“Muchas de estas
ideas que hoy están asumidas en buena parte de la región, hace tan sólo diez o
quince años atrás sonaban a bicho raro.”
No es
fácil imaginar cómo sectores que tradicionalmente han estado al margen de los
centros de toma de decisión puedan construir espacios estables de diálogo
político para hacerse escuchar. Lo
normal es pensar que son la movilización social y medidas de hecho las forma más
comunes de sentar a la mesa al gobierno, sobre todo en países altamente
desiguales y-o institucionalmente débiles.
Pero no
siempre tiene que ser así. Basta con
alargar la mirada al cono sur para toparse con experiencias interesantes y muy aleccionadoras. Una de ellas es la Reunión Especializada
sobre Agricultura Familiar (REAF) del Mercosur.
Este último
par de días tuvo lugar en Montevideo un seminario subregional titulado “Impacto
del diálogo sobre políticas públicas para la agricultura familiar en América
Latina y Caribe”. Allí se dieron cita
protagonistas de un esfuerzo que tiene ya más de una década y que ha sido un
ejemplo de buena práctica de diálogo político para posicionar agenda y demandas
de un sector de población históricamente relegado: los campesinos.
La
historia es fascinante. Escuchar cómo evolucionaron
en sus análisis y discusiones, comenzando por cómo conceptualizar a la
agricultura familiar; cómo operacionalizar el concepto en términos de políticas
públicas; cómo quebrar la visión hegemónica que se tenía hasta ese momento, que
insistía en la idea de una sola agricultura con dos tipos de productores (eficientes
e ineficientes); cómo lograron hacer entender a sus gobiernos que se necesitan
políticas diferenciadas porque no es lo mismo agricultura comercial que
familiar, y cómo construir institucionalidad y asignar presupuestos públicos
para atenderlos.
Muchas
de estas ideas que hoy están asumidas en buena parte de la región, hace tan
sólo diez o quince años atrás sonaban a bicho raro. Pero hoy los agricultores familiares en
Brasil, Argentina, Uruguay y Paraguay cuentan con un punto de partida, una masa
crítica de instrumentos –ministerios, secretarías, registros de agricultores
familiares, esquemas de asistencia técnica, crédito, seguros agrícolas,
programas de compras públicas, etc.–.
Han logrado articularse, movilizarse, incidir y ganarse un espacio en el
debate político nacional, y sus gobiernos han asumido el reto de integrarlos en
su visión de desarrollo rural.
Es
verdad que la REAF nació en un momento particular. El Mercosur se conformaba, había interés y
entusiasmo para construir institucionalidad, altas expectativas y mucho optimismo. Los gobiernos de entonces tenían una afinidad
político-ideológica suficiente para avanzar con relativa celeridad ciertos procesos
y lograr consensos regionales. Además, existía
Brasil como país de mucho peso geopolítico, con una visión clara de la
agricultura familiar, y una disposición política del gobierno de Lula a poner
esa idea en juego fuera de sus fronteras.
Los
resultados están a la vista. Hay mucha
complementariedad entre la política social y la productiva en el sector rural,
la pobreza y desigualdad disminuyen y los gobiernos le han hecho un espacio en
su organigrama y prioridades a los campesinos.
Ahora
bien, la pregunta para los que vemos esta experiencia desde fuera es ¿será
posible replicar esta historia? ¿cómo hacerlo en países con institucionalidad
regional y nacional mucho más débil? ¿cómo hacerlo sin un país con el peso,
influencia y liderazgo que ejerce Brasil?
En el
caso de Centro América se podría pensar en un socio mayor (México) que marcara
ritmo y pauta, como sucedió en el caso del cono sur. El problema es que el modelo de desarrollo
rural seguido por nuestro vecino del norte es conceptualmente distinto. Probablemente explicado por su vecindad con Estados
Unidos, pero también por la estructura de tenencia de tierra (ejidal), distinta
de la que hay en el istmo centroamericano.
Sin
embargo, a pesar de la unicidad de los procesos sociales, una lección que sí
podemos sacar los centroamericanos es que el diálogo político puede ser un
instrumento efectivo para comunicar desde la base y escuchar desde el
poder.
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