martes, 20 de diciembre de 2016

Alvaro, estás equivocado

Con sorpresa y enorme preocupación leo una nota en la página del Congreso de la República anunciando que el diputado Alvaro Velásquez propone suprimir el Ministerio de Desarrollo Social.  Sin conocer a fondo la iniciativa debo decir que me parece un enorme error, que pesa doble viniendo de una corriente de pensamiento que intenta ser progresista y presentar opciones frescas para el desarrollo del país. 

Y como las cosas hay que decirlas pronto y a la cara, cuando todavía se puede corregir el rumbo, por eso es que tomo la pluma y públicamente emplazo a mi colega Alvaro a que nos de sus razones para semejante propuesta de frenazo y retroceso en la institucionalidad del país.  Porque eso es justamente lo que está proponiendo: diluir la agenda de protección social hasta el punto de volver a hacerla invisible e irrelevante o, como era hasta hace muy poco, dejarla en manos de obras de caridad de primeras damas de turno o de la filantropía que buenamente quieran hacer fundaciones privadas y organizaciones no gubernamentales. 

Además, me parece totalmente incongruente con la dramática realidad del país.  Con “transversalizar” la protección social mandando los diferentes programas a varias instituciones, como se pretende con esta iniciativa, jamás vamos a revertir la tendencia en los niveles de pobreza y desigualdad de Guatemala. 

No es por allí que va la cosa, mi estimado Alvaro. Toda la región (¡y buena parte del mundo!) van en dirección contraria a la que tu propones.  Cerrar el MIDES esgrimiendo que estuvo plagado de errores en su concepción es la salida fácil.  Desmantelar y despedir es mucho más cómodo y fiscalmente conveniente, porque dizque nos ahorrará algunos pocos quetzales en el presupuesto nacional.  Pero a la larga no nos dejará mucho más que un poco de pirotecnia mediática y un enorme vacío institucional que será dificilísimo volver a llenar.    

¡Con lo que cuesta crear instituciones en Guatemala!, ¡con lo mucho que hubo que pelear para finalmente ser el último país de Latinoamérica que tuviera un programa de transferencias monetarias condicionadas!  Ni siquiera hablemos de otro tipo de intervenciones como escuelas abiertas o comedores populares. 

No debemos ni podemos darnos el lujo de volver a estar en el sótano mundial de la política de protección social.  Al contrario, hay que capitalizar de lo que la experiencia internacional nos puede enseñar.  Sería una pena que la coyuntura, una vez más, nos impida tener visión estratégica y de largo plazo. 

Alvaro, no nos engañemos: a casi nadie le importan los pobres en Guatemala.  Eso a pesar de que son la enorme mayoría.  Lo sabes bien vos, lo sé yo, y lo sabe mucha gente.  Pero no muchos tenemos la capacidad de incidencia que vos tienes en este momento.  El cambio en las instituciones públicas no va a suceder por arte de magia.  Hay que provocarlo.  El Estado de Guatemala no es progresivo en su naturaleza.  Hay que pelear mucho para crear espacios políticos, institucionales y fiscales para que efectivamente lleguen recursos directa y exclusivamente a los pobres.   

Desde hace muchas décadas aprendimos que la coordinación interinstitucional es muy difícil de alcanzar y muy frágil en su continuidad.  No sucede ni siquiera cuando se buscan objetivos mucho más rentables, mucho menos cuando estamos hablando de poblaciones vulnerables, sin capacidad de agencia y movilización política. 

Ojalá te dieras el tiempo para dar una vuelta por la región y visitar instituciones como el MIDIS en Perú, Prosperidad Social en Colombia, SEDESOL en México o el MIDES en Chile.  Entonces te darías cuenta que la pobreza no se revierte con una colección de programas desperdigados e inconexos, mal financiados, poco evaluados, y sin ninguna garantía de continuidad.  Esa ruta es la que neciamente hemos transitado por los últimos 60 años y los resultados están a la vista: la pobreza en Guatemala aumenta. 

Ojalá estés aún a tiempo de rectificar y proponer, en lugar de un cierre, una reforma institucional seria, para que tengamos un MIDES eficiente, estable y consolidado.  Con mucho gusto me ofrezco a facilitarte contactos para que conozcas estas y otras experiencias, y entonces propongas una iniciativa de ley mucho más constructiva para el país.  Ahí te dejo el reto.      

lunes, 11 de enero de 2016

¿Por qué apoyamos el diálogo político para el desarrollo rural?

Aqui un pequeño video que da unas ideas sobre el valor del diálogo político para impulsar políticas de desarrollo rural.  Lo hemos hecho a través de grupos de diálogo rural (GDR), bajo el supuesto básico de que la mejor política se hace dialogando.

jueves, 7 de enero de 2016

Pocas cosas, pero bien hechas

“Es evidente que el canal de transmisión que va desde la estabilidad macroeconómica al bienestar de hogares e individuos está completamente bloqueado.”

Termina la primera semana del año.  La normalidad regresa poco a poco.  Normalidad hasta que llegue el siguiente sobresalto, que en este caso sucederá en una semana más. 

El gobierno de transición de Maldonado hará entrega al de Jimmy Morales.  Estos días seguramente correrá bastante tinta y chisme para especular, más por el morbo de saber quién llega a qué puesto que por la necesidad de discutir a fondo las prioridades de la administración que está por comenzar.  A nosotros, los del graderío nos corresponde tratar de ir un poquito en contravía.  Porque a cierta distancia, aunque desconozcamos detalles y minucias, se puede esbozar el bosque.  O cuando menos un bosque.  Eso es bueno para tener punto de contraste. 

Al siguiente equipo de compatriotas a quienes tocará sentarse por unos meses en despachos ministeriales les quedará decidir entre intentar hacer de todo y frustrarse por lo abrumador de la tarea, o elegir dos o tres cosas y tratar de hacerlas lo mejor posible.  Personalmente prefiero esto último, pocas cosas pero bien hechas.  Eso sí, siempre que se tomen el tiempo suficiente para elegir estratégicamente sus batallas, y que sean transparentes con la población para contarnos hacia donde enfilarán sus cañones.  Así de simple, estrategia para elegir y transparencia para comunicar.   

A partir de la coyuntura actual y de las necesidades más apremiantes de la población, parece que hay dos objetivos estratégicos que harían mucho sentido en el 2016: lucha frontal contra la pobreza y promoción del dinamismo económico a nivel territorial. 

Aunque no hace falta justificar mucho su racionalidad, digamos que en el caso de pobreza las últimas cifras revelada por el INE han hecho sonar suficientemente las alarmas.  Es evidente que el canal de transmisión que va desde la estabilidad macroeconómica al bienestar de hogares e individuos está completamente bloqueado. 

Y en el caso del dinamismo a nivel territorial también se puede decir otro tanto.  Por una parte, los beneficios de años de bonanza por la que atravesó la región no dieron mucha tracción a la economía nacional.  La llamada “década de América Latina” pasó prácticamente desapercibida para los guatemaltecos.  Y por la otra, esos amplios niveles de desigualdad entre territorios son un llamado urgente a una política de inversión pública que persiga una –¡y solo una!– cosa: cerrar brechas, de infraestructura, de calidad educativa, de acceso a la salud, de impartición de justicia.  

Pero en términos concretos, ¿en qué se deben traducir estos dos objetivos estratégicos para la administración Morales?

En cuanto al combate a la pobreza, en la articulación de una agresivísima política social, la cual necesariamente descansa en una institucionalidad con suficiente músculo financiero, humano, y el mayor respaldo político del presidente.  El ministerio de desarrollo social debe constituirse en punta de lanza para este esfuerzo, emulando esfuerzos similares que se han observado en países como Brasil, Perú, Chile y México.

