jueves, 7 de julio de 2011

China: desigualdad, sostenibilidad y productividad

“China es un modelo construido en un delicado balance entre apertura económica y centralismo político, para la cual gobernabilidad y paz social son ingredientes esenciales.”

La economía china es sin duda alguna la más dinámica del planeta. Tasas de crecimiento cercanas al diez por ciento desde hace muchos años. Cuantiosas sumas de recursos asignados a inversión en capital físico (infraestructura productiva y habitacional), un modelo de urbanización que casi tiene a la mitad de su población viviendo en ciudades, y una férrea política de control poblacional que ha mantenido bajo control la explosión demográfica.

Sistemas político y económico que partieron enteramente centralizados a partir de la revolución comunista de 1949. Planes quinquenales que en su apogeo de ortodoxia pretendían cuadricular la mayor cantidad de decisiones económicas, pero que con el paso del tiempo han mutado hacia orientaciones más de carácter estratégico, alertando sobre los grandes retos de desarrollo nacional a mediano plazo.

Sin duda alguna la experiencia china en lo económico ha sido mucho más exitosa que la soviética, norcoreana y cubana. Hasta hoy ha sido capaz de incorporar en su proceso de desarrollo la necesidad de liberalización y apertura económica. Eso sí, manteniendo el control político encarnado en el Partido Comunista Chino (PCCh).

El secreto de su élite gobernante fue saber leer las señales y reconocer a tiempo un patrón generalizado de comportamiento humano: los individuos, en su proceso natural de procurarse mejores condiciones de vida, prefieren tener más opciones para escoger entre los diferentes bienes y servicios que consumen diariamente; y además quieren contar cada vez con productos de mejor calidad.

Ambas cosas (variedad y calidad) no se pueden planificar desde un escritorio ni con la más sofisticada matriz de insumo producto. Para ello se requiere de un sistema distinto de organización y asignación de recursos en la sociedad: el mercado.

Hoy los retos que enfrentan son diferentes. Están a las puertas de convertirse en la economía más grande del planeta – con todas las responsabilidades geopolíticas que ello acarrea –. Sin embargo, surgen preguntas sobre la sostenibilidad de su modelo de crecimiento, el cual ha descansado fundamentalmente en dos elementos: inversiones domésticas en capital físico y un agresivo esquema exportador.

Ambas características no tienen posibilidades de crecimiento ilimitado. Por una parte, la capacidad instalada de la infraestructura física eventualmente enfrenta rendimientos decrecientes. Y por la otra, el consumo en el resto del mundo – es decir, los compradores de sus exportaciones – no termina de recuperarse de las diferentes crisis.

La recomendación natural es entonces mirar hacia adentro y dinamizar el consumo interno. Pero dado el tamaño de la población y la rápida transformación en los patrones de consumo de su clase media, la interrogante pasa a ser el efecto ambiental que ejercerá esa masa gigantesca de consumidores con más y más poder adquisitivo.

Desde otro ángulo, si bien es cierto han sido exitosos en tener un crecimiento económico robusto y prolongado, lo cual les ha permitido reducir los niveles de pobreza de su población, también se han creado brechas socioeconómicas que no pueden desestimarse. En otras palabras, la desigualdad vuelve a ser un tema relevante – como lo fue en los orígenes de la revolución misma –. Sobretodo porque China es un modelo construido en un delicado balance entre apertura económica y centralismo político, para la cual gobernabilidad y paz social son ingredientes esenciales.

Para redondear el cuadro, la sociedad china no puede perder de vista su demografía. La política de población probablemente les ha rendido ciertos frutos en término de planificación y ordenamiento territorial – otro cuento son los costos sociales que han debido pagar las familias –. Ahora toca revisar las perspectivas a futuro de una población que comienza a envejecer y los consabidos efectos en términos de productividad y seguridad social.

En resumen, la agenda de desarrollo de China pasa por atender tres grandes temas en los próximos años: las desigualdades que ha creado un crecimiento económico acelerado pero a la vez desordenado; la sostenibilidad de su modelo de crecimiento económico y las implicaciones ambientales que tendría para el planeta la explosión de consumo de la clase media china, y garantizar niveles de productividad crecientes así como esquemas de protección social en un contexto demográfico que apunta al envejecimiento.

Lo más interesante en todo esto es que, como dijera Moisés Naím, (sic) “(…) las ideologías rígidas no ayudarán a encontrar salidas. Hay que echar mano de todas las ideas, inventar otras nuevas, y darle rienda suelta al pragmatismo y la experimentación”.

Prensa Libre, 7 de julio de 2011.

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