El
diagnóstico es más o menos el mismo en todas partes de América Latina –y quizás
en casi todo el mundo– . Lo único que
cambia son tres cosas: el tamaño de los
territorios, el nivel de pobreza, y el grado de ausencia del Estado que allí se
vive. Entre más alejado se está de los centros urbanos, de toma de decisión
política, y de dinamismo económico, más lento pasa el tiempo y los cambios se
dan a cuenta gotas.
Así, lo
que termina sucediendo es que los jóvenes salen centrifugados a la primera
oportunidad que tienen. Y los que se quedan
son carne fresca para la penetración galopante de actividades ilícitas –que en tal
ambiente de encierro social, bien sabe casi como a maná del cielo–. Porque de otra manera no queda más que el
abismo. Caída libre que toma la forma de
desnutrición, de bajo rendimiento escolar, de empleo precario, de baja productividad
de la mano de obra y de la tierra exhausta que año a año tienen que parir
mazorcas y frijoles.
Cuando hay presencia del Estado, se parece más
a un rocío casi imperceptible que a un torrente con oportunidad y posibilidad real
de transformación. Cuando hay mercados,
la falta de movilidad social impone un techo psicológico que, sumado a un
entorno de exclusión, minimiza las capacidades de convertirlo en una ruta de
crecimiento y progreso basado en el esfuerzo personal. No nos engañemos, en ciertos países el que
nació muy jodido si bien le va logrará morir jodido; y el que nació
multimillonario, si mal le va morirá millonario.
Ante semejante y tan pesimista pinturita,
entonces ¿por qué fregados seguirle buscando tres pies al gato, sabiendo que
tiene cuatro? ¿Por qué no mejor dejar
que implosione esta vaina para comenzar con la mesa limpia?
El problema es que no es así no más la
cosa. Primero, no va a implosionar, si
acaso, se volverá más inviable e invivible, pero no saltará en pedazos. No somos Haití ni Burundi ni Ucrania. Nuestro DNA tiene otra codificación. Por eso para gritar hay que salirse del cuarto,
hay que tomar distancia, hay que buscar una lomita donde pegue un poco de aire
fresco.
Segundo, porque justamente lo que no hemos
hecho es intentar la fórmula contraria: pensar en clave de largo plazo,
institucional, sin prisa pero sin pausa, con una presencia del Estado mucho más
fuerte y oportuna, con burocracias con vocación de servicio y remuneración
acorde a sus méritos. Eso es lo que no
hemos probado, aunque la crítica diga lo contrario.
¡Ah!, casi lo olvido… por supuesto que estoy
pensando y escribiendo sobre la pobreza rural profunda. No se sienta aludido que no es para usted el
cuento. Me refiero a ese otro submundo
que ni siquiera conocemos bien sino solo por asomos. Al que no le llegará la Prensa Libre de este
jueves para poder discutir desvaríos como este que nos hacemos los que, un poco
por mérito y otro poco por fortuna, estamos del otro lado del cerco. Los que caímos en el grupo de los incluidos,
los no pobres, los aventajados. Tanto,
que hasta vemos las tripas del país desde muy afuera.
Prensa Libre, 17 de abril de 2014.
No hay comentarios:
Publicar un comentario