En relación a la promoción del desarrollo territorial, la puerta natural de entrada está en el sistema de consejos de desarrollo (a nivel territorial) y en un relanzamiento del sistema nacional de inversión pública (a nivel central), de manera tal que los recursos que se destinan a municipios sean efectivamente invertidos en obra que cumpla con dos criterios: transparencia en la identificación de proyectos de inversión, y búsqueda de la mayor rentabilidad social posible.  Aquí el papel del Ministerio de Finanzas Públicas y la SEGEPLAN son críticos.   

Si al final de sus cuatro años la administración Morales nos hereda dos cosas solamente: un país con al menos 20% menos de pobreza y un sistema de inversión pública blindado de caciques locales, podremos decir que habrá hecho una contribución sustantiva que la población sabrá reconocerle.     

martes, 15 de diciembre de 2015

¿Ideología tendenciosa?

Esta mujer en sus propias palabras sintetiza la multidimensionalidad de la pobreza: tierra, comida, alma, cuerpo y sufrimiento.  ¿En dónde está lo tendencioso? ¿En dónde está la ideología?

Francamente no lo creí cuando lo vi en mi buzón de correo electrónico.  Pensé que quizás alguien estaría atizando el fuego que ya comienza a arder en Guatemala alrededor del tema de pobreza a partir de la última medición que hizo el INE y que da cuenta de un aumento del número y porcentaje de pobres en el país.    

Pero no.  Resulta que no.  Me fui a su sitio de twitter y corroboré que efectivamente era verdad.  Juan Carlos Zapata publicó lo siguiente: “Así es como se va generando una ideología tendenciosa alrededor del concepto de pobreza”, e inmediatamente sigue una cita del estudio que hizo el IDIES de la Universidad Rafael Landívar en los años noventa sobre el fenómeno de la pobreza, la cual dice así “No tenemos tierra ni comida suficiente para todos; estamos enferma del alma y del cuerpo por el sufrimiento (Mujer Mam)”.   

Me fui entonces a buscar la definición de “tendencioso” al diccionario de la RAE, pues quizás yo no estaba muy claro sobre el significado de la palabra.  Y encontré este: tendencioso, que manifiesta parcialidad, obedeciendo a ciertas tendencias, ideas, etc.  No contento, busqué allí mismo la definición de ideología y encontré lo siguiente: conjunto de ideas fundamentales que caracteriza el pensamiento de una persona, colectividad o época, de un movimiento cultural, religioso o político, etc.

Sigo sin entender que nos quiso decir Zapata.  Porque al contrastar estas dos definiciones con la declaración de la mujer de la etnia Mam que se cita en el estudio, pues no veo la conexión.  Más bien me parece que es una declaración en palabras muy sencillas –de hecho lo hace en un español imperfecto– para describir una situación de profunda carencia.  Y si usted lo lee con un poco de más cuidado, se dará cuenta que esa mujer recoge lo que muchos años más tarde se volvió uno de los conceptos más revolucionarios en el mundo del desarrollo: que la pobreza no se reduce solamente a una dimensión material (dinero, tierra, activos), sino que además representa todo un estado de ánimo, un nivel de autoestima, un conjunto de dimensiones subjetivas del bienestar.

Esta mujer en sus propias palabras sintetiza la multidimensionalidad de la pobreza: tierra, comida, alma, cuerpo y sufrimiento.  ¿En dónde está lo tendencioso? ¿En dónde está la ideología? ¿En el hecho que el INE utilice la cita para abrir una discusión sobre el concepto de pobreza? ¡Por favor! Cuando estamos hablando de casi el sesenta por ciento de la población, hablar de pobreza es hablar de realidad nacional. 

No me imagino tampoco que esté cuestionando el enfoque metodológico del estudio, ni los hallazgos que en su momento fueron novedad en un país que niega sistemáticamente su realidad.  De hecho, muy pocos años después se generalizó esta forma de mirar el fenómeno, tanto así que tuvimos a la vista publicaciones de talla mundial como “Voices of the poor” y otras por el estilo. 

Desde donde yo me siento, y desde la experiencia profesional que he tenido, francamente no veo la ideología tendenciosa.  Pero eso no quiere decir que yo esté en lo correcto.  Justamente por eso hago la pregunta de manera pública.  Porque más me parece que, si acaso, está en la cargada frase de Zapata. 

Lo bueno de todo esto es que, aunque quizás podamos tener profundas diferencias sobre la forma de entender y procurar el desarrollo en Guatemala, al menos hoy podemos decirlo abiertamente y buscar el debate.  Eso, aunque modesto, aunque no lo parezca mucho, es un paso adelante.  Ahora toca ver hasta dónde llega la capacidad de influencia de un relato versus otro. 

jueves, 9 de julio de 2015

Ignorance is bliss

“(…) además de la lucha frontal contra la corrupción y la reforma política, ¿tendrá la sociedad civil que echarse a cuestas el análisis, discusión y propuestas sobre todos y cada uno de estos grandes temas nacionales?.”

Ignorance is bliss, dicen los sajones para referirse a que a veces es mejor ignorar ciertas cosas.  A veces, en el corto plazo, o en determinada coyuntura, y solo por cortísimo tiempo, pueda que de una falsa sensación de bienestar.  Pero al final siempre es mejor conocer el terreno donde se está parado.  Lo mismo para personas que para sociedades.  Y en materia de desarrollo socioeconómico, donde el negocio está en transformar la realidad, ciertamente es mejor procurar conocer la naturaleza precisa de los desafíos, pues solamente así es que surgen ideas que ayudan a salir del atraso de forma sostenible.  Lo demás es demagogia. 

Durante los últimos meses nos hemos consumido en una crisis política profunda, que ha colocado como primera y más importante prioridad en la agenda nacional una reforma del sistema político.  Unos apoyan y otros arrastran los pies, pero todos lo reconocen.  Sobre eso se dice y escribe mucho y a diario.  Nada de malo en ello, así debe ser.  Es hoy que la ventana de oportunidad está abierta y por lo tanto se debe aprovechar al máximo.  Los que creemos en el cambio de fondo mantenemos la presión, conscientes de que esto va para largo.    

Pero no hay que olvidar que el diálogo social debe seguir siendo mucho más complejo, diverso, polifacético.  Tenemos que estar conscientes que aun y cuando los ciudadanos lográsemos todos los cambios que estamos exigiendo, aun así habremos pagado un costo.  Gracias a este disfuncional sistema político, se nos ha ido otra oportunidad de aprovechar un evento electoral que nos permita revisitar las prioridades de desarrollo de Guatemala y la agenda de política pública que es consistente con tales prioridades.      

Nadie o muy pocos están debatiendo hoy sobre el esfuerzo fiscal que debemos hacer para mejorar la calidad en la educación, aumentar la cobertura en salud, o establecer un sistema de protección social que vaya más allá de programas de transferencias condicionadas en efectivo; de las inversiones en infraestructura qué se necesitan para elevar la competitividad de nuestro aparato productivo y de los mecanismos para financiar tales proyectos; de la política de promoción de empleo para jóvenes; de la estrategias que debemos seguir para promover un mayor desarrollo territorial; o de la manera en que queremos seguir insertándonos en los mercados internacionales. 

Todos esos temas están parqueados, en estado vegetativo, hibernando.  No por falta de capacidad en la sociedad civil, sino porque las energías están enfocadas en la urgencia de rescatar lo poco que va quedando de nuestras instituciones públicas.  Estamos casi como salvando los muebles y nada más. 

Me pregunto entonces si además de la lucha frontal contra la corrupción y la reforma política, ¿tendrá la sociedad civil que echarse también a cuestas el análisis, discusión y propuestas sobre todos estos temas nacionales? Porque ¡ojo!, que si los dejamos así, huérfanos y a la deriva, no nos sorprendamos luego que por los siguientes años nuestros indicadores de pobreza, desigualdad, empleo, productividad, y desarrollo humano se estanquen o retrocedan, como de hecho ya está sucediendo con varios de ellos. 

