“Exigen reformas
políticas que les den instrumentos para hacerle auditoría a sus gobernantes y
pedirles rendición de cuentas, o las llaves del cuarto si es necesario.”
A un
año de haber asumido el puesto de presidente del Banco Mundial, el médico y
antropólogo Jim Yong Kim se hace una pregunta solamente: ¿y después de la
pobreza qué? Retórica en apariencia,
pero solamente en apariencia. Hay que
ponerla en su contexto y en boca de quien la dice.
Porque sale
del actual líder de una institución que ha pasado por varias fases, que ha
cambiado de piel, porque así es el desarrollo: dinámico. Un banco que ha financiado obras de
infraestructura de todo calado y en prácticamente todos los sectores de la
economía. Que años más tarde se dio
cuenta de que había que procurar la estabilidad macroeconómica como fuente y
puntal básico del crecimiento y desarrollo económicos. Que luego dio el campanazo cuando salió del
clóset predicando por el mundo entero que el desafío más importante que tenía
la humanidad era la reducción de la pobreza.
Y que cuando quiso dar el salto cualitativo hacia la promoción de la
igualdad de oportunidades, la sacudida de la crisis internacional lo ha obligado
a colocar temas más urgentes sobre el tapete, como la generación de
empleo.
En
medio de esa trayectoria institucional, este médico y antropólogo surcoreano,
criado y educado en EEUU, se sincera y manda dos mensajes que bien pueden ser decodificados
como la impronta que quiere dejar en su paso por el banco.
Por una
parte, la preponderancia que da a lo que
él mismo llama un “enfoque científico” para hacer desarrollo. Llevando conocimiento de un lado a otro del
planeta, de una sociedad a otra, de un país a otro, de una realidad a
otra. Seguramente influenciado por su
vida anterior de académico en Harvard y Darmouth College. El ejercicio de abstracción y de análisis
para poder destilar lecciones que puedan ser aplicadas en dos o más lugares
distintos. Encontrar las regularidades
que naturalmente existen a los problemas del desarrollo.
No como
una vuelta a la “talla única” para solucionar de manera estándar los problemas,
sino más bien como un esfuerzo para evitar reinventar la rueda cada vez que
cambia un gobierno. En otras palabras,
ahorrar tiempo y dinero a los ciudadanos contribuyentes y sus respectivos gobiernos,
creando bienes públicos regionales y globales.
Un banco del conocimiento, como siempre se han vendido.
Y por
la otra, el cuestionamiento al paradigma global de superación de la
pobreza. Kim Yong se atreve y nos reta a
imaginar un 2030 sin pobreza extrema, pero también cuestiona la capacidad de
los gobiernos de atender las demandas sociales de los no pobres.
Algo
que de hecho ya está sucediendo pues, en el caso de América Latina al menos, la
era de la post pobreza comienza a asomar la cabeza: en Chile, en Brasil, en
México, y seguramente otros seguirán esa tendencia. Las clases medias comienzan nuevamente a
movilizarse y demandar ya no solamente una magra transferencia de recursos
monetarios para no caer en pobreza alimentaria. Quieren variedad y calidad de
servicios, Estados nacionales más presentes.
Exigen reformas políticas que les den instrumentos para hacerle
auditoría a sus gobernantes y pedirles rendición de cuentas, o las llaves del
cuarto si es necesario. En una palabra,
la clase media exige más movilidad social.
La
pregunta es ¿estará el banco listo para acompañar procesos de reingeniería política
de tal envergadura? Como reza el refrán:
su boca es su medida, presidente.
Prensa Libre, 25 de julio de 2013.
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