“(…) hay otras que
dan para pensar si el lente utilizado tiene la graduación correcta o si por el
contrario ya nos están hacen falta bifocales para distinguir ciertas imágenes y
formas.”
Me di a
la tarea de leer el reporte del INE sobre los principales resultados de la
última encuesta de empleo e ingresos (ENEI 1-2013), y honestamente creo que da para
interesar a más de uno. Y no me refiero solamente
a economistas y académicos, dos grupos a los que naturalmente les viene como
agua de mayo esta montaña de información y datos. Me refiero a un público mucho más amplio.
En los gráficos,
tablas y cruces de variables que nuestros colegas del instituto de estadística nos
hacen el favor de darnos para abrir el apetito, ya comienzan a aparecer
historias. Yo encontré por lo menos tres
tipos.
Unas
que constatan el imaginario popular, ese que se empeña en decirnos: ¡pero
obvio, siempre ha sido así y siempre seguirá siéndolo, no le busquen tres pies
al gato!. Como que somos un país con una
fuerza laboral relativamente joven; en donde las mujeres pueden llegar a ganar
la mitad de lo que devenga un hombre y en todo caso nunca ganan más que ellos;
donde el ingreso promedio del área metropolitana es el doble del área rural; y
donde nuestros niños rurales están doble o triplemente jodidos, con el futuro
hipotecado desde los 5 años, tanto así que participan cuatro veces más que los
niños del área metropolitana en el mercado laboral infantil.
Otro
tipo de historias nos hacen levantar la ceja porque vienen como un auto en
contra-vía. Así por ejemplo, los datos
sobre ingreso por ocupación principal nos dicen que da más o menos lo mismo ser
técnico y profesional de nivel medio (Q3,070) que personal de apoyo
administrativo (Q2,909). Pero ¿y en qué
momento se evaporaron nuestros retornos a la educación? Igualmente contra intuitivo es el dato de remuneración
por actividad económica en donde la administración pública (Q3,211) no aparece
tan mal en el escalafón en comparación con lo que reportan bajo la categoría de
profesionales (Q3,308) y sector financiero (Q3,409).
Y
finalmente hay otras que dan para pensar si el lente utilizado tiene la
graduación correcta o si por el contrario ya nos están hacen falta bifocales
para distinguir ciertas imágenes y formas.
Por ejemplo, que los trabajadores independientes reportan casi siempre menos
ingreso que los asalariados. Pero y
entonces ¿qué pasó con la tesis de la empresarialidad y el mito de alcanzar el
éxito con la independencia laboral? ¿O
es que nos está haciendo falta escarbar más hondo para descubrir la verdadera
productividad de esos trabajadores independientes y su disposición a dejar su
changarrito por un trabajo fijo y estable? ¿O será que los asalariados nos
están pasando goles y reciben un salario mayor sin ser más productivos que los
trabajadores independientes?
Lo
mismo me provoca el dato de trabajo infantil por sexo y por grupo étnico. Me cuesta creer que las niñas se involucren
mucho menos que los niños, o que el trabajo infantil en el área metropolitana
casi no lo hagan niños indígenas. O el
resultado sobre desempleo abierto, en donde los indígenas casi no lo reportan. Estos últimos resultados me suenan más a que
necesitamos otro instrumental para entender mejor lo que realmente está
sucediendo.
Así
podríamos seguir construyendo decenas de historias de chamba y chambeadores.
Esta pequeña punta del iceberg que nos regala el INE nos invita y provoca a
seguir haciéndolo.
Guatemala
tiene toda una agenda latente de política pública e investigación en materia de
mercados laborales, productividad de nuestro capital humano, y las múltiples desigualdades
manifiestas en las estrategias de nuestros paisanos por conseguir y mantener un
empleo; con la topografía cuesta arriba por el sólo hecho de tener el sexo
equivocado, haber nacido en la aldea incorrecta, o llevar un código genético
que no es el más cotizado por el mainstream.
A ver
quién se apunta a seguir jalando este hilo.
Prensa Libre, 10 de octubre de 2013.
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