El problema es que, como bien escribió hace un par de días Arturo Pérez-Reverte refiriéndose a la coyuntura de su país, “(…) aquí las voces lúcidas se silencian o se desprecian, relegadas por un grosero rifirrafe de consignas políticas, descalificaciones e insultos.”  Y así la salida del atraso se hace más lenta y cuesta arriba.  Ignorance is bliss, yes…, but not all the time!  

miércoles, 1 de julio de 2015

Hasta aquí

“(…) intentar comunicarme con un público no especializado, tratando de decodificar ideas y conceptos que muchas veces no logran bajar del Olimpo de las tecnocracias.”

Hace ocho años estaba haciendo antesala en el ministerio de agricultura cuando sonó mi teléfono.   Era Maricela Herrera para preguntarme si tendría interés en ser parte de los columnistas de la sección económica de Prensa Libre. La idea me atrajo mucho así que no tuve que pensarlo demasiado. 

Fue almorzando con mi padre en el restaurant Altuna que le encontré un nombre al espacio: Economía y Desarrollo.  Porque eso era justamente lo que quería comunicar en mis artículos: que la Economía como disciplina sólo tiene sentido en la medida que logra conectar con ese anhelo natural que todos los seres humanos tenemos de mejorar nuestra condición de vida, es decir, desarrollarnos individual y colectivamente.

Así fue como zarpé con uno de los temas que más me apasiona: política social.  Una, dos, tres columnas.  Y muy rápidamente comencé a recorrer otros senderos cercanos.  Pobreza, desigualdad, empleo, micro finanzas, desarrollo rural, instituciones, política pública, en fin.  Son tantas las áreas del desarrollo sobre las que se puede escribir, que afortunadamente temas nunca hicieron falta. 

Siempre fue un aporte que di sin retribución económica alguna.  Eso sí, procuré cumplir semana a semana.  Y fueron contadas las veces que caí en falta, muchas de ellas por estar en alguna región remota de este continente, donde la conectividad es muy precaria o inexistente.      

Tengo muchas anécdotas que he ido recogiendo en el camino.  Como aquella columna que tuve que escribir en el teclado de mi BlackBerry porque no tenía computador en la aldea donde estaba trabajando.  O aquel otro mensaje que me escribió un maestro desde una escuela rural en Huehuetenango para agradecerme por el material que le ayudaba a preparar sus clases para muchachos de secundaria.  O aquella otra columna que escribí durante una misión a Haití, con un nudo en la garganta, pues es una de las experiencias más fuertes que he tenido en mi vida profesional.   

Desde el principio me propuse cuatro objetivos.  Primero, intentar comunicarme con un público no especializado, tratando de decodificar ideas y conceptos que muchas veces no logran bajar del Olimpo de las tecnocracias.  Segundo, democratizar literatura a la cual las grandes mayorías tienen poquísimo acceso.  Convertir información privilegiada en conocimiento público.  Tercero, dar prioridad a temas estructurales que explican nuestro atraso.  Esos de los que se habla poco porque generalmente se los traga la coyuntura.  Y cuarto, mantener disciplinadamente el espacio todos estos años, viviera donde viviera, porque así me mantenía vivo y vinculado con mi país.  Mi país, esa noción-territorio que tanto me ha dado y por el cual mi familia ha trabajado por generaciones para tratar de hacerlo un espacio cada vez más vivible.  Todos estos objetivos, dicho sea de paso, siguen siendo válidos para mí, por lo que dejaré que sigan orientando mi acción profesional.  

Pero todo tiene un ciclo y hoy me toca poner un hasta aquí.  Economía y Desarrollo en Prensa Libre llega a su fin.  Lo digo con una mezcla de nostalgia y satisfacción por la labor cumplida.  Toda esta tinta, tiempo y reflexión me han enseñado mucho.  Y esto no hubiera sido posible sin una audiencia con quien intercambiar.  Por eso permítame darle las gracias a usted, que me leyó una o varias veces, que compartió o no mi opinión.  Debo decirle que fue su lectura crítica mi mayor motivación siempre. 

Así, con la misma frase de aquella primera columna en julio de 2007 termino hoy esta “travesía editorial agradeciendo a Prensa Libre por el ofrecimiento de un espacio en sus páginas para discutir temas económicos y del desarrollo”. 

Por ahora seguiré publicando semanalmente en mi blog http://ekonomiaydesarrollo.blogspot.com/.  Luego veremos a dónde más me llevo mis cinco len.       

jueves, 25 de junio de 2015

¡Institucionalidad!, ¿cuál?

“Dos ideas muy poderosas en la Guatemala de hoy: ciudadanía con capacidad de derrocar a sus elites y redistribución del poder político, ambas precondiciones de prosperidad económica.”

Las instituciones son elemento central de cualquier proceso de desarrollo.  Más importante que la dotación misma de recursos naturales o del nivel de desarrollo tecnológico de un país.  De hecho, hay una muy amplia literatura que se ha ocupado del tema, recordándonos que conceptos como crecimiento económico, progreso social, democracia, participación ciudadana, son todas cosas muy deseables, pero difícilmente alcanzables sin eso que llamamos “instituciones”.  Que no son más que el ordenamiento que nos permite vivir en convivencia, que establece jerarquías y roles particulares para cada individuo en una sociedad.

¡Espéreme un momento!  Ordenamiento, convivencia, jerarquías, y roles.  Cuatro palabras clave que ciertamente capturan la esencia de lo que es una institución, pero que no nos dice nada respecto de sus fines y, por lo tanto, tampoco nos permite saber si son  deseables o indeseables.  Así, familia, iglesia y mafia son todos ejemplos de instituciones, claramente unas más deseables que otras.    

En una columna de opinión anterior hice referencia a un análisis reciente hecho por Acemoglu y Robinson, en donde dan su explicación del éxito o fracaso de las naciones diciendo que (sic) “los países que hoy son ricos lograron esa prosperidad porque sus ciudadanos derrocaron a las elites que controlaban el poder y crearon una sociedad en donde los derechos políticos estaban mucho más ampliamente distribuidos.” 

También decía sobre el argumento central de los autores que (sic) “son las instituciones –políticas primero, y económicas después– las que explican el desempeño de las naciones.  Poderoso planteamiento ese de llevarnos de lo político a lo económico.  De cómo las instituciones políticas, que son las llamadas a distribuir el poder, generan los incentivos para que surjan instituciones económicas que favorezcan o inhiban iniciativa, innovación, visión de largo plazo, y con ello crecimiento económico y bienestar social.” 

Dos ideas muy poderosas en la Guatemala de hoy: ciudadanía con capacidad de derrocar a sus elites y redistribución del poder político, ambas precondiciones de prosperidad económica.  Argumentos que van en contravía de esa perorata que se tienen algunos funcionarios públicos y analistas cuando salen a defender esa mal entendida e insostenible “institucionalidad” que ya no nos gobierna. 

La evidencia es amplia también en señalar que no son muchas las ventanas de oportunidad que da la historia para producir verdaderos quiebres, puntos de inflexión, que permitan a un país cambiar su trayectoria de desarrollo.  De una que refuerza instituciones extractivas y capturadas por unos pocos, hacia otra que favorezca una distribución más democrática del poder político y las consecuentes oportunidades económicas. 

Tales momentos son la excepción más que la regla.  No llegan ni siquiera en cada generación.  Y de eso los guatemaltecos sí que podemos hablar con propiedad, pues desde 1944 no se había vuelto a mencionar una primavera política, evocando aquel despertar ciudadano que fue capaz de construir un nuevo imaginario e institucionalidad básica que puso a la Guatemala de aquel entonces a la vanguardia de muchos procesos de desarrollo en la región. 

