miércoles, 13 de agosto de 2014

Entre asfalto y bonos

“Hay esencialmente dos campos.  Uno que cree que todo el desmadre se corrige a punta de kilómetros de asfalto y promoción de la inversión privada sobre la base de privilegios fiscales.  Y el otro que piensa que el Estado tiene que redistribuir dinero en efectivo, láminas y ponchos, y financiarse con reformas fiscales y-o préstamos internacionales...”

La campaña comenzó.  No hay que ser brujo ni tratar de tapar el sol con un dedo.  En realidad lo hizo hace meses para algunos, y hace años para otros.  Y la rueda seguirá girando igual que siempre: con alguna que otra cara nueva en el cartón de lotería, otros haciendo cola y otros queriendo saltarse etapas.  Así funcionan los incentivos de nuestra incompleta democracia.  Algún día –ojalá pronto– tendremos que darle una segunda vuelta de tuerca y reformar para poner nuestro sistema político y contrato social a tono con los tiempos modernos.  Para salir del atraso hay que hacer que tanto el diagnóstico como la prescripción evolucionen.

El diagnóstico a los problemas estructurales del país sigue vigente desde hace varios años.  Aun desde antes del largo y doloroso capítulo de la guerra los nudos ciegos estaban ya puestos en casi los mismos sitios donde siguen estando: imposibilidad de recaudar impuestos e invertirlos con eficiencia, intransigencia e intermitencia de las elites al diálogo social, aguda desnutrición que hipoteca permanentemente nuestro futuro, pobreza generalizada y altos niveles de desigualdad, baja productividad de los factores de la producción –no solamente del trabajo, sino también del capital–, y una institucionalidad muy primaria. 

Por el lado de la prescripción, lo curioso es que la lectura de los políticos de turno para la solución a los problemas también sigue bastante invariable.  Hay esencialmente dos campos.  Uno que cree que todo el desmadre se corrige a punta de kilómetros de asfalto y promoción de la inversión privada sobre la base de privilegios fiscales.  Y el otro que piensa que el Estado tiene que redistribuir dinero en efectivo, láminas y ponchos a las poblaciones más pobres y financiarse con reformas fiscales y-o préstamos internacionales.                   

Palabras más, palabras menos esta es la caricatura de las soluciones que se ofrecen.  Por supuesto que ni unos ni otros lo dicen abiertamente, sino que ofrecen y prometen el oro y el moro.  Pero a la mera hora de rajar ocote es que sale a luz pública (¡en el gasto público!) en donde tienen las convicciones. 

En todo esto, seguridad, justicia e instituciones siguen siendo los patitos feos de este guate-cuento.  Nadie les para mucha pelota realmente, salvo cuando hay algún escándalo o posible botín político en períodos de comisiones de postulación de esto o aquello.  Tal actitud se entiende solamente desde una lógica estrictamente electoral y-o de negocio con el Estado . 

En el mejor de los casos, cuando se mira al ejercicio del poder como una experiencia finita (48 meses nominales), no hay mucho tiempo que perder en acciones que no reditúan cuasi de inmediato porque son prácticamente invisibles ante los ojos del votante medio.  En un escenario más oscuro, porque el botín que ofrece una institucionalidad débil es mucho mayor.  En ambos casos a todo el resto nos toca amolarnos, aunque seamos usufructuarios y dolientes directos de un sistema que nos deja a merced del sicario más próximo. 

Pero vuelvo y me repito: las transformaciones que no se ven hoy pero que se sienten mañana van a paso de caracol y desesperan a los barones de la tarima.  Así que no nos hagamos muchas ilusiones.  Al menos no en estas elecciones ni en las siguientes.  Me temo que por un tiempo habrá que conformarse con cuatrienios que seguirán penduleando entre el asfalto y los bonos, y todo lo demás continuará ceteris paribus.  

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