“¿Aquellos que están más arriba en la pirámide de capacidades o aquellos otros que no pueden ni podrán nunca escalarla?”
Hablamos
mucho de modelos de crecimiento económico, de cómo evoluciona el índice de
desarrollo humano de Guatemala, del cambio en el tiempo de nuestros indicadores
de pobreza y desigualdad, de conceptos como desarrollo rural y territorial, de
redes de protección social, y tanta otra herramienta analítica de la que
echamos mano para intentar entender lo que sucede a nuestro alrededor.
Todos son
conceptos importantes. Todos son necesarios
y estratégicos por cuanto dan un sentido de dirección global y permiten
priorizar esfuerzos públicos y privados.
Pero no podemos olvidar que detrás de todos ellos subyace un estrato de
población muy particular: aquellos que tienen un nivel mínimo de capacidades
humanas o que tienen el potencial de adquirirlas con un poco de inversión
pública o privada – el pequeño empresario, la empresa familiar, la gran
corporación, la población que pasa hambre, los territorios que son golpeados de
manera recurrente por desastres naturales, la población en edad escolar.
Sin
embargo, hay otro grupo de población. Una que es más silenciosa, no porque así
lo quiera, sino porque se encuentran en la base de la pirámide de
capacidades. Y como en sociedades con
Estados muy débiles son esas mismas capacidades las que determinan en un 100% el
estrato socio-económico que la población ocupa; y como en sociedades con
Estados muy débiles la ciudadanía no es pareja sino que viene asociada al nivel
de ingreso de las personas; y como la capacidad de escucha de nuestros
liderazgos políticos esta correlacionada uno a uno con el poder adquisitivo de
sus votantes; pues entonces tenemos a un montón de guatemaltecas y
guatemaltecos que simplemente salen del radar de aquellos que deciden las
prioridades del gasto público.
Si
hemos de concebir un Estado al servicio de su población quizás tenemos que
comenzar por preguntarnos quienes deben ser los primeros en ser atendidos. ¿Aquellos que están más arriba en la pirámide
de capacidades o aquellos otros que no pueden ni podrán nunca escalarla?
No es
una pregunta menor. Todo lo
contrario. Justamente en esa definición
de prioridades de gasto público es en donde se manifiesta el concepto de
sociedad que tenemos y que anhelamos para nuestros hijos y nietos.
Hablar
de clases pasivas, de población vulnerable, de población en riesgo es un tecnicismo
elegante pero frío. Toda esa población tiene
nombre y apellido. Son nuestros ancianos
y jubilados que deben tomar su camioneta para ir a ser pobremente atendidos en
los servicios de salud pública y que reciben una pensión miserable para poder sobrevivir
sus últimos años. Es nuestra juventud en
sus primeros mil días de vida, que no cuentan con los servicios de estimulación
temprana para desarrollar todas sus capacidades. Es nuestra población con alguna discapacidad
mental o física, que no cuenta con una infraestructura mínima para desarrollarse
al máximo de su potencial.
Esa
población es a la cual nuestro Estado y sus servidores públicos debieran
volcarse de lleno para atenderlos con la mayor calidad posible. Porque para ellos no hay ley del mercado que
los asista. Son personas que requieren
una infraestructura social que se acerque a ellos y les provea los medios para
vivir, desarrollarse y terminar sus días dignamente. Esa es la población en la base de la pirámide
de capacidades. Son nuestro eslabón
social más frágil.
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