jueves, 1 de agosto de 2013

¡A armar lío!


“En la manera de canalizar toda esta energía social reside la genialidad de un buen gobernante, de un estadista, de un líder mundial.”

Laicidad del Estado, participación ciudadana, reformas, compromiso social de los gobernantes, salir a la calle a armar lío, fiarse del pueblo, justicia, teología de la mujer, tolerancia a los gais… ¡Pero qué escándalo es ese por Dios! 

Suena a puras consignas populistas, de seguro coreadas por esos montoneros vagos que hoy se autoproclaman “indignados”.  O quizás no, quizás fue un locutor o periodista insidioso y trasnochado que se puso a repetir frases de hace cuarenta y cinco años, cuando se montaban primaveras en Praga, Paris y Woodstock.  Sí, eso ha de ser...       

Bueno, pues parece que no fueron ni trasnochados ni indignados.  Dicen que todos esos conceptos los soltó de a romplón, en la avenida Atlántica de Copacabana, un cura jesuita de más de 75 años, que cambia el título de Santo Padre por uno más modesto: obispo de Roma. 

Ciertamente una bocanada de aire fresco la que ha tenido la iglesia católica durante los últimos días.  Por lo menos eso pensamos muchos que veíamos con preocupación, en una suerte de implosión silenciosa, lenta e irreversible, a una institución que ha jugado un papel fundamental en la historia de la humanidad.  Luego de un papado larguísimo aparece uno que nos sorprende con una renuncia, como allanando un camino para que otro más conecte con la gente y provoque con ideas reformistas, que ojalá encuentren el espacio para darse. 

Sin embargo, el verdadero desafío – para algunos problema, para otros riesgo – es que cuando se juntan la necesidad de cambios profundos con un reformista en posición de implementarlos, se generan dos condiciones.  La primera, es que la gente de a pie apoyará pero siempre querrá más.  Instinto natural en los seres humanos: más es preferido a menos.  Siempre queremos ir para adelante, si aprendimos a gatear luego queremos caminar y después correr. 

Y la segunda condición es que los reformistas generan una expectativa muy grande y positiva en un plazo muy corto, más aún en tiempos de crisis y de altísima conectividad – ¡hoy todo se sabe en tiempo real! –.  Esto puede ser la gran fuerza y punto de apoyo para el cambio, pero a la vez puede transformarse en una inmensa frustración.   En la manera de canalizar toda esta energía social reside la genialidad de un buen gobernante, de un estadista, de un líder mundial o espiritual. 

Es muy importante que el obispo no pierda la candidez para hablar, la conexión con los jóvenes, el deseo de cambio, y la solvencia moral.  Cuatro armas estratégicas para dar esta pelea y convertir su papado en un punto de inflexión.  Sobre todo esta última (solvencia moral) será su recurso postrero para seguir adelante, en días cuando la soledad que acompaña a todo liderazgo comience a hacerse sentir en su entorno, y el sistema se apreste a cambiar para que nada cambie. 

“Quiero que salgan a la calle a armar lío, quiero que la Iglesia salga a la calle, quiero que la Iglesia abandone la mundanidad, la comodidad y el clericalismo, que dejemos de estar encerrados en nosotros mismos. Que me perdonen los obispos y los curas, pero ese es mi consejo. (…) No sean cobardes, no balconeen la vida, no se queden mirando en el balcón sin participar, entrad en ella, como hizo Jesús, y construid un mundo mejor y más justo”. 

El poder de la palabra es poderoso.  Ojalá más líderes mundiales se atrevieran a decir eso de frente.  Aunque como reza el refrán: las palabras convencen, pero el ejemplo arrastra.  Su boca es su medida, Santo Padre. 


 

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