La
informalidad en nuestros mercados laborales generalmente es vista como algo
indeseable. Y en un sentido
probablemente lo sea. Todos sin
excepción buscamos un espacio en la sociedad en donde podamos hacer algún
aporte, sentirnos útiles, y hacernos de manera autónoma de los medios
económicos suficientes para poder atender nuestras necesidades y las de los
nuestros. Es por ello que los
especialistas definen el trabajo como el medio de integración social por
antonomasia.
Sin
embargo, la realidad en la gran mayoría de países en desarrollo es muy distinta
a esa aspiración. Aquí hay un buen
número de personas que no logran una inserción laboral con calidad ni
estabilidad. Año a año hay generaciones
nuevas de jóvenes que entran a competir a un mercado laboral que es incapaz de
asignarlos según sus capacidades y remunerarlos según su productividad.
Esto a
la larga genera efectos indeseables a todo nivel. En el plano personal, genera mucha
insatisfacción y frustración pues el pasar de las aulas a un empleo productivo
y bien remunerado se convierte en un salto mortal, que de hecho sucede mucho
menos de lo que pensamos. Y en el plano
social no es difícil imaginar cómo la acumulación de historias individuales como
estas van fermentando un desasosiego y desilusión hacia un sistema que no
cumple con su promesa: remunerar el esfuerzo individual. ¿En dónde se rompió la cadena de transmisión?
La
respuesta es compleja. No hay explicación
ni receta únicas. Lo que tenemos son algunas
hipótesis posibles que tienen que ver con el nivel de carga impositiva,
contribuciones a la seguridad social y demás regulaciones que puedan existir en
los mercados laborales. Es decir, un
conjunto de “desincentivos” a la generación de empleo formal.
En el
caso de Guatemala esta es solamente una parte –quizás la menos importante, por
cierto– de la historia. En este país los
niveles de tributación y de contribuciones a la seguridad social continúan
siendo bajos en comparación con otras economías de tamaño y características similares. De manera que es muy poco plausible cargar
demasiado la mano en esa dirección.
Entonces
probablemente la historia tenga que ver con otros factores, como por ejemplo la
capacidad gerencial real con que contamos en la economía nacional y la calidad del
capital humano que está acumulando la fuerza laboral. Ambos son factores que determinan la
productividad y la generación de empleos formales. El primero –capacidad gerencial– porque
permite identificar oportunidades de negocio, de adopción de tecnología y de
generación de innovaciones y valor agregado; y el segundo –capital humano– porque
condiciona el tipo de actividad productiva que se puede realizar, la movilidad
de la fuerza de trabajo y sus posibilidades de reconversión ante cambios en la
estructura económica del país.
En
ambos casos es el factor humano el que estaría operando como la principal
restricción al crecimiento, a la productividad, y con ello a la posibilidad de
generar más empleos formales (estables y de calidad). Allí está el nudo ciego y
por allí habría que comenzar cualquier estrategia de empleo formal a mediano
plazo. En un país como este, mirar a las
regulaciones y al nivel de impuestos puede ser importante, pero ciertamente no
lo más importante. La transformación
real solamente podrá venir de mejoras significativas en la principal materia
prima con que contamos: las y los guatemaltecos, sean estos gerentes o
colaboradores de una empresa.
Aunque,
en honor a la verdad, también hay que decir que todas estas discusiones tienen
muy poco asidero empírico en Guatemala.
El estudio de los mercados laborales no ha sido una prioridad en la
agenda gubernamental, ni siquiera de los centros de investigación y academia,
en donde se esperaría encontrar reflexiones más acabadas sobre problemas
estructurales que inhiben un proceso de desarrollo más vigoroso e
incluyente. Vuelvo a arrojar el guante…