“(…) así como la remesa no es el único aporte concreto que hace la diáspora, la repatriación no es la única forma de renganchar a todo ese capital humano con Guatemala.”
Esperando
en un aeropuerto, hojeando una revista me topo con un artículo sobre los
centroamericanos en el extranjero. Una
reflexión que no es nueva pero que siempre provoca. Que punza en la cabeza de los que estamos
fuera. Porque hace revolotear, a veces
con más fuerza, a veces más tenue, la posibilidad o imposibilidad de algún día
volver al país de origen.
Las
fuerzas expulsoras son de naturaleza muy diversa y van cambiando con el
tiempo. En muchos casos comienzan por
ser nobles y optimistas, como salir a estudiar para formarse profesionalmente o
procurarse un mejor trabajo. Con el
tiempo, la llegada de los hijos y la inserción laboral van adquiriendo otro
matiz. Es así como opera silenciosamente
el desarraigo. Lentamente se va
enraizando y tapa las motivaciones originales, como esa hiedra verde que cubre el
muro de ladrillo rojo.
Porque
así como la remesa no es el único aporte concreto que hace la diáspora, la repatriación
no es la única forma de renganchar a todo ese capital humano con Guatemala. Apostarle a que todos volverán si se les
ofrece la oportunidad, o a que ninguno aceptará aportarle al país porque ya
hizo su vida en el extranjero, son posiciones igualmente extremas. El reto hoy está en encontrar formas
alternativas de contar con ese montón de chapines que andan dispersos por el
mundo. Exprimir su experiencia,
capacidad creativa y analítica para darnos una mirada fresca a problemas de
larga data.
La nota
que leí lanza una pregunta retórica, abstracta quizás: ¿hasta cuándo Centroamérica
se privará de su propio talento? En concreto lo que hay que preguntarse es ¿a
quién le toca o le importa responderla?
Por un
aparte, si lo único que nos interesa es traer de vuelta profesionales que ya se
han abierto brecha a puro pulmón en el extranjero, entonces es problema de nuestro
sector privado. Son ellos los que deben ponerse
las pilas y hacer ofertas suficientemente atractivas para que los paisanos dejen
lo que están haciendo en el norte y compren su boleto aéreo para volverse a
Guatemala a trabajar y producir en el país.
Ahora
bien, si creemos que la diáspora tiene mucho más que aportar a la sociedad, por
la exposición que ha tenido a otras formas de vida, a otras instituciones y
maneras de organizarnos como sociedad.
Si creemos que es no solamente posible sino necesario oxigenar con
nuevos referentes nuestra ciudadanía, entonces estamos ante algo que se le
parece más a un bien público. Y en
cuanto tal es indiscutible que el Estado tiene un papel muy activo que jugar promoviendo
el retorno – o cuando menos el renganche a la distancia – de todos los que andan
fuera.
No hay
que engañarse en esto. Altruismo y motivación
individual para hacer un aporte al país no serán suficientes, porque como me
dijo un colega uruguayo hace unos días, mi patria no es donde están enterrados
mis muertos, sino donde juegan mis hijos.
Por duro que parezca creo que hay mucho de verdad en sus palabras.
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