Cada
viaje a Latinoamérica siempre es una provocación. Un cable a tierra que alimenta la búsqueda de
formas alternativas para cerrar brechas de desarrollo. No cabe duda que nuestra región es un
hervidero de ideas y ensayos, de los cuales podemos y debemos aprender. Hoy dejo a los latinos por un tiempo para
atender otras tareas en otras partes del mundo, y quizás sea por eso que me
salieron estas cuatro lecciones que me permito dejar en blanco y negro.
La
primera lección que me llevo tiene que ver con los mercados. Aunque ese sea el horizonte deseable, es
claro que no todas las cooperativas ni pequeños productores se convertirán en
exportadores ni se insertarán en grandes cadenas de valor a nivel global ni
regional. La aspiración está bien, pero
la realidad dicta otra cosa. Lo normal es
un proceso de consolidación de organizaciones de productores que les permita encontrar
un nicho en mercados locales, en ciudades intermedias y-o cabeceras
departamentales –o en programas de compras públicas, cuando estos existan–.
La
segunda lección tiene que ver con el comportamiento cooperativo. Aunque parezca paradójico en una economía de
libre mercado, promover programas públicos que actúen como facilitadores de
aprendizaje campesino a campesino, cooperativa a cooperativa, organización a
organización, es un modelo que puede funcionar muy bien. Buscar la competitividad de los pequeños
productores no implica un ambiente de descarnada competencia en donde las
organizaciones más grandes terminan fagocitando a las más pequeñas. Hay ejemplos que demuestran cómo la
cooperación a través del aprendizaje horizontal puede tener lugar en un esquema
donde todos ganan. Quizás porque todavía
hay un mercado y demanda insatisfecha suficientes que pueden absorber a muchos
más oferentes, o tal vez porque la acción colectiva puede tener una naturaleza,
dinámica y peso específico distinto al que estamos acostumbrados desde nuestro
prisma urbano.
La
tercera lección tiene que ver con la viabilidad política y social de la transformación
rural. Los ejemplos exitosos que se
encuentran en la región casi siempre comparten dos características
fundamentales: por una parte, un fuerte liderazgo político al más alto nivel
posible, el cual le da sentido de dirección, espacio y tracción suficiente
dentro de las instituciones públicas; y por la otra, una construcción de
propuestas desde la base misma de las organizaciones, lo cual le da la
legitimidad necesaria a cualquier propuesta para después entrar en procesos de
negociación con otros actores sociales.
Finalmente,
la cuarta lección tiene que ver con la saludable tensión que está teniendo
lugar en Latinoamérica entre la política social y la política de fomento
productivo. Cada vez más estamos
abandonando el enfoque de silos, en el cual la política social hacia su parte
sin importarle lo que sucedía en el campo del fomento productivo. Cada vez más encontramos ejemplos concretos
en donde los gobiernos se están preguntando cómo tender puentes entre una y
otra política, de manera tal que la acción pública sea más eficiente y
costo-efectiva.
Dicho
lo anterior, también hay que enfatizar que la mayoría de las veces es el bando
de la protección social el que está buscando el acercamiento con el bando del
fomento productivo, probablemente porque tienen mucha más evidencia acumulada –evaluaciones,
seguimiento regular, continuidad, etc.– lo cual les ha permitido darse cuenta de
las limitaciones que tiene seguir con un enfoque sectorial para el desarrollo
rural. Da igual. En este caso no importa quién tire la primera
piedra. Lo fundamental es aprovechar el
espacio de diálogo intersectorial que se ha abierto a lo interno de los Estados,
del cual seguramente emanarán nuevos modelos de desarrollo para pequeños
emprendimientos rurales agrícolas y no agrícolas.
Todo
esto ya está sucediendo en la región, no son teorizaciones sin fundamento. Y Guatemala tiene la oportunidad de beneficiarse
acortando tiempos de aprendizaje y poder así encontrar la mezcla propia que se
necesita para cerrar las brechas de desarrollo que caracterizan a nuestra ruralidad.
Pero para
eso es importante salir a darse una vuelta por el barrio y ver y preguntar cómo
se cuecen las habas del otro lado del río.
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