Desafortunadamente en aquellos años esa nueva institucionalidad nacional contravino los intereses de otra institucionalidad más poderosa, y la experiencia completa debió abortarse.  Nos ha tomado 70 años volver a sentir en la piel esa oportunidad de cambio pacífico y democrático, que quiebre con nuestra historia.  Y todo apunta a que a pesar de la defensa oficiosa de una institucionalidad desahuciada, ¡avanzamos!  

jueves, 18 de junio de 2015

Elegir ¿qué?

“La población urbana, por su parte, arde y se consume en su catarsis, pero sin terminar de coronar una posibilidad de reforma real.”

Elegir sin saber qué está eligiendo.  Es lo peor que le puede pasar a cualquiera.  Así lo dice la psicología, la sociología, la economía, y prácticamente cualquier ciencia social.  Las consecuencias de una elección a ciegas, apresurada, peor aún, con información incompleta o falsa o guiados solamente por un impulso, generalmente conducen a la frustración y al error.  Por eso personas, hogares, empresas, todo mundo, invierten una gran parte de energía y recursos justamente en eso: obtener la mejor información posible para poder así tomar la mejor decisión posible. 

Eso que aplica en el plano individual es igual en el plano colectivo.  El ejemplo clásico en democracia es un proceso electoral, en donde la mayoría adulta de una sociedad debe expresarse y elegir entre grupos de ciudadanos que se presentan y ofrecen como los más idóneos administradores de lo público, del bien común.  (Esto es el libro de texto). 

Es justamente allí, en una elección sin saber lo que se está eligiendo que deriva toda la frustración acumulada de sociedades como la guatemalteca que, una y otra vez se topan con que no cuentan con los elementos suficientes para poder desarrollar y después elegir sus liderazgos políticos.  Y vamos teniendo que validar, ratificar, legitimar con una pálida papeleta y una cruz una decisión que nos afectará cuatro años –aunque en realidad son muchos más, porque la política pública (mala y buena) tiene inercia y se extiende, a veces indefinidamente–.

En el momento por el que pasa Guatemala, con el ambiente social y político tan pero tan volátil y enrarecido (coyuntura), y con los niveles de desigualdad y debilidad institucional tan altos (estructura), esta incertidumbre se acentúa.  Se magnifica. 

La población rural, en promedio menos crítica y con un ancestral escaso acceso al poder central, se conforma con dinámicas locales, en donde lo concreto, lo inmediato, es suficiente para convivir con un sistema político y económico que como en el fondo nunca le ha dado nada, pues con espejitos y baratijas –que en el siglo XXI son almuerzos gratis, camisetas, láminas y rifas de electrodomésticos– basta.  Así que difícilmente por ahí vendrá la fuerza transformadora en la actual crisis.

La población urbana, por su parte, arde y se consume en su catarsis, pero sin terminar de coronar una posibilidad de reforma real.  Estamos como cuando hacíamos competencias de pulsos en la escuela, por ratos inclinamos el brazo en una dirección y por ratos en otra.  Mientras tanto, nuestro oponente gana tiempo y apuesta al cansancio, eso sí con una sonrisa cínica que nos repite y recuerda el nivel de descaro que ha desarrollado amplia e impunemente. 

Así, los problemas de siempre, esos históricos frenos a nuestro desarrollo, siguen allí, fermentándose: bajo empleo formal, baja productividad de los factores de producción, baja carga tributaria, desnutrición crónica, déficit de infraestructura pública –caminos, agua, luz, internet, médicos, policías, maestros, trabajadores sociales–, deterioro de nuestra base de recursos naturales, expulsión de nuestra mano de obra –calificada o no–, inseguridad ciudadana, narcotráfico y crimen organizado. 

La tensión entre esta coyuntura y aquella estructura no termina de sintetizar.  ¿Puede un país vivir así indefinidamente? ¿Puede este país soportar otros cuatro años sin contenido en sus tomadores de decisión? ¿Por qué nos está costando tanto organizarnos, cerrar el negocio, somatar de una buena vez la mesa, y comenzar a reconstruirnos?

miércoles, 10 de junio de 2015

Informales, ilegales e inestables


“Es fundamental entonces poder hacer los amarres entre reformas al sistema político que la sociedad está demandando y transformaciones económicas estructurales que se necesitan en el país.”

“El crimen organizado [y el narcotráfico] es muy probablemente el mayor empleador del país.”  Esas fueron las palabras del arzobispo metropolitano Oscar Vian que aparecieron publicadas en prensa hace un par de días.  Sus razones tendría para decir algo así, y aunque no dio una cifra específica, a juzgar por lo que está sucediendo actualmente en el país, probablemente no está muy lejos de la realidad. 

La corrupción y el crimen organizado hasta hace unas semanas no eran más que la conversación cajonera de pasillo, de reunión social, de sobremesa familiar.  Pero no salía ni pasaba de allí, porque era muy peligroso convertirse en el o la valiente que alzara la voz y señalara con el índice a persona alguna –menos aún a un funcionario público–.  Era nuestro enorme y patético elefante en el cuarto.  Tumor canceroso que lentamente nos devoraba.    

Pero hoy eso ha cambiado.  El dique mental que nos cohibía y amedrentaba, finalmente cedió.  La sociedad despertó y reaccionó como no lo hacía desde hace por lo menos tres generaciones.  Tanto así, que ya no saben qué hacer con nosotros.  Somos el pulpo que se salió de la botella y ahora no hay santo poder que lo meta de vuelta.          

En ese despertar, en ese caldo de cultivo, es que caen las declaraciones del arzobispo.  Que dicho sea de paso son absolutamente consistentes con las estadísticas nacionales que nos dicen a gritos que un 70% de la población ocupada está en el sector informal, que tenemos a más un millón de paisanos que han tenido que dejar el país para salir en busca de mejores oportunidades económicas, y que aún somos una población muy rural y muy joven. 

Todo eso junto nos pone contra la pared, ante una realidad muy cruda y muy grave.  Debajo de la actual crisis corren problemas de difícil pero de urgente corrección, en donde probablemente uno de los más importantes y urgentes sea la generación de oportunidades de empleo para todos esos muchachos y muchachas que hoy se topan con callejones oscuros, sucios y sin salida.   

Es fundamental entonces poder hacer los amarres entre reformas al sistema político que la sociedad está demandando y transformaciones económicas estructurales que se necesitan en el país.  Al final del día, devolverle un poco de decencia a la actividad política y el saneamiento de las instituciones públicas no es un fin en sí mismo, sino una condición necesaria pero no suficiente para poder mejorar las condiciones de vida de todos nosotros. 

En la coyuntura actual nuestro principal activo han sido los jóvenes, algunos de ellos con más y otros con menos oportunidades.  Algunos de barrio, otros de colonia, otros de aldea, da igual.  Aun así, en medio de tanta desigualdad, hemos logrado conectar unas Guatemalas con otras y nos hemos hecho sentir y escuchar.  Imagínese entonces qué pasaría si de esta crisis lográramos salir bien librados y le cambiamos la trayectoria al país.  Si logramos ampliar los espacios de participación política e inserción económica de nuestra juventud, de manera tal que el destino de la mayoría de estos muchachos ya no sea la informalidad, la migración, el crimen organizado o el narcotráfico.

He allí la importancia de no perder de vista el horizonte.  Ese mismo que, como bien dijera Eduardo Galeano, sirve para hacernos avanzar, movernos en dirección de un estadio mejor, de una Guatemala distinta que nos sepa arropar a todos. 

miércoles, 3 de junio de 2015

De corrupción y descaro al cauce y desfogue

“Pero el sentimiento colectivo aumenta, se contagia, y ya se sugieren acciones para elevar el tono, contenido y forma de la protesta –el paro nacional, por ejemplo–.”

