Aunque
se quiera, en estos días es muy difícil pensar fuera de la coyuntura por la que
atraviesa Guatemala. Momento
verdaderamente histórico y decisivo para el futuro de nuestra democracia. Desafortunada o afortunadamente nos llega entretejido
con un evento electoral, que no genera mayor entusiasmo y solamente aumenta el ruido en el ambiente. Más bien es fuente adicional de preocupación.
Hay años luz entre lo que sucedió en la plaza de la Constitución el 25 de abril y el 3 de mayo. Noche y día. Luz y sombra. Convicción versus acarreo. Legitimidad contra feria. Dos caras tan distintas de esta misma moneda llamada Guatemala.
Hay años luz entre lo que sucedió en la plaza de la Constitución el 25 de abril y el 3 de mayo. Noche y día. Luz y sombra. Convicción versus acarreo. Legitimidad contra feria. Dos caras tan distintas de esta misma moneda llamada Guatemala.
No se
pueden hacer escenarios, comentaba alguien hace poco. Todo está cambiando rápidamente. Cada día aparecen piezas de información que
necesariamente obligan a recalibrar y mantener la guardia alta. Lo único cierto es que la presión ciudadana hay
que mantenerla para obligar a que esto llegue a un punto de no retorno. Ese en donde finalmente se abran opciones de
reforma real y sustantiva a un sistema político que ya no da para más.
En tal
contexto, el peso que hoy cae sobre la espalda de la sociedad civil es enorme.
Por una
parte es muy alto el riesgo de quedarnos entrampados en la crisis que ha detonado
la CICIG al destapar la mafia de “La Línea”, y concentrar toda la energía
social en movilizaciones exigiendo la renuncia de los mandatarios, ¡y solamente
eso! Ojo, no hay que perder de vista
que, desde una perspectiva de más largo plazo, ellos dos, así como los muchos
otros que también tendrán que rendir cuentas, son solamente actores del momento. Operadores de un sistema más complejo que
reproduce corrupción.
Luego,
además del precedente que es necesario establecer y por lo cual continuamos exigiendo
la renuncia de las más altas autoridades, en paralelo se debe hacer el trabajo
preparatorio que nos aliste para una discusión de fondo y reforma. Evidentemente no contamos con los partidos
políticos, quienes han dado sobradas muestras de no tener capacidad técnica ni política,
mucho menos legitimidad para intermediar este diálogo social.
Pero la
cosa no termina allí, porque a eso hay que sumarle la dinámica del proceso
electoral que el domingo partió con concentraciones de diferentes partidos
tanto en la ciudad capital como en departamentos. Y que seguramente intentará repetir vicios y
falencias de toda la vida: cascarón, bulla, tarima y pitos, pero nada más. En dos platos, desgaste y despilfarro.
Sin
embargo, a diferencia del pasado, hoy la sociedad civil tiene la oportunidad de
construir una enorme sinergia sobre la base de la crisis actual, que obligue a
los candidatos a comprometerse con una agenda de reforma del Estado. Aunque el argumento de una asamblea nacional
constituyente comienza a ganar tracción, el diablo, como siempre, estará en los
detalles. De allí que la participación y
presión ciudadana, amplia y plural, debe mantenerse para hacer el contrapeso
que las circunstancias exigen.
Tenemos
pues ante nuestros ojos la gestión de un triple proceso: sentar un precedente
que de una señal clara de intolerancia ciudadanía a la corrupción y abusos de
nuestra elite dirigente; crear las condiciones y participar en un diálogo
social que genere reformas a nuestro sistema político; y tratar de encauzar lo
más posible el evento electoral de septiembre próximo. ¡De ese tamaño es el animal!
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