“(…) el carpintero y el Nobel describen, desde dos trincheras muy distintas, lo perverso y peligroso de vivir bajo estructuras sociales impermeables y rígidas.”
“Estudiá
patojo, que es lo único que en este momento tenés que hacer en la vida”. Esa frase nos la dijeron cuando niños y esa
misma hemos repetido nosotros, los que tenemos hijos. Los que hemos sucumbido bajo el mismo mantra
de que la educación es la ruta más expedita y segura para lograr el éxito, o
cuando menos un poco de más ingreso.
Creemos
que en el peor de los casos los títulos sirven para dar una señal de mercado
(soy pilas), ojalá para construir redes de amistades en quienes apoyarse cuando
toque salir a un mercado laboral cerrado y difícil (tengo cuates con pisto), y mejor
aún si además dejan un mínimo de conocimiento técnico o profesional, para tener
un oficio con que ganarse la vida (sé hacer algo).
Esa es
la “teoría de cambio” que nos han inoculado durante las últimas décadas. Años de estar martillando que la creación
riqueza, desarrollo y prosperidad de las naciones pasa por tener sociedades con
clases medias robustas y educadas, con capacidad de compra y de participación
ciudadana. Y que ambas cosas, poder
adquisitivo y ciudadanía, se logran automáticamente con mayores niveles de
educación.
¿Pues
sabe qué? No hay tal. Usted y yo estamos equivocados. No es así.
El mundo es mucho más descarnado y despiadado que ese cuentito de “Mi
hijo el bachiller”. Es mentira que la
educación es condición suficiente para que su hijo y el mío sean prósperos y
felices. La educación no basta para
tener más voz económica y política en el barrio donde usted y yo vivimos.
Más
bien, la prosperidad ilimitada parece ser algo finito, reservado a unos
cuantos. Por lo menos esas son las
señales que permanentemente recibimos, no solamente en Guatemala sino en el
resto del mundo.
Como
dijo un día un carpintero chapín: aquí los ricos ya están cabales usté. Krugman lo pone en palabras más elegantes y
nos dice que en Estados Unidos (sic) “los privilegios heredados están
desplazando la igualdad de oportunidades, el poder del dinero está desplazando
la democracia efectiva”. Como sea, lo
cierto y curioso es que el carpintero y el Nobel describen, desde dos trincheras
sociales, intelectuales y geográficas muy distintas, lo perverso de vivir bajo estructuras
sociales impermeables y rígidas.
El
mundo real nos está diciendo fuerte y claro que la educación por sí sola no
basta, que la meritocracia no es lo más importante en los mercados laborales, que
la movilidad social no sucede por el solo hecho de educarse y trabajar duro, y
que la oferta y demanda de trabajo utilizan otros mecanismos mucho más
subjetivos para emplear mano de obra – sobre todo calificada –.
Interpelar
de esa manera a la inversión individual y colectiva en educación es algo grave. Pero al mismo tiempo es una gran oportunidad
para revisar e incorporar en la ecuación del desarrollo aquellas otras
variables que deliberadamente hemos
omitido. Un Estado, un mercado y una
sociedad construidos sobre la piedra angular de las conexiones y apellidos de
sus miembros no es sana ni sostenible.
Entre más rápido asumamos esto más rápido saldremos adelante.
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