“Al ser un grupo fundamentalmente de países de renta media, y al no concentrar los bolsones más grandes de pobreza en el mundo, pues como que no nos dan mucha vela en el entierro.”
A
medida que se acerca el 2015 se recalienta la discusión en la arena
internacional sobre los objetivos del milenio (ODM). Un esfuerzo valioso que puso sobre el tapete
temas estratégicos para muchos de los países en desarrollo y ciertamente para
todas las agencias de cooperación y banca de desarrollo internacional.
Aunque
uno pueda o no estar de acuerdo con lo allí pactado, con las dimensiones del
bienestar que fueron consideradas, o con los indicadores seleccionados, lo
cierto es que dio una visibilidad como nunca antes a la pobreza extrema y la
necesidad de hacer un esfuerzo concertado para reducirla. Como dijo alguien por allí, fue quizás la
primera vez que la pobreza dejó de percibirse como una realidad que no se puede
cambiar y pasó a problematizarse. Este
cambio de adjetivo calificativo de realidad a problema no es menor, porque ante
un problema se busca una solución.
Veinte
años después nos encontramos con sorpresas.
Si bien es cierto hemos reducido de manera significativa la pobreza
extrema en el mundo, la evidencia nos dice que ha sido fundamentalmente por el
desempeño que tuvo China, seguido por el crecimiento económico del resto de países
en desarrollo hemos mantenido durante los últimos años, y por algunas mejoras
en la distribución del ingreso.
Como
prácticamente se ha cumplido el período para el cual se plantearon estos ODM, es
natural que se reabra el debate sobre si debemos hacer una renovación de votos
y volver a fijarnos nuevas metas de desarrollo a nivel mundial. El Banco Mundial ha tirado la primera piedra
y ha dicho ¿por qué no eliminar la pobreza extrema para el 2030? Y la respuesta no se ha hecho esperar de
parte de los especialistas. Es poco
factible, nos dicen. Hay razones para ser
cautos y moderar expectativas.
En
primer lugar, porque a medida que se reduce el número de pobres extremos, los
que van quedando en tal condición son justamente esa pobreza dura de difícil
transformación. Segundo, el que hasta
hoy ha sido el gran motor de la reducción de pobres en el mundo (China), dejará
de serlo y no es tan claro que el segundo país más poblado del mundo (India)
pueda seguir el mismo patrón. En tercer
lugar, porque a medida que nos acercamos a esa pobreza profunda, el papel que
deben jugar las políticas redistributivas es mucho mayor que el que tiene el
crecimiento económico a secas. Y eso
bien sabemos que es un tema todavía muy poco asumido – por decir lo menos – por
las elites políticas y económicas, que en su gran mayoría son más proclives a
jugarse más por estrategias pro crecimiento y mucho menos por la redistribución
– aunque solo sea de oportunidades.
El otro
dato interesante de esta coyuntura por la que atraviesa la comunidad del
desarrollo internacional es la gran ausencia de América Latina. Al ser un grupo fundamentalmente de países de
renta media, y al no concentrar los bolsones más grandes de pobreza en el mundo,
pues como que no nos dan mucha vela en el entierro. Craso error que debemos corregir cuanto antes,
más aún si hemos de revalorizar a la equidad como un instrumento central que
permita la superación definitiva de la indigencia a la vez que permita círculos
virtuosos de crecimiento con paz social.
Interesante
reto tenemos los latinoamericanos de intentar introducir en la redición de los
ODM a la desigualdad extrema como característica indeseable para el desarrollo
de cualquier sociedad. ¡Y sobre desigualdad
los latinos sí que podemos echar más de un cuento al resto de la humanidad!
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