“(…) en un país como Guatemala no ha perdido vigencia un análisis de izquierdas y derechas.”
La columna
del lunes pasado, “Partidos programáticos”, que escribió Edgar Gutiérrez me
dejó pensando. Sobre todo cuando
concluye diciendo que (sic) “[l]a renovación del sistema de partidos vendrá
mediante la construcción de organizaciones programáticas moderadas, pero
claramente identificadas como derecha e izquierda, que se alternarán en el poder
fortaleciendo una gobernabilidad democrática basada en reglas, instituciones y
procedimientos acordados, capaces de ampliar la ciudadanía con bienestar y
seguridad.”
Aunque
quizás esa sea la tendencia –o al menos eso quisiéramos muchos que estuviera sucediendo–,
no está para nada claro la velocidad del proceso de coagulación de estos nuevos
vehículos de participación política. ¿De
cuánto tiempo estamos hablando? ¿Una década? ¿Dos décadas? ¿Y mientras tanto
cuál es el equilibrio que nos dará un mínimo de gobernabilidad? Tres elementos no pueden perderse de
vista.
Primero,
el hecho de contar ya con un par de generaciones técnicamente bien formadas
dentro y fuera del país, que hoy están como queriendo participar en la vida
nacional, o cuando menos por hacerse escuchar.
Opinan febrilmente por cualquier medio.
Así es el milagro y tragedia del internet. Hace tres o cuatro décadas primero había que
producir la palabra escrita y luego se buscaba el medio para comunicarla. Hoy es justamente al revés: cualquiera abre
un blog y luego batalla con darle contenido.
Como sea, hay espacio y deseo de un segmento de la población joven por
aportar. Eso es bueno y hay que fomentarlo.
El
segundo elemento tiene que ver con una suerte de convergencia que se logra en
ciertos cuadros técnicos de nuestra tecnocracia que logra hacer servicio
público. Es ese el espacio en donde muchas
de las voces de la izquierda y derecha guatemalteca pasan por un período de
revisión de sus posiciones cuando les toca hacer gobierno. Aunque, para ser francos, por una parte, esto
sucede más en la esfera tecnocrática que en aquella que accede al poder por
elección popular; y por la otra, dicha convergencia se observa con mayor
claridad en aquellos individuos a los que finalmente el servicio público los
seduce lo suficiente como para quedarse orbitando en un espacio que les permite
volver a acceder a cargos públicos con relativa frecuencia. Tal ha sido el modelo de gerencia en la
administración pública en Guatemala durante los últimos treinta años.
En
tercer lugar, concuerdo con la idea de que en un país como Guatemala no ha perdido
vigencia un análisis de izquierdas y derechas.
Persisten temas muy claros y concretos sobre los que no hay acuerdo –¡ni
tampoco creo que deba haberlo, que conste!–.
Por ejemplo, diseño y objetivos de la protección social, desarrollo
rural y el papel que deben tener los pequeños productores y sus organizaciones,
salario mínimo, financiamiento de la educación superior, entre otros temas. Sobre tal agenda sigue haciendo falta un
trabajo de discusión política pero también técnica, para poder hacer más
eficiente la función pública llegado el momento de ejercerla.
En todo
caso, ciertamente hay en Guatemala una necesidad de seguir discutiendo la
reconfiguración de los partidos políticos y demás formas de participación e
incidencia. Es la única manera de enganchar
cada vez más jóvenes para que le pierdan miedo y asco a la política, y es la
única manera de ir progresivamente construyendo acuerdos mínimos que nos
permitan avanzar un poco más rápido.
No hay comentarios:
Publicar un comentario