La corrupción y el descaro han sido los grandes pegamentos de esta crisis.  Es a la sombra de estas dos bofetadas que nos ha dado el gobierno de turno y la clase política que los ciudadanos decidimos movilizarnos poniendo a disposición todo lo que teníamos a nuestro alcance: redes de contactos, palabra escrita, presencia física, nacionalismo, y un profundo deseo de cambio motorizado por nuestro mayor y mejor activo: la juventud.  Esos fueron los ingredientes de la primera marcha en abril y han seguido siendo los mismos ingredientes de las subsiguientes.   

Por ratos hemos contado con el apoyo de otros factores de poder tradicional como el sector privado organizado y la Embajada de los Estados Unidos.  Y como bien apuntó un colega columnista, fue en la alineación perfecta de estos tres grandes astros (ciudadanía como principal actor y factor detonante, CACIF, y gobierno de los Estados Unidos) que se logró asestar el golpe de efecto más grande a la fecha, con la renuncia y salida por la puerta trasera de la señora Roxana Baldetti.    

Por ratos también hemos recibido golpes a los guantes de parte de grupitos (¡esos sí grupitos!) que han querido distorsionar las cosas y ver micos aparejados en la energía social que se ha desatado, intentando mermar nuestro entusiasmo con viejas consignas de épocas ya superadas.  Han dicho que todo esto ha sido orquestado por cubanos y venezolanos, intentando apelar a sentimientos de anticomunismo y guerra fría.  Han dicho también que las movilizaciones campesinas han sido financiadas y organizadas por países europeos, tirando aquí pedrada triple: 1) intentando inflamar una soberanía nacional mal entendida; 2) menospreciando a las organizaciones de base y su capacidad de expresar su descontento y repudio al gobierno; y 3) subvalorando la reacción de la juventud urbana metropolitana que inmediatamente cerro filas con el movimiento indígena y campesino, muestra clara de que esto no tiene absolutamente nada que ver con ideologías sino con un objetivo que nos interesa a todos. 

Además, también hemos resistido cambios de marea.  Los factores tradicionales de poder no tienen certeza de querer apoyar un cambio radical y más bien parecieran darse por satisfechos con la elección del nuevo vicepresidente y la detención de funcionarios implicados en actos de corrupción (IGSS y SAT).  Y como quien no quiere la cosa, optan de manera implícita por una salida negociada y dentro de las reglas actuales del juego.  Es decir, manteniendo el cronograma electoral y aceptando que el señor Pérez Molina siga en el cargo hasta enero de 2016.  No hay que perder de vista que esta estrategia de salida tiene como aliados naturales a los partidos políticos que ya llevan varios años invirtiendo tiempo y dinero para hacerse del poder.    

Lo interesante es que a pesar de todo la presión social no ha disminuido.  Y cuando digo “todo” quiero decir a que los ciudadanos indignados estamos plenamente conscientes de todos estos movimientos estratégicos y toma de posición de parte de tales actores políticos tradicionales.  Pero el sentimiento colectivo aumenta, se contagia, y ya se sugieren acciones para elevar el tono, contenido y forma de la protesta –el paro nacional, por ejemplo–. 

Para bien o para mal el tiempo sigue corriendo y con ello se acerca el momento de definiciones.  Definiciones en términos de agendas de reformas, pero también en la toma de posición de parte de la ciudadanía con relación al próximo evento electoral y la convocatoria a una asamblea nacional constituyente.  La corrupción y el descaro, que han sido los grandes pegamentos de esta crisis, deberán encontrar pronto cauce y desfogue con capacidad real de transformación.  Hay decisiones fundamentales frente a nosotros, que no se podrán posponer por mucho tiempo a riesgo de descarrillar un proceso que hasta hoy lleva muy buen ritmo.  Esta primera fase está casi agotada.    

jueves, 28 de mayo de 2015

Los costos de este cambio de piel

“(…) en su lógica y algoritmo seguimos “business as usual” y las jornadas de abril y mayo no tendrán mayor impacto en la economía nacional.”

Como era de esperarse, con el correr de los días comienzan a aparecer especulaciones sobre impactos económicos que tendrá la actual crisis política.  Los primeros en salir al aire fueron analistas de inversión privados que, muy a su conveniencia, llaman a la cautela, a recuperar cuanto antes la calma, a dejar que el gobierno termine su período, todo en nombre del sacrosanto clima de negocios y la calificación riesgo país.  No es de extrañar esta posición, viniendo de opiniones que representan y se benefician de la estabilidad como condición para la rentabilidad del capital sobre cualquier otra cosa.  Son visiones ciegas y desinteresadas del bien común, y por tanto no recogen dentro de su lectura las evidentes necesidades de transformación y reforma que urgen al sistema político nacional. 

Más recientemente apareció la voz gubernamental.  Primero en boca del señor Pérez Molina, alertando sobre una caída en la recaudación, producto de la no vigencia del impuesto a la telefonía.  Curiosamente sin hacer vinculación alguna con la crisis que detonó el descubrimiento de la red de defraudación fiscal de “La Línea” y la estafa-crimen del IGSS, y los efectos que ambos escándalos puedan tener en la moral tributaria.  (Aunque a decir verdad, en las condiciones actuales quizás sea mucho más moral en este momento apoyar reformas a la SAT y a ciertas piezas de legislación, en vez de seguir llenando el agujereado barril de las finanzas públicas que sólo ha servido para engordar inmoralmente las cuentas de banco de varios empresarios y funcionarios públicos asociados a estos.)  

Finalmente, hace tan sólo un par de días nos enteramos que –¡después de noventa días sin reunirse!– el gabinete económico tímidamente opina sobre la crisis y cómo esta podría reflejarse en indicadores macroeconómicos de corto plazo.  No nos dicen nada muy iluminador, por cierto.  Más bien, lo que sí resulta increíble es que los análisis de dicho gabinete sigan proyectando tasas de crecimiento económico en el rango del 3.6% al 4.2%, como si nada estuviera pasando.  O sea que en su lógica y algoritmo seguimos “business as usual” y las jornadas de abril y mayo en la plaza central, cabeceras departamentales y frente a embajadas de Guatemala alrededor del mundo, no tendrán mayor impacto en la economía nacional.  Qué raro, ¿no?

Eso solo se puede explicar de dos formas:  porque, o hay una lectura deliberadamente politizada de la coyuntura económica, postrer esfuerzo del gabinete por tratar de minimizar la situación crítica por la que atraviesa este decadente gobierno; o bien nuestra estructura económica se ha sofisticado a tal punto que ha logrado prescindir de la política para su funcionamiento, lo cual sería gravísimo y solamente reforzaría la necesidad de acometer reformas de fondo que nos permitan volver a reconectar ambos mundos –política y economía–, como normalmente sucede en cualquier sociedad del mundo. 

Especulaciones aparte, lo que todos los ciudadanos indignados tenemos que tener claro es que esta crisis y las reformas que vamos a acometer para transformar a fondo el sistema político tendrán consecuencias económicas que, en el escenario más benigno, se traducirán en cautela de parte de inversionistas y en una posible contracción de la inversión pública y del crecimiento.  Y lo que la elite política tiene que tener claro es que los ciudadanos estamos conscientes y dispuestos a pagar los costos de este cambio de piel, porque sabemos que los beneficios son mucho mayores y que el statu quo dejó de ser una opción desde el 25 de abril. 

jueves, 21 de mayo de 2015

La trenza del cambio

“El entusiasmo ha crecido y quizás hasta nos han comenzado a dar ganas de pensarnos cada vez más como un enorme colectivo, orgánico, organizado.”

