“(…) tenemos hoy países macroeconómicamente estables llenos de hogares económicamente vulnerables.”
La
semana pasada tuve la oportunidad de escuchar algunos análisis hechos por especialistas
mexicanos sobre el desempeño económico y social de su país y los retos que
tiene su política social a futuro. Uno
de los expositores fue el Profesor Rolando Cordera, académico de la UNAM de muy
amplia y reconocida trayectoria. Por la
naturaleza y relevancia del tema para Guatemala y otros países de la región, me
permito aquí retomar y extrapolar dos de las varias ideas que compartió con
nosotros.
La
primera tiene que ver con los efectos que el ajuste estructural tuvo en aquel
país, permitiéndole alcanzar una mayor estabilidad macroeconómica y con ello
aumentando la capacidad de repago de su deuda pública. Dos objetivos que sin duda alguna preocupaban
entonces –como hoy– a los inversionistas y organismos internacionales.
Sin
embargo, en paralelo corre otra narrativa, otra cara de la moneda, de la cual solo
recientemente comienza a hablarse con más vigor: la inefectividad de muchas
políticas económicas y sectoriales para mejorar las condiciones de vida de la
gente. Es como si no terminaran de bajar
del Olimpo macroeconómico a la cruda realidad del ciudadano promedio.
De esa
cuenta es que tenemos hoy países macroeconómicamente estables llenos de hogares
económicamente vulnerables. Evidentemente,
en el juego del ajuste no todo ha sido ganar-ganar. En el mejor de los casos ha sido una partida donde
poquitos ganan mucho y donde muchos ganan bien poquito.
Cordera
lo ejemplificaba con el comportamiento que han tenido algunas variables. La formación bruta de capital, fuente de la
sostenibilidad del crecimiento económico, en México ha estado estancada en niveles
por debajo de lo necesario. El crecimiento
mismo ha sido solamente aceptable gracias a cambios demográficos. Niveles de empleo formal y salarios insuficientes
–menos del 10% de la población gana más de cinco salarios mínimos–.
De
manera que la tarea sigue inconclusa. Aunque
la estabilidad haya permitido que la deuda externa se siga pagando, la deuda
social se sigue abultando sin muchas válvulas de escape a la vista.
Esto me
lleva a la segunda reflexión que nos hizo, también como anillo al dedo para Guatemala:
aunque cada vez más se acepta que la desigualdad extrema es un problema, paradójicamente
prevalece una oposición a cualquier acción del Estado para revertirla. Así se deduce a partir de la oposición
histórica y sistemática a reformas fiscales y-o cualquier viso de intervención
estatal en la economía –salvo, por supuesto, cuando sea para salir al rescate
de un negocio mal hecho–.
Es en
ese marco de estabilidad macroeconómica con estancamiento y una actitud
esquizofrénica ante la desigualdad que México evalúa opciones para su política
social. Allá ellos están discutiendo
conceptos como federalismo social y articulación de lo social con lo
productivo. Y aquí nosotros, con
diagnósticos tan parecidos pero a la vez escalas tan distintas, ¿de qué debiéramos
conversar?
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