“(…) como en
realidad el padecimiento de los pobres es estructural, pues unos años más sin
quien los atienda no les cambia nada.”
Ser los
últimos en la adopción de políticas públicas no necesariamente tiene que ser
algo malo. Con la innovación
generalmente viene asociado un proceso de aprendizaje, ensayo y error, que cuesta
dinero al fisco – es decir a todos los contribuyentes – y tiempo – que en
política es oro –. De manera que entrar
un tiempo después ofrece la oportunidad de aprender sobre lo ya andado por
otros.
En
cuanto a política social mucho se ha señalado lo tarde que nuestros gobernantes
llegaron a entender que construir modestas redes de protección social era algo
no solamente necesario sino beneficioso para la población en pobreza y las
comunidades donde estás habitan. En su
momento se señaló que el principal desafío que teníamos que afrontar era pasar
de una iniciativa motorizada fundamentalmente por la entonces primera dama de
la nación a un esquema que permitiera institucionalizar procesos y asignación
presupuestaria para esa inversión en protección social que tanta falta le hace
al país.
¿Y
entonces? ¿Qué pasó en el camino? ¿seguimos bien o perdimos el norte? Los rumores que se escuchan en los pasillos
de nuestra folclórica clase política sugieren que vicios viejos del pasado,
diseños institucionales incompletos y el oportunismo político (por llamarlo de
alguna forma) se engulleron en un santiamén una decisión que iba en la
dirección correcta. Creo que pocas veces
en la historia de un Estado nacional un Ministerio ha sido tan cuestionado y
puesto en la mirilla como hoy sucede con el MIDES. Eso da rabia porque los errores cometidos han
sido casi de libro de texto.
Por
supuesto que trasplantar los programas de un fondo social señalado de
corrupción es un error. Por supuesto que
cualquier intento de politizar programas de protección social es un tremendo
error. Por supuesto que hacer única y
exclusivamente transferencias condicionadas es un mayúsculo error. Por supuesto que no institucionalizar
mecanismos de focalización, monitoreo y evaluación con criterios estrictamente
técnicos y sobre todo transparentes es un gravísimo error. Pero es un error todavía más grande la
actitud de nuestra clase política, que en vez de tomar el camino difícil, que
sería enmendar la plana y aprender de lo que se ha hecho mal, reconociendo
públicamente y comprometiéndose públicamente con un nuevo diseño institucional
para el ministerio de desarrollo social, optan por la salida más fácil y rápida
que es botar el agua con el niño adentro.
Esas
son las equivocaciones que nos damos el tupé de cometer ya sea porque tenemos
una memoria histórica nula, o peor aún, porque como en realidad el padecimiento
de los pobres es estructural, pues unos años más sin quien los atienda no les
cambia nada. Para ellos nos hay ni habrá
nunca bonos que paguen deudas flotantes, ni devoluciones de IVA porque no exportan
más que miseria, ni mega proyectos de infraestructura que les mejoren las
condiciones de vida porque no tienen con qué pagar el cabildeo. Nacieron jodidos y seguirán en su gran
mayoría jodidos, solamente atendidos por algún narco que les haga un poco de
política social a su manera.
Eso sí,
de una cosa podemos estar seguros y no habrá queja que valga: en el mediano
plazo nos vamos a arrepentir por no aprender de una buena vez que hay políticas
de Estado que deben continuarse, independientemente de la maternidad o
paternidad de las mismas; y que las prioridades nacionales tienen que definirse
en función de las necesidades de la mayoría.
Porque el día que ese montón de
pobres se den cuenta que son justamente esa mayoría, y que con un poco de
organización le pueden dar cara-vuelta a este despelote, ¡ese día que nos
agarren confesados!
Prensa Libre, 12 de septiembre de 2013.
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