Nadie sabe con exactitud a dónde iremos a parar con esta crisis política.  Estamos en una auténtica puja, en donde los diferentes actores tradicionales intentan jugar su papel, pero se han topado con la emergencia de un fenómeno social que no veíamos en Guatemala desde hace décadas. 

La mezcla de espontaneidad con hartazgo y juventud, han logrado darnos a todos una sacudida tal que nos permite incluso pensar en soluciones hasta hace unas pocas semanas inimaginables.  Como cuando aquel niño aprende a caminar, da el primer paso, se da un sentón pero cae lejos de la pared que le daba el equilibrio.  Y poco a poco se va dando cuenta que se puede poner de pie, tambaleándose, erguirse, y dar otro par de pasos. 

Así nos está sucediendo.  Estamos experimentando cosas nuevas.  Experiencias inéditas en nuestro imaginario.  Sensaciones y emociones que estoy convencido marcarán a toda una generación, porque le habrán dado un referente nuevo, rejuvenecido, sobre el cual poder seguir construyendo un país con rostro más humano y amable.  La Guatemala distinta que sigue siendo posible.

Las marchas masivas y crecientes que están teniendo lugar son quizás la expresión más concreta, es cierto.  Aunque ya no son el único ejemplo.  La plaza se ha convertido en el verdadero espacio público, donde nos hemos dado cita todos los guatemaltecos, independientemente del piso que habitemos en el edificio de cinco niveles que un día dibujó con tanta maestría Don Edelberto Torres. 

A fuerza de empellones a puertas y ventanas, de romper tabiques y muros falsos, hemos salido al aire libre a conectar y reconocernos.  Primero solamente a darnos cita en un día y hora específicos.  Vernos la cara, corear juntos, cantar un himno, quizás sonreírnos, darnos la vuelta y volver a nuestra esquinita.  

Pero como contagiados por la enorme energía y positivismo que se multiplica cuando se logra construir un objetivo que todos perseguimos, cuando verdaderamente nos sentimos parte de algo, nos hemos quedado con ganas de repetir esa experiencia y ponernos a prueba una y otra vez.  Y para sorpresa nuestra, la energía social sigue allí.  El entusiasmo ha crecido y quizás hasta nos han comenzado a dar ganas de pensarnos cada vez más como un enorme colectivo, orgánico, organizado, y cada vez menos como simple colección de individuos que por esas casualidad y curiosidades de la historia logran compartir por un instante efímero. 

Las ganas de seguir alimentando “esto”, esto que se siente tan bien, esto que por primera vez nos muestra nuestro rostro en plural y construye ese inmenso mosaico de voces, colores, edades, y estaturas, esas ganas siguen allí.  Que no nos extrañe en un país de jóvenes que hayan sido los mismos jóvenes quienes hayan dado el paso al frente, y hayan dibujado un hermoso collage que no se nos va a olvidar jamás y que seguramente vamos a evocar y repetir de ahora en adelante.  Cuando recordemos que fue en estas jornadas de mayo que la juventud universitaria de todas las casas se volvió a trenzar en una sola, y desfilar juntos hacia un objetivo común, movidos por un deseo de cambio igualmente común. 

Es el enorme poder que tiene la cohesión social.  Esa que tanta falta nos estaba haciendo y que, como bien hemos experimentado estos días, tanto fuerza tiene y libera, y tanto bien nos está trayendo.  Allí y en ninguna otra parte radica la posibilidad del cambio.  ¡Adelante Guatemala, esto apenas comienza!

jueves, 14 de mayo de 2015

Un cóctel para esta crisis

“(…) la protesta gradualmente comienza a combinarse con propuesta y con mucha auditoría social.”

La crisis no ha concluido.  Al contrario, evoluciona y avanza.  Se alcanzó el punto en que la vicepresidenta debió retirarse del cargo con mucha pena y nada de gloria.  Eso en sí mismo es un importantísimo logro para nuestra democracia, pero a la vez es un hecho insuficiente para atender las demandas sociales y salir del bache.  La presión social no va a menguar, más bien seguirá in crescendo hasta que se llegue a reformas sustantivas. 

Ahora la protesta gradualmente comienza a combinarse con propuesta y con mucha auditoría social.  Así debe ser y así debe continuar.  La estrategia de hacer las concesiones políticas mínimas necesarias para mantener a flote esta decadente administración hasta enero de 2016 –o cuando menos hasta septiembre de 2015– no aplica.        

Dos hechos así lo confirman.  Primero, el fallido intento del presidente de conformar una comisión de tecnócratas notables para conducir un proceso de reforma de la SAT.  Y segundo, la oposición y suspicacia que despertó la terna para candidatos a la vicepresidencia, tanto en su versión original como modificada a última hora.  Todas personas del régimen, que no dan garantía alguna de poder cumplir una función fundamental en los meses por venir.     

¿Por qué digo función fundamental? Porque la ciudadanía comienza cada vez más a construir en su imaginario una ruta crítica con básicamente dos escenarios. 

Por un lado, está el escenario en que se preservan las reglas actuales del juego y se designa un vicepresidente, para luego pedir la renuncia del presidente, e inmediatamente después ir detrás de una reingeniería profunda al sistema político e instituciones clave.  Si tal cosa se cumple, con la designación del vicepresidente de facto estamos ante la elección de una persona que deberá asumir interinamente la conducción del Ejecutivo. 

Por el otro, está un escenario de cambio más radical e inmediato, que aprovecha el momentum, exige directamente la renuncia del presidente, pero además la suspensión de las elecciones, la conformación de un gobierno provisional integrado por personas honorables, y la implementación de una reforma del Estado.  

Ambos escenarios convergen en dos cosas: a) necesidad de reformas de fondo con mucho diálogo social, b) actores con real capacidad de liderar la transición, y no solamente llevar a término una administración colapsada en tanto llega la siguiente. 

Cualquiera sea la ruta que finalmente adoptemos, dentro del grupo de reformas una agenda mínima comienza a tomar forma.  1) restructuración por la que debe pasar la SAT para evitar que más recursos públicos sigan desviándose a través de redes de defraudación fiscal; 2) juicio contra personas individuales y jurídicas que defraudaron al fisco; 3) cambios a la ley de partidos políticos, para que transparenten las fuentes de financiamiento, a la vez que se creen los mecanismos para una competencia más equitativa entre diferentes organizaciones; 4) modificaciones al sistema de elección de diputados para que, entre otras cosas, se ponga límite al número de relecciones y se eliminen el mecanismo de elección por listados. 

Probablemente, una vez superada esta primera etapa de protesta y agenda mínima, el paso inmediato deberá ser llamar a una asamblea nacional constituyente, que permita concluir todo el proceso con una refundación del contrato social que los guatemaltecos queremos para las siguientes décadas. 

Así, el cóctel para encauzar esta crisis se compone de tres ingredientes básicos: primero, durante las semanas y meses por venir, mucha, muchísima movilización y protesta, pacífica pero sostenida, combinada con un ejercicio de identificación de liderazgos honorables; segundo, permanente auditoría social de las acciones de los tres poderes del Estado, ejercida en redes sociales, plazas y foros, pero también desde dentro de las instituciones, con el concurso de la burocracia que apoya el cambio; y tercero, mucha capacidad de propuesta para impulsar aquellas reformas que ya han sido identificadas como los principales cuellos de botella para el saneamiento de nuestro sistema político. 

¡Eso sí, hay que estar muy vigilantes y dispuestos a salir a la calle en cualquier momento!     

jueves, 7 de mayo de 2015

El tamaño del animal

“(…) la participación y presión ciudadana, amplia y plural, debe mantenerse para hacer el contrapeso que las circunstancias exigen.”

