“(…) aunque la subregión goce de estabilidad macroeconómica, esa misma estabilidad parece que se ha convertido en estancamiento.”
Cuando
uno observa los números macroeconómicos de Centro América y México –
crecimiento, inversión, inflación, tipo de cambio, déficit fiscal, gasto
social, cuenta corriente, entre otros – y los principales indicadores de
bienestar – pobreza, desigualdad y desarrollo humano – fácilmente se construye
una historia.
La
subregión ha experimentado durante los últimos quince o veinte años un
crecimiento económico moderado pero insuficiente – salvo algunas excepciones y solamente
para algunos años, como en el caso de Panamá y República Dominicana –. Crecimiento que, además, se explica mucho más
por buenos precios internacionales que por productividad, con lo cual el mérito
no es tanto nuestro sino de un viento en cola favorable.
Al mismo
tiempo ha tenido lugar alguna reducción de pobreza, aunque si se la compara con
otras subregiones de América Latina ha sido más bien débil e insuficiente. Además, seguimos conviviendo con una
persistente desigualdad, manifiesta no solamente en el ingreso de las personas
sino también en grandes brechas territoriales.
En
suma, los grandes agregados macro nos cuentan la historia de una subregión
estable que da algunos signos moderados de avance en las variables que
caracterizan el bienestar de una sociedad.
Pero lo
curioso en todo esto es que a pesar de la estabilidad persiste una sensación de
incomodidad y desasosiego en segmentos importantes de la población. Su malestar es concreto y se traduce en desencanto
con la democracia. Tal y como señala el último
informe de Latinobarómetro (sic) “vemos que de los países centroamericanos, son
cinco en total los que no logran aumentar el apoyo a la democracia. Costa Rica,
ya lo analizamos más arriba, es el país que más apoyo a la democracia había
perdido en el período 1995- 2013, pero se encuentran en la misma situación
además Panamá, Honduras, Nicaragua y El Salvador”. Es como si la estabilidad no tuviera ningún
impacto ni importancia en la vida cotidiana.
¿Y
entonces?¿Quiere decir que los mesoamericanos estamos teniendo una lectura dual
o esquizofrénica de la realidad? ¿quién está diciendo la verdad, las cifras y
los tecnócratas o los ciudadanos y sus percepciones? No lo sé bien. Lo que sí me atrevo a decir es que muy
probablemente analistas y clase política no estamos logrando hacer las
conexiones suficientes para leer la coyuntura y conectar con la población en
las soluciones que planteamos. Porque es
claro que cuando se incorporan en el análisis otras variables extra económicas,
la narrativa cambia sustancialmente.
Lo que
nos está diciendo la ciudadanía es que, aunque la subregión goce de estabilidad
macroeconómica, esa misma estabilidad parece que se ha convertido en estancamiento,
y a veces en atraso. Dicho de otra
forma, el mensaje es que sigue haciendo falta más músculo de la política
pública para generar más bienestar y no solamente períodos de calma.
Si
seguimos ignorando estas señales muy fácilmente nos podemos ir con la finta de
una mal entendida estabilidad, que quizás no hace otra cosa que fermentar
silenciosamente un descontento social, que luego y con muy poco alcanza expresiones
violentas y desproporcionadas.
De ahí
que el principal reto que tienen las elites mesoamericanas es conectar de mejor
manera todas las señales que manda la sociedad, y no solamente las que se
recogen en grandes agregados macroeconómicos.
Más bienestar con mayor equidad es el objetivo más importante de esta
subregión. De la capacidad que tengamos
de lograrlo depende la viabilidad de nuestras democracias.
Prensa Libre, 21 de noviembre de 2013.
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