jueves, 16 de enero de 2014

Las 13 palabras


“¿debemos revisar nuestras políticas y programas de reducción de pobreza, construidas sobre la base de una separación casi completa de los instrumentos de política social de aquellos orientados al desarrollo económico?.”

América Latina ha hecho avances importantes en reducción de pobreza durante la última década.  Las últimas cifras reveladas por CEPAL en su Panorama Social 2013 nos dicen que (sic) “se ha producido en la región una caída de la pobreza que en promedio llega a 15.7 puntos porcentuales, acumulados desde 2002.  La pobreza extrema también registra una caída apreciable, de 8 puntos porcentuales, aun cuando su ritmo de disminución se ha frenado en los años recientes”. 

Sin embargo, son las últimas 13 palabras de la cita las importantes: “aun cuando su ritmo de disminución se ha frenado en los años recientes.”   Porque al ver la velocidad de reducción de la pobreza en la década hay claramente dos historias que contar.  Una que va del 2002 al 2007, muy acelerada y dinámica, donde la pobreza se redujo 3.8% por año en promedio, y la indigencia lo hizo a una tasa de 7.1% anual.  Eso nos llenó de optimismo a todos.  Pero luego cambió la marea entre el 2008 y el 2013, y el cuento comienza a preocuparnos otra vez, sobretodo en el caso de la indigencia, que dio un frenazo casi total y ahora se reduce a paso de caracol a una tasa anual de 0.9%.    

Lo que no sabemos con claridad es ¿qué es lo que se está agotando?  Una hipótesis es que sea la estrategia que ha seguido la región en materia de política social.  Que ciertamente dio frutos, muchos y muy jugosos, durante los primeros años, que se reflejaban nítidamente en las mediciones de pobreza más utilizadas por gobiernos y organismos internacionales: de consumo o de ingreso. 

Pero hoy tanto especialistas como funcionarios públicos con la papa caliente en la mano comienzan a dar voces de alerta y piden repensar el modelo, para retomar la senda que saque a flote a esos 160 millones de latinoamericanos.  Así, la pregunta que nos lanza en la cara estas cifras es: ¿debemos revisar nuestras políticas y programas de reducción de pobreza, construidas sobre la base de una separación casi completa de los instrumentos de política social de aquellos orientados al desarrollo económico?

El ejemplo más claro lo tenemos en el sector rural.  No solamente es allí donde se aloja el grueso de nuestra pobreza más dura, sino que además es el espacio territorial en donde se manifiesta con más claridad la desigualdad de oportunidades que caracteriza a los latinos.  Quizás ha llegado el momento de revisar la estructura programática pública tan compartimentalizada, que mira a un pobre rural como ese sujeto esquizofrénico que un día es beneficiario de un programa de transferencias condicionadas, al día siguiente es campesino de subsistencia sin viabilidad productiva alguna, y a los dos días lo ve como miembro de un banco comunal pidiendo un microcrédito.  

Como sea, lo que hace unos años comenzó siendo una mera hipótesis, hoy parece que ya nos aprieta el zapato.  Tenemos dos opciones: ver hacia otro lado y esperar a que volvamos a tener tasas de crecimiento que escondan bajo la alfombra a los pobres, o seguir presionando por un cambio de instrumental y estrategia política.    


 

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