lunes, 24 de enero de 2011

Boceto rápido de nuestra política social

“Más allá de la sofisticación ó elegancia en los métodos de cálculo, hay rasgos que, como el ADN, definen el genoma de nuestra política social.”

Para poder evaluar cualquier cosa es necesario tener un punto de comparación, una línea de base, un referente contra el cual establecer avances o retrocesos. Allí reside el valor de estudios, investigaciones, consultorías. Es por eso la terca necedad de martillar sobre la necesidad de generar datos de forma regular y con calidad. De otra manera estamos navegando en un mar de percepciones, donde el que grita más duro ó es más efectivo en encender ánimos, es el que se lleva las palmas.

En el caso de nuestra política social tenemos varios referentes que nos permiten bosquejar cómo estaban las cosas más o menos al inicio del ciclo político que está por concluir. Los datos que sirvieron de base para tomarle el pulso a las condiciones de vida de nuestra población en el año 2006 revelaron realidades contundentes.

Más allá de la sofisticación ó elegancia en los métodos de cálculo, hay rasgos que, como el ADN, definen el genoma de nuestra política social. Los niveles de nuestro gasto social, inversiones en educación, salud, protección social, agua y saneamiento, o nuestro seguro social, constituyen una muestra bastante representativa para tomarle el pulso a nuestra red de protección social e inversión en capital humano.

Hay dos preguntas que hacerse. La primera es ¿cómo estaba todo eso hace cinco años? Afortunadamente para esa cuestión tenemos suficientes datos como para hacer un boceto bastante fiel de lo que había en el país.

El primer rasgo es el nivel de nuestro gasto social. Aquí salta a la vista el jalón inicial que se le dio tras la firma de los acuerdos de paz, pero que después no ha podido continuar en una senda creciente. Las ruedas del gasto social se quedaron patinando alrededor del 6% del PIB, sin poder avanzar. Además, no solamente el promedio latinoamericano fue el doble de ese número, sino que estábamos en el último lugar de la región centroamericana – incluso por debajo de países más pobres como Nicaragua y Honduras –.

El segundo rasgo tiene que ver con los sectores ganadores y rezagados de nuestra política social. Claramente hemos optado por invertir mucho más en educación, y dejar relativamente estancadas otras áreas sociales como salud, protección y previsión social. Ello, sin duda alguna explica avances en nuestros indicadores educativos, aunque también revela tareas pendientes.

Por ejemplo, la cobertura en educación primaria parecía estar bien encaminada y focalizada de manera razonable hacia los más pobres, aunque ya desde entonces se alertaba sobre el reto de elevar la calidad. Por el contrario, la secundaria despertaba preocupaciones con respecto a la poca oferta existente y una focalización que estaba beneficiando a los estratos medios y altos de la población. Ni se diga de la educación terciaria (superior), que claramente estaba sesgada hacia el 20% más rico.

El tercer rasgo tiene que ver con el gasto en salud. Para aquel entonces dicho sector era más o menos una réplica imperfecta de lo que sucedía en educación. Es decir, salud primaria razonablemente focalizada, y atención hospitalaria atendiendo estratos socioeconómicos más altos. Pero con el agravante de que el volumen de recursos destinados a la salud era mucho menor del que se asignaba a maestros y escuelas.

El cuarto rasgo es la protección social, cuya nota distintiva era que no teníamos mecanismos adecuados para seleccionar grupos de beneficiarios. De allí que al observar el rosario de programas – galleta escolar, alimentación escolar, vasos de leche y atole, transporte escolar, becas, útiles escolares, programas de salud, etc. – se reflejaba poca focalización hacia los más pobres. Es verdad que algunos pocos programas sí llegaban a los más necesitados, pero no era la norma.

El quinto rasgo es la paradoja del agua y la salud. En aquel entonces se reconocieron avances importantes en materia de agua y saneamiento, con lo cual se levantó la expectativa de que mejorarían nuestros indicadores de desnutrición crónica. Sin embargo, algo pasó en el camino y, de acuerdo a los datos de la última ENSMI, como que nos quedamos cortos. Quizás tenía razón un ex ministro de salud cuando decía que no es lo mismo agua entubada que agua potable.

Y el sexto rasgo del boceto pasa por las transferencias gubernamentales en especie y en efectivo. En aquel entonces se identificaron dos patrones: (i) ninguna de las dos llegaba a los extremadamente pobres, y (ii) mientras que transferencias en especie llegaban más a los pobres, las transferencias en efectivo llegaban más a los que no eran pobres.

En unos pocos párrafos, ese era el boceto de nuestra política social hace un quinquenio. Las recomendaciones de aquel entonces eran claras y precisas: calidad para la educación primaria y para centros y puestos de salud; construir más escuelas secundarias y hospitales; afinar la puntería de nuestros programas de protección social y desconcentrar los servicios que presta el seguro social.

La segunda pregunta es ¿cómo está todo eso hoy? El problema es que una respuesta técnica todavía no la tenemos. A pesar de que allí reside, al final de cuentas, la prueba ácida de muchas hipótesis que hoy flotan en nuestra atmósfera.

Prensa Libre, 20 de enero de 2011.

No hay comentarios:

Publicar un comentario