“La historia
económica del país permite identificar claramente los marcos de referencia en
los que se apoyaban las elites gobernantes de turno.”
Participo
poco en las discusiones que se arman en Facebook. Hace un par de días lo hice en una muy
interesante que surgió a partir de una columna de opinión. El tema nos prendió a varios –muchos de
nosotros también columnistas, por cierto–, porque no compartimos el contenido
de la misma. Como era de esperar, la
discusión fue más allá y nos hizo reflexionar sobre el derecho al disenso y la
obligación que tenemos de combatir la simplicidad analítica cuando esta no
ayuda a entender la realidad que nos rodea.
Generalmente
trato de no comentar sobre la opinión de otros colegas columnistas, pero creo
que a veces es sano y necesario debatir abiertamente ciertas ideas, en aras de
dar alternativas al público que nos lee. Una de las aseveraciones que hace la
columna de marras es que (sic) “[n]o existe el tal ‘modelo de desarrollo’. Solamente existen políticas enriquecedoras y
empobrecedoras.”
No
estoy de acuerdo. Creo que sí existe, y
no solamente uno sino varios. El vocablo modelo emana de la palabra latina modus que es sinónimo de
manera. Y en cuanto a desarrollo, en
Economía generalmente nos referimos a ese proceso de generación y distribución de
riqueza, cuyo fin último es aumentar el bienestar de las personas.
De allí que un modelo de desarrollo se
convierte en un esquema o marco de referencia para los encargados de elaborar las políticas
públicas de un país. No es cierto que las
políticas públicas surgen al vació. Detrás
de las políticas públicas siempre hay un referente que las orienta. Las personas que diseñan política pública
generalmente tienen una opinión formada – equivocada o no, eso es otro cuento –
de cuál es la mejor manera de aumentar la disponibilidad y el acceso de bienes
y servicios para la sociedad en un período de tiempo dado.
Guatemala
no es la excepción. La historia
económica del país permite identificar con claridad los marcos de referencia (modelos
de desarrollo) en los que se apoyaban las elites gobernantes de turno: monocultivo, agro exportación, industria
nacional y la sustitución de importaciones, diversificación agrícola y promoción
de los entonces llamados productos no tradicionales, reducción del Estado y
participación privada para la provisión de bienes públicos, son algunos ejemplos
que me vienen a la mente.
Si esto
es así, el debate sobre cómo transformar el país se vuelve mucho más
interesante y dinámico. Porque quiere
decir entonces que el espacio que tenemos para incidir deja de ser solamente el
proceso de formulación y aplicación de una política pública –para lo cual
primero hay que acceder al poder o a quien lo ejerce en un momento dado–, y se amplía
al espacio de construcción y difusión de tales marcos de referencia.
Es en
este segundo ámbito en donde los formadores de opinión de derecha, centro o
izquierda, entramos en escena con nuestra capacidad de comunicar visiones alternativas
y opciones de transformación de la realidad.
Competimos a diario y nos sometemos siempre al juicio último de una
ciudadanía que podrá estar o no acuerdo con lo que planteamos.
Así es
este negocio: método, disciplina, paciencia y pulmón.
Prensa Libre, 9 de enero de 2014.
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