Aunque se quiera, en estos días es muy difícil pensar fuera de la coyuntura por la que atraviesa Guatemala.  Momento verdaderamente histórico y decisivo para el futuro de nuestra democracia.  Desafortunada o afortunadamente nos llega entretejido con un evento electoral, que no genera mayor entusiasmo y solamente aumenta el ruido en el ambiente.  Más bien es fuente adicional de preocupación. 

Hay años luz entre lo que sucedió en la plaza de la Constitución el 25 de abril y el 3 de mayo.  Noche y día.  Luz y sombra.  Convicción versus acarreo.  Legitimidad contra feria.  Dos caras tan distintas de esta misma moneda llamada Guatemala.      

No se pueden hacer escenarios, comentaba alguien hace poco.  Todo está cambiando rápidamente.  Cada día aparecen piezas de información que necesariamente obligan a recalibrar y mantener la guardia alta.  Lo único cierto es que la presión ciudadana hay que mantenerla para obligar a que esto llegue a un punto de no retorno.  Ese en donde finalmente se abran opciones de reforma real y sustantiva a un sistema político que ya no da para más. 

En tal contexto, el peso que hoy cae sobre la espalda de la sociedad civil es enorme. 

Por una parte es muy alto el riesgo de quedarnos entrampados en la crisis que ha detonado la CICIG al destapar la mafia de “La Línea”, y concentrar toda la energía social en movilizaciones exigiendo la renuncia de los mandatarios, ¡y solamente eso!  Ojo, no hay que perder de vista que, desde una perspectiva de más largo plazo, ellos dos, así como los muchos otros que también tendrán que rendir cuentas, son solamente actores del momento.  Operadores de un sistema más complejo que reproduce corrupción. 

Luego, además del precedente que es necesario establecer y por lo cual continuamos exigiendo la renuncia de las más altas autoridades, en paralelo se debe hacer el trabajo preparatorio que nos aliste para una discusión de fondo y reforma.  Evidentemente no contamos con los partidos políticos, quienes han dado sobradas muestras de no tener capacidad técnica ni política, mucho menos legitimidad para intermediar este diálogo social.     

Pero la cosa no termina allí, porque a eso hay que sumarle la dinámica del proceso electoral que el domingo partió con concentraciones de diferentes partidos tanto en la ciudad capital como en departamentos.  Y que seguramente intentará repetir vicios y falencias de toda la vida: cascarón, bulla, tarima y pitos, pero nada más.  En dos platos, desgaste y despilfarro.   

Sin embargo, a diferencia del pasado, hoy la sociedad civil tiene la oportunidad de construir una enorme sinergia sobre la base de la crisis actual, que obligue a los candidatos a comprometerse con una agenda de reforma del Estado.  Aunque el argumento de una asamblea nacional constituyente comienza a ganar tracción, el diablo, como siempre, estará en los detalles.  De allí que la participación y presión ciudadana, amplia y plural, debe mantenerse para hacer el contrapeso que las circunstancias exigen. 

Tenemos pues ante nuestros ojos la gestión de un triple proceso: sentar un precedente que de una señal clara de intolerancia ciudadanía a la corrupción y abusos de nuestra elite dirigente; crear las condiciones y participar en un diálogo social que genere reformas a nuestro sistema político; y tratar de encauzar lo más posible el evento electoral de septiembre próximo.  ¡De ese tamaño es el animal! 

miércoles, 29 de abril de 2015

Irregularidades regulares

“La ausencia de liderazgo ha sido patética.  Simple y llanamente han quedado a merced y han sido devorados por toda esta energía social que anda suelta.”

Guatemala es un país de irregularidades regulares.  Suceden cosas que son a ojos vista total y absolutamente irregulares, pero llevan tanto tiempo sucediendo que terminan internalizándose, volviéndose regulares y hasta predecibles.   

Tres ejemplos, así rapidito, solamente para ilustrar el punto:  1) desde la transición democrática de los ochenta, esos comités electoreros, mal llamados partidos políticos, tiene una vida útil que no va más allá de diez o quince años, con lo cual la intermediación política es pobrísima en contenido además de intermitente; 2) proponga lo que proponga (¡literalmente!), el candidato que termina en segundo lugar en una elección se convierte en el siguiente presidente, casi como por derecho adquirido; y 3) cada gobierno debe enfrentar al menos una crisis mayúscula, para la cual obviamente no está preparado, y cuyo desenlace es igualmente inesperado –por no decir de película–.       

El escándalo de “La Línea” fue el mechazo que detonó la debacle patriota, quienes estaban de un triunfalismo y arrogancia como no se veía en el Ejecutivo desde los tiempos de la firma de la paz.  Por algo dicen que no hay que hablar demasiado rápido, ni escupir al cielo, ni jurar que de esta agua no beberé.  Ahora, con la cola entre las patas, nos les ha quedado otra que pedir paciencia y calma, y hasta buscar iluminación divina.   

Pero así como son de predecibles y nefastas estas regularidades en nuestra vida política, así también pareciera estar resurgiendo la dignidad perdida de nuestra clase media, que ya se atreve a indignarse públicamente, asolearse, dar cacerolazos y pedir el cambio.  Si algo nos quedó claro a los guatemaltecos el sábado pasado es que, al igual que con las jornadas de aquel mayo del 93, hay límites que los políticos no deben cruzar.    

Las fotos aéreas de la plaza de la Constitución son realmente conmovedoras.  Transmiten una fuerza ciudadana que muchos creíamos en un coma profundo e infinito.  Ni se diga de la explosión geométrica que tuvo lugar en redes sociales con análisis producidos casi en tiempo real, de mañana, tarde, noche y madrugada, para alimentar así el argumentario de todos nosotros los indignados. 

Como bien leí en una de las muchas frases que circularon: cuando el gobernante pierde la vergüenza, el pueblo pierde el respeto.  No cabe duda que eso es exactamente lo que ha sucedido en este país.  El respeto se esfumó y las figuras del actual presidente y vicepresidenta están muy devaluadas.  La ausencia de liderazgo ha sido patética.  Simple y llanamente han quedado a merced y han sido devorados por toda esta energía social que anda suelta. 

No es para menos.  Menudo favor nos han hecho este par.  No solamente conformaron un equipo infestado de forajidos de quinta categoría, sino que además contribuyeron al descarrilamiento de nuestra ya maltrecha democracia y enclenques instituciones.  ¡Aquí está tu seguridad y tu empleo!, diríamos en buen chapín.       

¿Se acuerda de aquella otra columna que escribí hace un mes titulada “¡Maldita corrupción!”?  Sí, esa en donde decía que (sic) “además del daño que la corrupción ocasiona per se, el efecto de más largo plazo es que impide el florecimiento de una saludable diversidad política.  La sociedad deja de interesarse por la coherencia de los planteamientos programáticos de sus elites dirigentes y comienza a pedir lo básico: un mínimo de decencia.”   Bueno, si entonces me hizo falta un ejemplo, pues allí tiene este botoncito de muestra.   

¿Y ahora qué? ¿qué hacemos después de la protesta? Esas son las preguntas que están en el ambiente.  No es cosa menor, porque de la respuesta que demos derivarán consecuencias inmediatas pero también de más largo plazo.  Será el precedente que indicará si como sociedad supimos o no aprovechar esta ventana de oportunidad hasta hoy abierta, pero que ya hay quienes comienzan a tratar de cerrarla, sigilosos, tras bambalinas, a empujoncitos suaves, con esa paciencia cínica que los ha caracterizado siempre.  Están apostándole a que el clamor ciudadano será otra más de nuestras irregularidades regulares.   

Es hora de romper con ese oráculo.  Que no sea solamente honradez lo que exijamos.  Este es el momento de protestar, pero también de proponer y mucho más aún de reformar. 

jueves, 16 de abril de 2015

Desde el graderío

“Los gobiernos toman decisiones, equivocadas o acertadas, y las consecuencias más profundas y duraderas no se hacen sentir sino años después.”

