jueves, 2 de abril de 2015

¡Maldita corrupción!

“(…) que roben pero que por lo menos hagan obra. ¿Obra? Sí, obra.  Que quiere decir asfalto, tubo, cemento y block.”

La diversidad de antecedentes determina la disparidad de expectativas. Por eso la corrupción tiene una proyección distinta sobre la política en cada país.  Así tal cual lo puso Carlos Pagni en su columna “El ABC de la corrupción”, haciendo una reflexión sobre los tres casos de las mujeres presidentas latinoamericanas que están enfrentando de manera simultánea escándalos por corrupción. 

Por supuesto, con el agravante que da haberse hecho del poder político con banderas de izquierda, con lo cual la pena y castigo es doble.  Porque así es muchas veces la moral: doble.  Como si los negocios bajo la mesa fueran exclusivos de tirios y no de troyanos.  No debemos olvidar que la corrupción, como el tango, se baila de a dos.  Y no con esto se disculpa la falta, solamente señalo el cacareo diferenciado.       

En todo caso, lo que no puede dejar de llamarnos la atención es ese enorme distractor en que se convierte la corrupción.  Desviando energías y recursos de aquello otro que en principio es mucho más sustantivo y edificante para la sociedad: el juego y competencia de ideas y propuestas alternativas para atender necesidades sociales.  De eso va la democracia y a eso aspira el desarrollo. 

En países más atrasados en términos de institucionalidad, organizaciones políticas y propuestas conceptuales la cosa es todavía peor, pues la corrupción se convierte en un freno doble.  Además del daño que ocasiona per se, impide el florecimiento de una saludable diversidad política.  La sociedad deja de interesarse por la coherencia de los planteamientos programáticos de sus elites dirigentes y comienza a pedir lo básico: un mínimo de decencia.   

En lugar de estar enfocados en temas sustantivos al desarrollo social, los escándalos que nos regalan a diario las clases dirigentes hacen que las demandas se vuelvan muy primarias: que roben pero que por lo menos hagan obra. ¿Obra? Sí, obra.  Que quiere decir asfalto, tubo, cemento y block.  

Y así es como la corrupción frena el progreso presente y futuro.  En países como Guatemala se nos pasan los años con una democracia que se quedó enana, un Estado anoréxico que no encontró la forma de dejar de serlo, partidos políticos que fueron vaciados de contenido, y una sociedad civil con déficit de atención, limitaciones discursivas e incapaz de resonar sus pocos mensajes para motorizar cambios. Todo, o una muy buena parte, a causa de esta maldita corrupción que nos carcome.    

El clamor por lo esencial, por intentar detener –o cuando menos denunciar– el descaro, paraliza todo lo demás: estrategias de desarrollo, claridad y consistencia en la política económica, consolidación de un modelo de protección social, cualificación y meritocracia en nuestra burocracia, reformas a la Constitución, por decir algo. 

Por supuesto, aunque en este río revuelto perdemos todos, como en la rebelión en la granja de Orwell, unos pierden más que otros porque unos son más iguales que otros.  Porque en Guatemala la espera es un lujo que ya solo se pueden dar unos pocos.  Los mismos pocos de siempre.  Esos a los que el impacto de un fallo de mercado o una ineficiencia gubernamental les representa poco más que una molestia o costo marginal que siempre pueden trasladar.  Mientras que para el resto mayoritario, este descalabro que estamos viviendo supone limitar seriamente las perspectivas de una vida plena. 

Esto es lo que volverá a estar en juego en cinco meses.  Y me temo que no con mucha perspectiva de cambio.  Al menos no dentro de las reglas actuales del juego y de sus actuales jugadores.  Se agotó el sistema, compatriotas.  Démonos cuenta que la pita ya no da para más. ¿Y ahora? 

Le deseo un feliz descanso de Semana Santa.         

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