujó con tanta maestría Don Edelberto Torres.
A
fuerza de empellones a puertas y ventanas, de romper tabiques y muros falsos,
hemos salido al aire libre a conectar y reconocernos. Primero solamente a darnos cita en un día y
hora específicos. Vernos la cara, corear
juntos, cantar un himno, quizás sonreírnos, darnos la vuelta y volver a nuestra
esquinita.
Pero
como contagiados por la enorme energía y positivismo que se multiplica cuando
se logra construir un objetivo que todos perseguimos, cuando verdaderamente nos
sentimos parte de algo, nos hemos quedado con ganas de repetir esa experiencia
y ponernos a prueba una y otra vez. Y
para sorpresa nuestra, la energía social sigue allí. El entusiasmo ha crecido y quizás hasta nos
han comenzado a dar ganas de pensarnos cada vez más como un enorme colectivo,
orgánico, organizado, y cada vez menos como simple colección de individuos que
por esas casualidad y curiosidades de la historia logran compartir por un instante
efímero.
Las
ganas de seguir alimentando “esto”, esto que se siente tan bien, esto que por
primera vez nos muestra nuestro rostro en plural y construye ese inmenso
mosaico de voces, colores, edades, y estaturas, esas ganas siguen allí. Que no nos extrañe en un país de jóvenes que
hayan sido los mismos jóvenes quienes hayan dado el paso al frente, y hayan
dibujado un hermoso collage que no se nos va a olvidar jamás y que seguramente
vamos a evocar y repetir de ahora en adelante.
Cuando recordemos que fue en estas jornadas de mayo que la juventud
universitaria de todas las casas se volvió a trenzar en una sola, y desfilar
juntos hacia un objetivo común, movidos por un deseo de cambio igualmente común.
Es el
enorme poder que tiene la cohesión social.
Esa que tanta falta nos estaba haciendo y que, como bien hemos
experimentado estos días, tanto fuerza tiene y libera, y tanto bien nos está trayendo. Allí y en ninguna otra parte radica la posibilidad
del cambio. ¡Adelante Guatemala, esto
apenas comienza!
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