jueves, 27 de marzo de 2014

Gasto público pulverizado

“Ningunear la relación del Estado con colectivos pequeños –barrios, cooperativas, etc.– a cambio de priorizar la relación directa Estado-individuo es un disparo en el pie.”

Una de las recomendaciones que se hace a los países para mejorar la eficiencia de su gasto público es la constitución de registros de beneficiarios.  El objetivo que persiguen estos sistemas es focalizar tanto como sea posible para que los recursos lleguen a una población determinada que se pretende atender en función de un objetivo de política en específico: niños en edad prescolar, adultos mayores, jóvenes, indígenas, entre otras. 

Sin embargo, la experiencia ha demostrado que los registros o padrones de beneficiarios no es algo de fácil implementación.  Primero, porque montarlo requiere un esfuerzo inicial importante, que no siempre es la prioridad de los gobernantes de turno.  Segundo, porque para que cumpla con su cometido, el registro necesita mantenerse actualizado, lo cual demanda mucha coordinación entre distintas dependencias –cosa que no es fácil en el sector público de cualquier país del mundo–.  Y tercero, porque exige un compromiso con la transparencia y rendición de cuentas de parte del gobierno, lo cual rinde frutos a mediano plazo por sobre los beneficios inmediatos de mantener a una población políticamente capturada (fidelizada) por la vía de entregar transferencias directas de fondos públicos. 

Aun así, en algunos países se ha logrado superar este período inicial de aprendizaje y consolidación, y los registros de beneficiarios se han llegado a convertir en pieza clave para la asignación y ejecución de una buena parte del gasto público. 

Pero conceptualmente hay otra crítica fundamental a esta herramienta, de la que se habla mucho menos: el riesgo de pulverización de la política fiscal.  Los registros, tal y como se han concebido hasta hoy, pueden diluir muchísimo el efecto del gasto público, convirtiendo un caudal importante de recursos en una brisa insignificante y de bajo impacto.  ¿Por qué?

El tipo de transferencia directa que se monitorea con estos instrumentos tiene como supuesto subyacente que todo o casi todo se puede resolver por la vía de acciones y relaciones entre el Estado y el individuo.  En otras palabras, se asume que los efectos indeseables de un fenómeno externo o política económica se pueden mitigar a través de una transferencia directa a las personas: pobreza monetaria, discriminación a ciertos grupos sociales, reconversión productiva para enfrentar efectos de liberalización económica, mitigación ante el cambio climático, etcétera.

En algunos casos puede que esa sea la estrategia correcta, pero ese no es siempre el caso.  De hecho, la evidencia más reciente en países que han tenido éxito en reducir pobreza apunta a la necesidad de intervenir con inversiones públicas no solamente a nivel individual sino colectivo.  Es decir, hay otras acciones de carácter grupal que son importantes, y que demandan cantidades de recursos que superan los montos que usualmente se transfieren a una persona de manera individual. 

Aquí no me refiero solamente al financiamiento para la generación de bienes públicos con objetivos muy deseables como alcanzar mayor cohesión social o fortalecer el capital social.  También para el logro de rentabilidad y sostenibilidad económica se requieren inversiones de mayor escala: una planta procesadora, un beneficio de café, un centro de almacenamiento, etc. 

Así, el diseño y uso de instrumentos como los padrones de beneficiarios para la focalización del gasto púbico deben también capturar esta otra dimensión colectiva, tan importante y complementaria a las intervenciones dirigidas a individuos.  Ningunear la relación del Estado con colectivos pequeños – barrios, cooperativas, etc. – a cambio de priorizar la relación directa Estado-individuo es un disparo en el pie.

Prensa Libre, 27 de marzo de 2014. 

 

 

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario