“(…) la importancia que tienen la formación de servidores públicos de carrera y con el suficiente criterio para identificar y apoyar emprendimientos que tengan un valor más allá de lo económico y productivo.”
Sampues,
no tenía idea de que pudiera existir un pueblo con ese nombre. Me causó tanta gracia porque nosotros los
guatemaltecos usamos mucho la muletilla en nuestras conversaciones. Lo fui a encontrar en un rincón de Colombia
haciendo visitas de campo a comunidades en donde opera Oportunidades Rurales, un
programa del Ministerio de Agricultura y Desarrollo Rural que está orientado a
fortalecer las capacidades empresariales de los pobladores rurales.
Allí
pude ver la experiencia de un grupo de productores de muebles, organizados
desde ya varios años para poder tecnificarse, lograr economías de escala en su
proceso productivo y abrirse más mercado.
Una de las cosas que me llamó la atención es que han logrado involucrar
a jóvenes de la comunidad.
¿Y qué tiene
eso de novedoso?, dirá usted. Pues resulta
que uno de los principales fenómenos que se observan en el campo
latinoamericano es el desinterés de los jóvenes por quedarse en sus territorios
de origen. La norma es que si logran
adquirir algún nivel de escolaridad y experiencia quieran migrar a centros
urbanos o a otros países, y por supuesto casi ninguno quiere continuar
desarrollando actividades agropecuarias.
Ese es
el éxito de la experiencia de los muebleros de Sampues. Haberle dado una razón a la juventud para que
piense en su territorio como algo económicamente viable.
También
visitamos otra comunidad en San Onofre.
Allá, a tan solo veinte metros de una playa paradisíaca nos reunimos en un
ranchón que funcionaba como salón comunal.
Nos esperaba otro grupo de jóvenes que también lograron el apoyo de Oportunidades
Rurales. Esta vez para realizar
actividades de reciclaje y construcción de capital social en su comunidad.
Estas
dos experiencias son muy ilustrativas.
En primer lugar porque revelan con nitidez esa ruralidad latinoamericana
que ya no pasa por el campesino, el arado y la yunta. En segundo lugar, porque reflejan el cambio
que debe darse en los ministerios de agricultura de la región, ampliando el
menú de instrumentos de política pública para promover el desarrollo rural. Y
en tercer lugar, reflejan la importancia que tienen la formación de servidores
públicos de carrera y con el suficiente criterio para identificar y apoyar
emprendimientos que tengan un valor más allá de lo económico y productivo.
¿Por
qué gastar yo mi tinta y usted su tiempo leyendo sobre anécdotas de la
ruralidad colombiana? Quizás, pensé yo, porque al final hay varias similitudes
entre ellos y nosotros. Convergencias
que van más allá del café, la marimba, poblaciónes afrodescendientes en la
costa Atlántica y un pasado de conflicto armado interno.
Pero aunque
no las hubiera, siempre es bueno hacer viajar el conocimiento y las experiencias
exitosas, los aciertos que han logrado otros y que con poco esfuerzo se pueden
replicar en nuestro propio patio. Eso
fertiliza la mente, expande las fronteras de los hacedores de política y de
nuestra sociedad. Además, porque entre
más viajo y observo más me convenzo que el desarrollo de los pueblos, a pesar
de lo mucho que se investigue, documente, teorice y evalúe, siempre es más arte
que ciencia. ¿Usted qué piensa?
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