“A nadie le interesa, o más bien, nadie tiene el tiempo suficiente de dar la pelea y exigir que las cosas cambien.”
Entre
más lo pienso más me convenzo. La
percepción que hay entre la población de que la estabilidad se ha transformado
en estancamiento no es algo que debamos tomar tan a la ligera.
Primero,
porque la nuestra es una estabilidad perversa.
Es decir, no son esas condiciones que proponemos los economistas a
partir de las cuales se puede planificar el futuro, o al menos el mediano
plazo. Al contrario, es una suerte de
vilo que mantiene a la mayoría de la población paralizada y al borde del
derrumbe. Como cuando se construyen
covachas en las laderas pelonas, a sabiendas de que al menor movimiento de la
tierra se irán al fondo del barranco.
Asimismo
sucede con las condiciones económicas del cincuenta o sesenta por ciento de la
población en Guatemala. Al menor brote
de inflación, quiebra de una entidad financiera, enfermedad grave de un
pariente, o suspensión de la remesa mensual que manda el familiar que vive en
los Estados Unidos, se retroceden algunos deciles de ingresos.
Segundo,
porque la nuestra es una estabilidad frágil.
Y como con los años los seres humanos vamos aprendiendo a vivir al filo
de la navaja, o para decirlo más elegantemente, desarrollando estrategias de medios
de vida innovadoras y creativas, entonces los incentivos para la transformación
se esfuman. A nadie le interesa, o más
bien, nadie tiene el tiempo suficiente de dar la pelea y exigir que las cosas
cambien. Para ejercer la ciudadanía hay
que tener un mínimo de seguridad social.
Así, la posibilidad del cambio se comienza a percibir como algo lejano y
utópico.
Y
tercero, porque es absolutamente cierto que la estabilidad macroeconómica y
política, que en Guatemala se traducen en cosas tan sencillas y concretas como
inflación baja y estable y ejercicios de elección popular que suceden de manera
regular cada cuatro años, son condiciones necesarias, aunque muy mínimas, para
poder avanzar en una agenda más ambiciosa y compleja de desarrollo. El problema es que al quedarnos en eso solamente,
sin mayor perspectiva de seguir escalando peldaños de bienestar individual y
colectivo, pues como que la población comienza a cuestionarse si no sería mejor
un poco menos de esa aburrida y pasmosa estabilidad a cambio de tener la
oportunidad de que, por lo menos algunos, logren ascender social y
económicamente. En río revuelto…
Allí es
donde se comienza a complicar la cosa, porque brotan espejismos, clichés,
frases encendidas y propuestas simplistas colocadas en “muppies”, que van
prendiendo en la mente de los ciudadanos.
Hombres y mujeres cansados e indiferentes, que estamos dispuestos a dar
el voto con tal de asegurar el 029 otro par de años. Esa actitud individual cuando se multiplica
por los casi 6 millones de paisanos que conforman la población económicamente
activa se convierte en una modorra colectiva que refuerza el círculo vicioso de
estabilidad, estancamiento, parálisis y sensación de atasco.
Por eso
la necesidad de mantener viva la discusión de ¿qué hacer? ¿cómo comenzar a
desenmarañar este asunto para darle forma a una agenda mínima de desarrollo?
¿qué priorizar? No con el ánimo de
torpedear a los burócratas de turno, no es eso.
Sino porque como bien dice el gato de Cheshire en Alicia en el país de
las maravillas “(…) si no sabes a dónde vas, cualquier camino te llevará
allí”. Y ya va siendo hora que el país
se enrumbe y todos cerremos filas construyendo un sueño colectivo.
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