sábado, 7 de septiembre de 2013

Son los jóvenes… ¡y también sus maestros!


“Mujeres y hombres que de manera discreta, silenciosa y constante hacen su trabajo a diario en la construcción de esa noción llamada Guatemala.”

Última semana en Guatemala.  Como siempre sucede, vivo días intensos.  Que recargan, unos, que drenan, otros, pero que aleccionan todos.  Ver gente, hablar con gente, recorrer calles, históricas, modernas, palpar, sentir el país en la piel.  Carreteras, aldeas, lagos, ríos, librerías, diarios, lugares con significado. 

De las últimas anécdotas que me llevo esta vez está el conversatorio con dos secciones de estudiantes de bachillerato del Liceo Guatemala.  Patojos que siempre me hacen recordar esa edad maravillosa.  Etapa de indecisión, del cuestionamiento, de la duda, de aprender a conocerse en cuerpo y alma, de buscar modelos a imitar, de conocer límites y expandir horizontes.  Ese momento único en la vida en el que tomamos la primera gran decisión: elegir carrera profesional. 

Algunos muchachos le darán toda la seriedad que se merece.  Para otros, el balde de agua fría llegará con los años, porque bien sabemos que a golpes madura la fruta.  No hay crecimiento sin dolor.  No hay desarrollo sin error.  Eso es así y lo seguirá siendo mientras el sujeto de quien hablemos sea el ser humano.       

La invitación me llegó, para variar, de manera inesperada.  Me crucé en los pasillos con el profesor Víctor Pérez y él, con su muy particular agilidad mental para atrapar momentos y cristalizar oportunidades que puedan hacer crecer un poco más a sus pupilos, me dijo a quemarropa: “entonces te espero mañana por la mañana para que les hables a los patojos de quinto, ¿verdad?”.   

Llegué al día siguiente – confieso sin mucha preparación – pero sí con mucha disposición a dejar que fluyera la conversa.  Que fuera espontánea.  Y así fue.  Creo que porque hay poquísimas cosas más cautivadoras que la mirada atenta y ávida de respuestas de un adolescente.  Jóvenes que más que sermones están deseosos de escuchar que la vida es una oportunidad y que ellos, los que en un país como el nuestro tuvieron el privilegio de educarse, pueden y deben hacer buen uso de ella. 

Muchachos que han escuchado hasta el cansancio que en Guatemala hay pobreza, que hay corrupción, que la desigualdad es estructural, que la política está envilecida, que no hay manera de pensar colectivamente, y que la única solución posible es el individualismo puro y duro y un salvaje “sálvese quien pueda”.  De eso ya saben bastante nuestros jóvenes –¡quizás demasiado!–.

Porque con mucha facilidad se nos olvida que no todo es así, y que hay muchas más razones para seguir soñando y creyendo.  Con poner un poco de atención a nuestro entorno se pueden encontrar ejemplos, historias de vida muy inspiradoras y poderosas.  La primera de ellas es la de esos maestros ejemplares, que tienen la inmensa oportunidad de moldearlos y hacer de sus alumnos una generación de recambio.  Ayudarlos a ser hombres y mujeres que sepan después encontrar y perseguir su utopía personal y hacer realidad sus aspiraciones. 

La mirada de los jóvenes con quienes conversé el martes pasado me recordó que esos conceptos vagos y abstractos, esas construcciones mentales que ponemos detrás de palabras como crecimiento económico y desarrollo humano, no son más que la colección de miles de millones de proyectos personales y colectivos que se gestan desde las aulas de secundaria, y que comienzan a cristalizar tan pronto como se gradúan y enfrentan su primer año de universidad. 

Al concluir la charla y salir del colegio inmediatamente me puse a recordar nombres de muchos maestros valiosos.  Mujeres y hombres que de manera discreta, silenciosa y constante hacen su trabajo a diario en la construcción de esa noción que llamamos Guatemala.  Sin más armas que una tiza, un borrador y un libro de texto en las manos. 

A todos ustedes va un agradecimiento profundo.  A Víctor Pérez, Franklin Lemus, Ricardo Ortiz, José Antonio Méndez, César Tejedor, José Luis Romo, Freddy Farfán, Rodolfo Arévalo, Don Arsenio, Vilma, Gustavo, Maco, y tantos otros con quienes mantengo una deuda permanente desde el último día de clases en aquel ya lejano septiembre de 1991. ¡Sigan haciendo formando jóvenes! ¡Sigan haciendo patria!   

Prensa Libre, 29 de agosto de 2013.

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