“La única explicación posible a esa circularidad es que el problema no son las personas sino de las reglas del juego, pero las reglas del juego las tienen que cambiar las personas.”
Bien
nos dicen en todas partes del mundo que somos un pueblo diverso y de contrastes. Por una parte, de una historia, cultura y
tradiciones milenarias. Por la otra, con
una memoria política de cortísimo plazo.
Como que todo se nos olvida – o nos resbala, ¡no sé qué pueda ser peor!
–.
La suma
de ambas cosas probablemente sea la explicación a esa pasmosa paciencia con la
que enfrentamos problemas tan recurrentes y tan predecibles, abriendo la puerta
para que sigan sucediendo, y sigan sin solución, así hasta el infinito. Si tuviéramos más historiadores económicos que
documentaran, con nombres y apellidos por favorcito, las discusiones que nos
han consumido durante los últimos 30 años, nos daríamos cuenta de que nos
movemos, como en la obra de Borges, en una suerte de tiempo circular, alrededor
de dos o tres temas fundamentales.
Así, la
DC peleaba con la UCN y el sector privado organizado por intentar reformas
fiscales. El PAN peleaba con el FRG y el
sector privado organizado por intentar reformas fiscales. El FRG peleaba con la GANA y el sector
privado organizado por intentar reformas fiscales. La GANA peleaba con la UNE y el sector
privado organizado por intentar reformas fiscales. La UNE peleaba con el PP y el sector privado
organizado por intentar reformas fiscales.
El PP pelea(ba) con el LIDER y el sector privado organizado por intentar
reformas fiscales. (Este es
probablemente el párrafo que –tristemente – he podido escribir más rápidamente
en todas las columnas de opinión. Como
dicen lo patojos: puro copy-paste, find-replace).
La
única explicación posible a esa circularidad es que el problema no son las personas
sino de las reglas del juego, pero las reglas del juego las tienen que cambiar
las personas. Reglas de juego de nuestro
sistema de partidos políticos, del funcionamiento del Congreso de la República,
de la Junta Monetaria, y de la gestión de las Finanzas Públicas del país.
¿Cómo
hacemos entonces para salir de esa circularidad? ¿Debiéramos intentarlo? ¿Quién
debiera tomar las riendas y conducir un proceso de reformas?
Evidentemente
no podemos descansar en la flora y fauna que compone nuestra clase política
pues no tienen interés alguno para hacerlo.
Ellos nacen, crecen, se reproducen y se pasan la estafeta – porque nunca
mueren – gracias a esas mismas reglas del juego.
Por
otra parte, nuestras universidades, reserva intelectual de la sociedad, también
recrean un ecosistema muy particular. En
unos casos optando abiertamente por no participar en ningún tipo de discusión
de la vida nacional, en actitud de “uy chish”.
En otros casos, porque la política interna los consume y distrae de su
función principal que es generación de conocimiento fresco y formación de
cuadros profesionales con calidad. Y en
otros casos simplemente porque la búsqueda de su identidad y nicho ideológico no
termina de cuajar, es decir, andan como pollos sin cabeza, incapaces de decir “por
aquí debe ser la vaina”.
Nos
está haciendo falta entonces un actor desde la clase media. ¿Por qué ese grupo? Porque es el verdadero
doliente de todas estas disfuncionalidades del Estado, y porque es, al día de
hoy al menos, el principal beneficiario de la democracia. El problema es que no aparece por ningún
lado. No termina de cuajar. Al menos no con la fuerza, sistematicidad y
solvencias técnica y moral que se necesita.
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