La
campaña comenzó. No hay que ser brujo ni
tratar de tapar el sol con un dedo. En
realidad lo hizo hace meses para algunos, y hace años para otros. Y la rueda seguirá girando igual que siempre:
con alguna que otra cara nueva en el cartón de lotería, otros haciendo cola y
otros queriendo saltarse etapas. Así
funcionan los incentivos de nuestra incompleta democracia. Algún día –ojalá pronto– tendremos que darle
una segunda vuelta de tuerca y reformar para poner nuestro sistema político y
contrato social a tono con los tiempos modernos. Para salir del atraso hay que hacer que tanto
el diagnóstico como la prescripción evolucionen.
El
diagnóstico a los problemas estructurales del país sigue vigente desde hace
varios años. Aun desde antes del largo y
doloroso capítulo de la guerra los nudos ciegos estaban ya puestos en casi los
mismos sitios donde siguen estando: imposibilidad de recaudar impuestos e
invertirlos con eficiencia, intransigencia e intermitencia de las elites al
diálogo social, aguda desnutrición que hipoteca permanentemente nuestro futuro,
pobreza generalizada y altos niveles de desigualdad, baja productividad de los
factores de la producción –no solamente del trabajo, sino también del capital–,
y una institucionalidad muy primaria.
Por el
lado de la prescripción, lo curioso es que la lectura de los políticos de turno
para la solución a los problemas también sigue bastante invariable. Hay esencialmente dos campos. Uno que cree que todo el desmadre se corrige
a punta de kilómetros de asfalto y promoción de la inversión privada sobre la
base de privilegios fiscales. Y el otro
que piensa que el Estado tiene que redistribuir dinero en efectivo, láminas y
ponchos a las poblaciones más pobres y financiarse con reformas fiscales y-o
préstamos internacionales.
Palabras
más, palabras menos esta es la caricatura de las soluciones que se
ofrecen. Por supuesto que ni unos ni
otros lo dicen abiertamente, sino que ofrecen y prometen el oro y el moro. Pero a la mera hora de rajar ocote es que
sale a luz pública (¡en el gasto público!) en donde tienen las
convicciones.
En todo
esto, seguridad, justicia e instituciones siguen siendo los patitos feos de
este guate-cuento. Nadie les para mucha
pelota realmente, salvo cuando hay algún escándalo o posible botín político en
períodos de comisiones de postulación de esto o aquello. Tal actitud se entiende solamente desde una
lógica estrictamente electoral y-o de negocio con el Estado .
En el
mejor de los casos, cuando se mira al ejercicio del poder como una experiencia
finita (48 meses nominales), no hay mucho tiempo que perder en acciones que no
reditúan cuasi de inmediato porque son prácticamente invisibles ante los ojos
del votante medio. En un escenario más
oscuro, porque el botín que ofrece una institucionalidad débil es mucho mayor. En ambos casos a todo el resto nos toca
amolarnos, aunque seamos usufructuarios y dolientes directos de un sistema que
nos deja a merced del sicario más próximo.
Pero
vuelvo y me repito: las transformaciones que no se ven hoy pero que se sienten
mañana van a paso de caracol y desesperan a los barones de la tarima. Así que no nos hagamos muchas ilusiones. Al menos no en estas elecciones ni en las
siguientes. Me temo que por un tiempo habrá
que conformarse con cuatrienios que seguirán penduleando entre el asfalto y los
bonos, y todo lo demás continuará ceteris paribus.
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