“Mujeres y hombres que de manera discreta, silenciosa y constante hacen su trabajo a diario en la construcción de esa noción llamada Guatemala.”
Última
semana en Guatemala. Como siempre
sucede, vivo días intensos. Que
recargan, unos, que drenan, otros, pero que aleccionan todos. Ver gente, hablar con gente, recorrer calles,
históricas, modernas, palpar, sentir el país en la piel. Carreteras, aldeas, lagos, ríos, librerías,
diarios, lugares con significado.
De las
últimas anécdotas que me llevo esta vez está el conversatorio con dos secciones
de estudiantes de bachillerato del Liceo Guatemala. Patojos que siempre me hacen recordar esa
edad maravillosa. Etapa de indecisión,
del cuestionamiento, de la duda, de aprender a conocerse en cuerpo y alma, de
buscar modelos a imitar, de conocer límites y expandir horizontes. Ese momento único en la vida en el que
tomamos la primera gran decisión: elegir carrera profesional.
Algunos
muchachos le darán toda la seriedad que se merece. Para otros, el balde de agua fría llegará con
los años, porque bien sabemos que a golpes madura la fruta. No hay crecimiento sin dolor. No hay desarrollo sin error. Eso es así y lo seguirá siendo mientras el
sujeto de quien hablemos sea el ser humano.
La
invitación me llegó, para variar, de manera inesperada. Me crucé en los pasillos con el profesor
Víctor Pérez y él, con su muy particular agilidad mental para atrapar momentos
y cristalizar oportunidades que puedan hacer crecer un poco más a sus pupilos,
me dijo a quemarropa: “entonces te espero mañana por la mañana para que les
hables a los patojos de quinto, ¿verdad?”.
Llegué
al día siguiente – confieso sin mucha preparación – pero sí con mucha
disposición a dejar que fluyera la conversa.
Que fuera espontánea. Y así fue. Creo que porque hay poquísimas cosas más cautivadoras
que la mirada atenta y ávida de respuestas de un adolescente. Jóvenes que más que sermones están deseosos
de escuchar que la vida es una oportunidad y que ellos, los que en un país como
el nuestro tuvieron el privilegio de educarse, pueden y deben hacer buen uso de
ella.
Muchachos
que han escuchado hasta el cansancio que en Guatemala hay pobreza, que hay
corrupción, que la desigualdad es estructural, que la política está envilecida,
que no hay manera de pensar colectivamente, y que la única solución posible es
el individualismo puro y duro y un salvaje “sálvese quien pueda”. De eso ya saben bastante nuestros jóvenes
–¡quizás demasiado!–.
Porque
con mucha facilidad se nos olvida que no todo es así, y que hay muchas más
razones para seguir soñando y creyendo. Con
poner un poco de atención a nuestro entorno se pueden encontrar ejemplos,
historias de vida muy inspiradoras y poderosas. La primera de ellas es la de esos maestros
ejemplares, que tienen la inmensa oportunidad de moldearlos y hacer de sus
alumnos una generación de recambio. Ayudarlos
a ser hombres y mujeres que sepan después encontrar y perseguir su utopía personal
y hacer realidad sus aspiraciones.
La
mirada de los jóvenes con quienes conversé el martes pasado me recordó que esos
conceptos vagos y abstractos, esas construcciones mentales que ponemos detrás
de palabras como crecimiento económico y desarrollo humano, no son más que la
colección de miles de millones de proyectos personales y colectivos que se
gestan desde las aulas de secundaria, y que comienzan a cristalizar tan pronto
como se gradúan y enfrentan su primer año de universidad.
Al concluir
la charla y salir del colegio inmediatamente me puse a recordar nombres de muchos
maestros valiosos. Mujeres y hombres que
de manera discreta, silenciosa y constante hacen su trabajo a diario en la
construcción de esa noción que llamamos Guatemala. Sin más armas que una tiza, un borrador y un
libro de texto en las manos.
A todos
ustedes va un agradecimiento profundo. A
Víctor Pérez, Franklin Lemus, Ricardo Ortiz, José Antonio Méndez, César
Tejedor, José Luis Romo, Freddy Farfán, Rodolfo Arévalo, Don Arsenio, Vilma,
Gustavo, Maco, y tantos otros con quienes mantengo una deuda permanente desde
el último día de clases en aquel ya lejano septiembre de 1991. ¡Sigan haciendo
formando jóvenes! ¡Sigan haciendo patria!
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