Vamos a suponer –por un momento solamente– que tenemos ante nosotros a un grupo de ciudadanos que de buena fe quieren hacerse del voto popular para poder ser servidores públicos en un país imaginario, gestionando nuestras múltiples demandas sociales y procurando hacer un uso lo más eficiente y transparente posible de los pocos recursos financieros, humanos e institucionales que todos ponemos a su disposición. 

Si al supuesto anterior añadimos que el tiempo es escaso (¡sobre todo en política!), que el grupo de personas dispuestas a tamaño sacrificio es insuficiente, y que la cantidad de dinero que tienen es menor a la lista de necesidades de la sociedad acumuladas a lo largo de los años, entonces tiene mucho sentido intentar priorizar temas para concentrar energías.  De eso se trata al final todo esto ¿no?, de gestionar escasez. 

La pregunta del trillón de dólares pasa a ser entonces ¿cuáles debieran ser los criterios para elegir este tema y no aquel otro, para asignarle más recursos a la necesidad social “x” que a la necesidad social “y”?  Y la respuesta, como usted seguramente intuye o ya lo ha pensado en más de una oportunidad, es simple y obvia: no hay.  Precisamente allí reside la razón de ser del juego democrático, para tratar de convencernos que las prioridades identificadas por el candidato tal son mucho más urgentes y de mayor impacto social que propone el candidato cual. 

Para terminar de complejizar todavía más esta imaginación, es necesario decir también que en la selección de prioridades sociales debe haber una altísima dosis de convicción, y a veces hasta un poco de fe, de que se está haciendo la elección correcta, pues los resultados que verdaderamente valen la pena, esos que transforman la vida de las personas de manera sustantiva, no llegan de inmediato.  Generalmente son procesos largos que toman mucho tiempo.

Es así como el ciudadano votante tiene ante sí una de las mayores debilidades del sistema democrático: la paradoja de tener que elegir sin poder constatar los resultados de su elección y poder premiar o castigar a su elegido en el momento justo.  Incentivo muy perverso pues desincentiva la participación de los votantes tanto como la necesidad de buen desempeño de los votados.  Los gobernantes deciden y las consecuencias más profundas y duraderas no se hacen sentir sino años después, cuando ya se largaron. 

Luego, si la corrección del rumbo no puede hacerse en tiempo real ni nada que se le asemeje, ¿qué instrumentos nos quedan a los ciudadanos para hacer una elección política y juzgar los méritos de un candidato versus otro, de un equipo versus otro, de un enfoque de desarrollo versus otro?  Básicamente dos. 

Primero, la narrativa que logra articular cada uno de los contendientes, ese cuento donde intentan convencernos que su visión de la sociedad y sus planes a futuro recogen las necesidades más importantes de la sociedad, y las soluciones propuestas son las que procuran el mayor bienestar para la mayoría. 

Y segundo, la solvencia moral y profesional de los colaboradores cercanos al candidato.  Gestionar un gobierno es tarea de muchas personas, y por lo mismo es fundamental entender quién llega a cada puesto.  Así comienzan a gestarse expectativas en la población, tanto en cuanto a capacidad técnica como honradez y habilidad para constituir equipos de trabajo eficaces y eficientes. 

Ahora salgamos de ese imaginario y aterricemos en un país real y concreto, Guatemala, por decir algo.  Donde ni lo primero (narrativa) ni lo segundo (equipos) aplica.  Porque en algún momento decidimos como sociedad que ya no es necesario discutir ideas y propuestas alternativas, sino más bien la tendencia es que todo más o menos se parezca, por aquello de que el que se aleja mucho del hato corre el riesgo de perderse y ser devorado.  Y porque el uso y costumbre de nuestra muy noble y muy leal cultura política chapina tiende a ocultar los nombres de futuros empleados públicos hasta el último minuto. 

¿Y entonces?, me dirá usted.  Entonces, le diré yo, que es justamente allí en donde tenemos que seguir insistiendo desde el graderío.  Para que los toros se pinten tal y como son y nos permitan hacer una elección sin esa enorme catarata en el ojo político del ciudadano común, votante medio, agente económico, como usted quiera verse o llamarse.  De ese ejercicio depende mucho la perspectiva y futuro de nuestra democracia y desarrollo. 

jueves, 9 de abril de 2015

El laberinto

“Los logros sociales y el empoderamiento de una nueva clase media son dos condiciones que posiblemente obliguen a un ajuste quizás más lento, pero a la larga más sostenible e incluyente.”

El último informe macroeconómico del BID se titula “El laberinto. ¿Cómo América Latina y el Caribe puede navegar la economía global?”.  Una buena alerta, sin ser alarmista, sobre las disyuntivas de política económica que los países de la región enfrentan en los tiempos y condiciones actuales: con precios de materias primas a la baja, un repunte de Europa que no llega nunca, una recuperación de la economía estadounidense que solo recién comienza a dar señales alentadoras y unas perspectivas de crecimiento regional muy por debajo de lo experimentado durante los últimos años. 

En ese marco general me pareció muy acertado el esfuerzo analítico del banco en dos sentidos.  Primero, porque es un texto balanceado, que mezcla tendencias regionales, subregionales y detalles individualizados de cada economía. Así, la discusión y recomendaciones reconocen la realidad diversa de nuestros países.  Por consiguiente, la utilidad del texto aumenta.     

Que Latinoamérica va hacia un ajuste y consolidación fiscal parece inevitable.  Pero que dicho ajuste tomará formas muy diversas también lo es.  Afortunadamente los decálogos ya no nos aplican pues hay condiciones suficientes en cada país para pensar y dialogar de manera creativa la gestión de nuestras economías. 

Así por ejemplo, el reporte habla con mucha nitidez a países como Guatemala, que con bajas cargas fiscales y bajos niveles de gasto público dicha consolidación sería difícil de imaginar por la vía de reducir gastos solamente.  Ello automáticamente nos coloca en una discusión que evalúe otras opciones como buscar mayor eficiencia, transparencia y progresividad en el uso de recursos públicos, temas todos que evidentemente hemos descuidado durante los últimos años.   

La otra dimensión que me parece destacable tiene que ver con esta visión más o menos consensuada de que el tipo de ajuste que se de en la región será cualitativamente distinto a la raja-tabla de otros tiempos, que comenzaba siempre a cortar por el eslabón más débil: el social.  ¿Qué ha cambiado? Seguramente el aumento en gasto social durante los últimos veinte años ha generado suficiente inercia, que aunado a un crecimiento importante en la clase media de muchos países han creado hoy un ambiente político distinto, que obliga a ser más dialogantes en épocas de vacas flacas.  La sociedad latinoamericana ha tomado mucha conciencia y valoriza los logros sociales alcanzados, y difícilmente estaría dispuestas a ponerlos en juego por la sola necesidad de cuadrar las cuentas fiscales. 

Paulatina y sanamente nos estamos moviendo hacia la búsqueda de opciones menos bruscas y con más visión de largo plazo.  Los logros sociales y el empoderamiento de una nueva clase media son dos condiciones que posiblemente obliguen a un ajuste quizás más lento, pero a la larga más sostenible e incluyente.        

Un documento por demás pertinente en tiempo de elecciones, cuando comienzan a recalentar los viejos motores simplistas y monotemáticos de política económica.  Ojalá y la evidencia que aportan reportes de este tipo sea aprovechada para obligar a los liderazgos políticos a tener un debate mucho más consciente y ajustado al momento actual del país.  Como en otros países de la región, Guatemala también debe apuntalarse en las voces de su clase media para forzar un diálogo y gestión macroeconómica responsables y con mucha más visión de futuro.  Esa es la naturaleza de nuestro laberinto.