La
última edición de la revista The Economist hace un interesante análisis sobre
convergencia económica mundial en el cual básicamente plantea que después de
muchos años de bonanza y viento en cola en el mundo en desarrollo, con la
reducción en tasas de crecimiento en países en desarrollo, la historia del
“catch up” comienza a perder tracción.
En otras palabras, las vacas gordas enflaquecieron y con ello la ilusión
de poder cerrar la brecha que nos separa de los países industrializados algún
día más o menos cercano se vuelve a alejar.
Pero además
de la tesis y evidencia empírica que presenta el artículo, la nota es un buen
repaso por las diferentes teorías de crecimiento que los economistas hemos manejado
durante los últimos 60 años. Desde la
idea de la convergencia “a secas” entre países desarrollados y en desarrollo,
pasando por versiones más cualificadas como la convergencia condicional –definida
por niveles similares de capital humano
e inversión–, el papel que juegan las instituciones –en los países en
desarrollo con una lógica más bien extractiva versus instituciones en países
desarrollados que ven por el interés de la mayoría–, y el papel que juegan
variables como el clima y la ubicación geográfica en el desempeño general de
las economías.
Volviendo
al argumento central, la explicación que da para los años de prosperidad y
dinamismo es una conjunción de factores: reformas de mercado implementadas en
muchos de los países en desarrollo durante los años noventa, macroeconomías
estables, bajas tasas de interés, altos flujos de capital, crecimiento en los
precios de commodities (hecho favorable para economías dependientes de recursos
naturales), intensificación del comercio global e innovaciones tecnológicas que
permiten ahora cadenas de suministro más largas y complejas entre regiones y
países.
Para
terminar, la nota deja plantadas lo que yo considero un par de provocaciones a
analistas y hacedores de política. La
primera tiene que ver con el papel central que alguna vez se le dio al
desarrollo del sector manufacturero y que en apariencia pierde dinamismo cada
vez más. Es decir, desarrollo ya no significa
industrializarse sino movilizar trabajadores desde la agricultura hacia
ocupaciones en centros urbanos y en el sector servicios.
La
segunda provocación la sentí casi como golpe bajo cuando leí esta frase: (sic) “muchas
de las economías que se beneficiaron menos de esta última ola de convergencia
son casos duros, donde la infraestructura está menos desarrollada, los gobiernos
son muy corruptos, y la seguridad básica es una preocupación constante”. (Por un momento me dieron ganas de voltear a
ver hacia otro lado, pero no tenía hacia dónde más ver).
Por
supuesto que como ciudadano de un país pequeño con una economía abierta y una
sociedad muy compleja, la pregunta que me hago cada vez que leo este tipo de
reportes mundiales es: ¿y todas estas macro tendencias por qué parece que nos
son tan ajenas en Guatemala? ¿Nos aplica el mismo diagnóstico? ¿por qué durante
las últimas dos o tres décadas no hemos sido capaces de detonar nuestro propio
proceso de convergencia con otras economías más desarrolladas, aunque sea por
períodos cortos de tiempo? ¿Será que equivocamos la secuencia de reformas y
medidas de política que debemos implementar para generar mayores y más
prolongados niveles de crecimiento económico y desarrollo social? ¿Por qué
nuestras elites no discuten y reflexionan más sobre tales temas?
Pensé
también en lo oportuno que sería forzar desde la sociedad civil a nuestra clase
política en contienda para que nos den su lectura de estas tendencias y nos hablen
de su estrategia de crecimiento económico en caso lleguen a hacerse del poder
político en el próximo ciclo. Tienen
menos de un año para intentar responder, señoras y señores candidatos. Quedamos a la espera.
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