Buena
parte de mi infancia y toda mi adolescencia la viví con mis abuelos. Mi abuelo, hombre de su tiempo, políticamente
comprometido, y lector voraz de todo cuanto pasaba por sus manos, no dejaba
texto parado. A veces me pregunto ¡qué
hubiera hecho con Google y Wikipedia!
Un día
llegó a mi cuarto donde yo estaba estudiando, y sin mediar mucha conversación
me dejó sobre la cama el periódico de ese día, con una noticia muy chiquitita, circulada
con su famoso marcador rojo. Antes de
salir me dijo: creo que deberías aplicar. Leí la nota dos o tres veces, y allí
comenzó todo esto. Tenía entonces diecisiete años
Ahora
que lo pienso veo cómo en su mismo nombre está condensada toda su esencia: United
World Colleges (UWC). Un proyecto
educativo construido alrededor de un riguroso programa académico y una
estrategia de intensa convivencia y proyección social. Que apuesta por el entendimiento y
convivencia pacífica entre individuos, entre distintos imaginarios, entre
religiones, entre mitos y creencias. Así
de sencillo pero así de difícil de explicar cuando no se ha vivido.
Sin
duda alguna fueron dos de los años más intensos que he pasado en la vida. Cada vez que los repaso me doy cuenta que fue
allí en donde se plantaron muchas de las ideas que han motorizado mucho de lo que
vino después.
Una
experiencia tan intensa, que veinte años más tarde tuvimos la osadía de permitir
que nuestro primogénito también la viviera.
Sus padres somos firmes creyentes del poder transformador que tiene la
educación. Estamos convencidos que son
los jóvenes el alma del cambio, y que haciéndolos convivir antes de que sus
prejuicios se solidifiquen podremos poco a poco demoler estructuras mentales
que dificultan el desarrollo y la paz.
El fin
de semana pasado fuimos a acompañarlo y celebrar juntos su graduación. Volví a resucitar esas emociones que
acompañan la vida en los UWC, ahora atemperadas por el paso del tiempo y la experiencia
de ser padre. Muchachos y muchachas en
sus trajes nacionales, compartiendo su cultura, criticando agudamente pero
también proponiendo soluciones para este mundo que les estamos heredando.
En mis
años era la Guerra del Golfo, la caída del muro de Berlín, la liberación de
Mandela y los quinientos años de la llegada de Colón a América. Hoy la generación de mi hijo interpela el
conflicto en Siria, la crisis de la Unión Europea, la primavera árabe, y
observa atentamente el despertar de China.
Al terminar
el día y caminar por ese campus ya vacío pensé con nostalgia en aquel marzo de
1991 y en este mayo de 2014. En cómo ha
cambiado el mundo desde entonces y cómo en muchas cosas sigue siendo tan igual. Pensé en mi hijo y en su futuro cada vez
menos incierto. Pensé también en los UWC,
y en la necesidad de mantener y multiplicar oasis como estos. Porque fueron, son, y sin duda seguirán
siendo, una apuesta, una propuesta y un ejemplo concreto de que otro mundo es
siempre posible.
Prensa Libre, 29 de mayo de 2014.
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