De un
tiempo a esta parte es muy notorio la importancia que ha cobrado el tema de
equidad en agendas nacionales, regionales y hasta globales. Casi para donde uno voltee a ver saltan
análisis, políticas públicas, programas de gobierno, y debates entre
intelectuales sobre el tema.
En
América Latina esto es muy claro, y lo interesante es que el mensaje ya no
proviene exclusivamente del bando de izquierdas. Paulatinamente se van sumando otras voces. Como si poco a poco nos moviéramos hacia la
construcción de un consenso mínimo sobre el tema. Juzgue usted con los ejemplos
siguientes.
El
Banco Mundial, institución que repetidamente ha señalado la importancia de la
equidad en varios de sus informes regionales y mundiales, ahora vuelve a la
carga con un trabajo titulado “Ganancias sociales en la balanza en América
Latina y el Caribe”. Allí nos alerta
sobre la pérdida de dinamismo que ha tenido la reducción de desigualdad en la
región, y el papel que puede jugar la política fiscal para seguir avanzando.
El
Fondo Monetario Internacional también aporta lo suyo con dos recientes estudios
que miran esa relación entre desigualdad y crecimiento, sugiriendo que aquellos
países con baja desigualdad tienen un mejor desempeño en términos de sostener
su crecimiento en el tiempo en lugar de tener solamente algunos buenos años por
aquí y por allá.
Paul
Krugman, premio Nobel en Economía, aprovecha
la posición del FMI para poner sobre la mesa la necesidad de mantener
permanentemente la guarda alta, y no convertir regularidades empíricas de otras
épocas en dogmas de fe. Nos recuerda
cómo aquella máxima que estudiamos en Economía sobre el supuesto “trade off”
entre eficiencia y equidad postulado por Arthur Okun, parece perder validez.
En la
arena política, muchos países latinos colocan el tema de la equidad como eje
central de su agenda. Para ello utilizan
diversos caminos y estrategias. En
Colombia, por ejemplo, lo hacen a través de la discusión sobre el cierre de
brechas entre el campo y la ciudad.
Chile y Uruguay lo hacen reconociendo con reformas y gasto público el
inmenso poder transformativo que tiene la inversión en educación. Brasil mantiene viva la discusión de cómo
seguir avanzando en sus esquemas de protección social para reducir pobreza y
desigualdad, a la vez que su creciente clase media demanda cada vez más calidad
de servicios públicos y movilidad social.
Esto no
es casual ni mucho menos mágico.
Justamente son países del cono sur y andinos los que mejor desempeño relativo
han tenido en términos de desarrollo y de innovación en su política pública. Y lo han logrado sobre la base de invertir en
sus instituciones, en educación, en Estados fuertes que son capaces de utilizar
el músculo de la política fiscal para dar más oportunidades a la población
menos aventajada.
Los
nexos entre sociedades muy desiguales, con bajo niveles de cohesión social,
precaria gobernabilidad, tendencia a la conflictividad, apatía política e
indiferencia ante arreglos institucionales democráticos se hacen cada vez más
evidentes. Así, tanto en el campo
técnico como político, en el plano nacional como internacional, hay un viento
en cola que sopla a favor de la equidad.
Es como
si finalmente nos damos cuenta que la salida del atraso pasa por allí. Por donde se vea da igual(dad).
Prensa Libre, 20 de marzo de 2014.
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